lunes, 24 de octubre de 2016

Cuenta cuentos





El carillón del salón de baile de Bestia empieza a tañer la primera de las doce campanadas de la medianoche.

Mientras bajo las escaleras del palacio pierdo uno de mis zapatos de cristal, y justo cuando se deja oír el reverbero de la última, suena el despertador de la mesilla y se rompe mi encantamiento de Bella durmiente.

Me despierto bruscamente incorporándome en la cama de uno de los tres Osos, y mientras me levanto, escucho la voz de mi compañero peludo que dice a mi espalda:

 – ¿ A dónde vas Caperucita?

Y  es entonces cuando me acuerdo que ayer dejé solos a los siete Enanitos por ir a buscar a Hansel y Gretel . 
Salgo pitando de la casa de los tres Cerditos  ¡Llego tarde al té de las cinco con Alicia y el Sombrerero! 
¡Tendré que mentir como Pinocho, cuando me pida explicaciones Rapunzel!



Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 23 de octubre de 2016

Noche de difuntos




Esta noche Santiago se va a dormir con miedo, pues no en vano sus hermanos mayores le han estado chinchando con historias sobre muertos a lo largo del día.
Mañana se celebra en el pueblo el día de los fieles difuntos y sabe que esta noche les pertenece a ellos, y que saldrán de sus tumbas para recorrer las calles y llevarse a quien se encuentren por ellas. 
Conoce también la leyenda de la santa compaña que recorre en procesión los bosques, buscando nuevos cofrades con las que engrosar sus filas.

Se arrebuja temblando bajo la manta de su cama, no sabe bien si tiembla a causa de esos recuerdos o por la baja temperatura que reina en el caserón del tío de su padre que es el cura de la localidad.

Su catre está en una de las habitaciones abuhardilladas, donde se guardan los baúles llenos de ropa para los parroquianos menos afortunados. No hay armarios, pero si una cortina de arpillera que tapa otro pequeño habitáculo donde en unas alacenas se almacenan los cirios, las velas, y las estampillas junto con los misales y los libros de canto. Las casullas y las sotanas para las misas, cuelgan de perchas de alambre; y más de un susto le han dado algunas noches. 
Tras esa cortina piensa, se pueden esconder asesinos con dagas envenenadas, o arpías y esfinges de esas que describe con tanto detalle el maestro de la escuela.

La iglesia se encuentra al lado del edificio donde él y sus hermanos viven provisionalmente con sus padres y su tío abuelo. La torre tiene un gran reloj que hace sonar las campanas cada hora entera y también a las medias. Lo teme porque sabe, que cuando suenen las doce, con el último toque, saldrán los difuntos de paseo, y el cementerio no queda lejos del atrio ni de la casa del cura.

Quiere dormirse para no tener que escuchar los sonidos que oirá cuando los difuntos pasen por ahí abajo, esos sonidos de ultratumba que se parecen al ulular del aire entre las vigas de madera carcomida o el que hace al pasar por las juntas mal pegadas de los cristales del ventanuco; pero es imposible, todavía le está dando vueltas al suceso ocurrido en el pueblo de su padre, el que le narró hacía tan solo una horas…

…Andaban los mozos más lanzados y fortachones con sus fanfarronadas tal día como hoy, echándose puyas para ver quién era el más valiente de todos ellos. El más bravucón propuso apostar un cordero para el que demostrara serlo sobre todos los demás. La prueba consistiría en ir todos cerca del cementerio esa misma noche, y esconderse detrás de unos sillares que estaban por allí tirados.

Uno por uno y siendo testigos los demás, tendrían que acercarse a la puerta de hierro del campo santo, aporrearla con los puños y hacer ruido para convocar a los difuntos y animarles a salir en pos del osado que lo hiciese.
Llegada la noche cinco muchachos se acercaron por allá, y aunque no lo querían demostrar, temblaban debajo de las pellizas de saca y sus capotes de lluvia, pues ese 31 de octubre estaba siendo frío y lluvioso, aunque el miedo también arreciaba.

Se escondieron detrás de las piedras talladas y se echaron a suertes quien sería el primero en realizar la prueba.
El mozo con más agallas el “Bravucón” despreció esa forma de elegir el orden y se ofreció a ser él el primero, y con ello demostrar de antemano a los compañeros ser el único que no temía ni a los vivos ni a los muertos.

Tiró a andar calvero arriba, pero según se acercaba a la puerta un aire se levantó de improviso ululando en la tapia y en la verja de entrada, silbando entre lapidas y mausoleos. El gañán que tenía de valiente lo justo, se empezó a poner nervioso, pero su orgullo le impedía volverse y salir corriendo, ya que los compañeros lo verían y perdería la apuesta; con lo cual armándose de valor, aceleró el paso con el afán de pasar el mal trago lo más rápido posible.

Justo llegando al recinto, la puerta se entreabrió chirriando sobre sus goznes oxidados, mientras un relámpago seguido del retumbo del trueno estalló en el oscuro cielo. 
Todo ello provocó  tal  espanto en el zagal, que girando este sobre sí mismo, salió como alma que lleva el diablo, cuesta abajo y sin atreverse a mirar atrás.
Los amigos lo vieron venir a todo correr, medio llorando, desencajado de terror, con el rostro demudado gritándoles:

--¡¡¡Me persiguen las ánimas!!!

Los cuatro que le esperaban, salieron zumbando hacia el pueblo para refugiarse en sus casas y encerrarse a cal y canto, pero el que venía hacia ellos sintió como le agarraban con fuera inusitada de sus ropas y tiraban de él sin que pudiera avanzar ni huir del opresor brazo sarmentoso que lo aferraba.

Por la mañana un pastor encontró su cadáver boca abajo, tirado en el suelo, con los dedos  ensangrentados por haber arañado la tierra. Pálido, cubierto de escarcha, con las ropas desgarradas enganchadas en unas zarzas.
El muchacho había muerto a causa de un pánico desmesurado.

Su padre terminó aquel relato con una sentencia:

–Hijo, nunca te burles de los difuntos…

…Justo cuando termina de recordar esa historia, el reloj de la iglesia empieza a desgranar las doce señales convenidas para que los que abandonaron el mundo de los vivos, vuelvan por una noche a mezclarse con ellos.

Santiago llega a escuchar la última campanada y unos pasos que se acercan por la calle, y una voz cascada que proclama: ¡Las doce en puuunto y sereno!


El repiqueteo de la lluvia sobre las tejas arrulla al niño y este, se duerme sin poder escuchar los crujidos de la escalera de madera.






Derechos de autor: Francisco Moroz

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