Mira
tú por dónde la encontré metida en una caja, bien embalada con plástico de
burbujas, con ese tono de verde que indica
a simple vista que de bronce es su alma. Una campana al uso, de tamaño
mediano, con un enganche en el badajo donde ponerle una cadena una vez que la
cuelgas de la pared para hacerla sonar.
Hacía
tiempo la buscaba por el trastero, entre otros objetos que habitaban la casa de
mis padres. Me la entregaron como parte de un legado adelantado cuando contraje
matrimonio. Y aunque estéticamente me
gustaba mucho, no encontraba el lugar idóneo para colocarla ni una utilidad
concreta.
Ahora
que la tengo entre mis manos mientras la abrillanto, recuerdo las palabras de
mi padre cuando la adquirió: “Esta campana no es una cualquiera, tiene cierta
magia sonora que convocará a la familia alrededor de la mesa cada vez que
suene”.
Y
era cierto, cada vez que la tañíamos alguno de nosotros; instantes antes de
comer o cenar. Todos dejábamos lo que en ese momento estuviéramos haciendo para
sentarnos alrededor de la mesa. Era su punteado metálico, más efectivo que las voces que con anterioridad daba mi madre
cuando nos decía: ¡Todos a la mesa!
Aquellos
tiempos en familia pasaron. A mis padres los visito de vez en vez, cada cierto
tiempo y con mi hermano; que marchó a
trabajar al extranjero, apenas tengo contacto. Una llamada telefónica al mes, poco más. Y vernos ¡Puff! hace años
que no lo hacemos.
Mientras
instalo la campana, pienso de nuevo en la ingenua magia que ejercía sobre
nosotros y a la vez se lo explico a mi mujer y a mi pequeña de cinco años, y
esta, me escucha con la inocencia de todos los niños a los que se les cuenta
una historia maravillosa; con la boca abierta.
Cuando
termino de colocarla, me dice muy seria:
–
Papá ¿Me dejas hacer la magia?
Menudo
compromiso; me digo a mí mismo. Pues todavía quedan unas horas para la hora de
la comida. Haber como salgo de esta, sin decepcionar a mi niña.
–Bueno,
tócala a ver qué pasa. Aunque te advierto que hacer magia es muy difícil y hay
que entrenarse mucho, por lo tanto no te pongas triste si no ocurre nada.
–Vale. –Me contesta muy seria mientras cierra los ojos con fuerza y agarra la cadena.
Suenan
dos toques límpidos ¡Talán, talán!
Cuando cesa la reverberación broncínea,
suena el tono del móvil de mi esposa, que mientras habla con el
interlocutor pone cara de sorpresa. Se despide, cuelga y nos dice con una
lágrima emocionada resbalando por su mejilla.
–Tus padres nos invitan a comer en su casa. ¡Y
estará tu hermano!
Derechos de autor: Francisco Moroz