Habría cogido alguna vez un hilván,
metido un dobladillo, dado puntadas al bies cuando se diera el caso. Pero la
vida la había llevado por otros derroteros, que su abuela, que la enseñó todo
lo que sabía cómo costurera, no llegaría a imaginarse nunca en sus preclaras
predicciones de futuro para ella.
Ahora, como enfermera profesional y voluntaria en una organización humanitaria en zona de conflicto, ponía a prueba todos los
conocimientos adquiridos.
Cosía heridas abiertas por machete con gran destreza,
mientras pensaba que hacerlo con punto de cadeneta daría cierto realce a algo
tan desagradable.
Derechos de autor: Francisco Moroz