Es cuando empezamos a tener uso
de razón que la perdemos a cada instante.
Las ilusiones y los sueños
inalcanzables se acumulan alrededor nuestro metiéndose en nuestra cabeza y
corazón, tirando de nosotros, exigiéndonos el tiempo necesario para darles
consecución y forma.
Son como metas a alcanzar, retos
que hacen que todos los esfuerzos merezcan la pena nada más levantarnos cada
mañana. Enanitos que nos incordian a todas horas impidiéndonos realizar otras
tareas de manera ordenada. Voces interiores que nos indican la estrategia a
seguir para coronarse con los laureles fugaces del logro.
Desde niño he sido un tipo súper
ilusionado con todo.
¿Qué salía el último número del
coleccionable de alguno de mis héroes favoritos de Marvel? Allá me
plantaba el primero en el quiosco; no fuera que me quedase sin el cómic y
que mi quimera, se esfumase en manos de otro chaval más espabilado que yo.
Me ocurrió lo mismo cuando me
encapriché de aquella motocicleta de color rojo que posaba ante mí en el
escaparate. Me costó muchas horas extras en el curro, muchos sábados y domingos
sin salir con los amigos al bar, sin ir al baile o al cine. Pero al
final la pude adquirir.
Y aquél viaje a Londres, o el
otro a Paris… Renuncié a mucho por esos sueños que perseguía, y ello me colmaba
de dicha mientras duraba su disfrute. Efímeros destellos de felicidad.
Por eso cuando conocí a María
Pilar se me encendieron todas las bombillas de alerta roja. Este sería mi sueño
definitivo a perseguir. El culmen a todas las ilusiones con fecha de caducidad.
Todas mis neuronas enloquecieron
de puro deseo y mis ojos se negaban a mirar hacia otro lado que no ocupara
ella. La muchacha más bonita de la universidad. Poseedora de la más simpática
de las sonrisas, guapa a rabiar, elegante, agradable, dicharachera y la que
mejores curvas tenía donde derrapar una pasión.
¡En fin! Que me pasé todo el
primer año y el segundo ambicionando el anhelo de alcanzarla. Hasta me cambié
de carrera cuando ella lo hizo, solamente para poder hacerme el encontradizo en
los pasillos o tener la oportunidad de verla en la cafetería durante los
descansos entre clases.
Seis años pasaron hasta que
tuvimos un encuentro algo más formal donde compartir una conversación más
pausada. Descubriendo que además de guapa era inteligente.
El tiempo pasó y no en
vano, mi utópica aspiración iba definiéndose en el horizonte: toda una vida
compartida con la mujer ideal, por la que todo cobraría un sentido cada
amanecer…
Cuatro años después de la luna de
miel todo empezó a volverse amargo, todo lo recto a torcerse. Me cansé de oír
recriminaciones por no realizar ciertas tareas. Desaprobaciones cuando las
hacía, amonestaciones si la replicaba. Queja y reproche cuando callaba para que
la discusión no fuera a más.
Por ello las conversaciones se
volvieron monólogos. También la elegancia se transformó en dejadez envuelta en
bata, las armoniosas curvas en volúmenes y la simpática sonrisa se tornó en
perenne rictus de sufrimiento. Mi sueño se había convertido de pronto en
pesadilla.
Pero ya os dije que soy un tipo
muy asertivo que se ilusiona por todo.
¡Es más! Ahora lo estoy y mucho
con los trámites de divorcio que me alejarán de semejante pécora.
Que ya lo dijo Calderón:
“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es
pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”
Derechos de autor: Francisco Moroz