Empieza el primer día del año y no lo empiezo nada bien. No me
apetece ni hablar ¡Hoy no!
Ya desde
primeras horas de la mañana tras un sueño pesado me levanto ofuscado, con ganas
de matar a alguien, de provocar dolor y pesadumbre en mi entorno.
Presiento
que no va a ser un buen día pero tengo que encarrilarlo como sea, no puedo
dejar que mi cerebro se atore en una idea única, que mis neuronas patinen. Eso crea un desequilibrio
creativo importante que no me conviene en absoluto.
Causar desazón, sorpresa, conmoción, puede ser la herramienta adecuada para visualizar y
enfocar mi maraña de oscuros sentimientos. Mis pensamientos van hilando tramas y escenarios para dar rienda suelta al desasosiego que me embarga.
Un buen
asesinato a sangre fría sin mediar ningún motivo para llevarlo a cabo, puede
dejar desorientado al personal. Me voy a reír de los pardillos que intenten esclarecer
el crimen.
El eco morboso de los noticiarios y la cara de pasmarotes que se les
quedará a los vecinos cuando se enteren de que un inquilino educado, cortés y silencioso
fue el autor de tan horrendo suceso. Eso mejorará mi ánimo y enfriará mi acalorado despertar.
Me bebo como
desayuno un café amargo como la bilis, no me espabila pero me quema el paladar
y eso me enfurece más, predisponiéndome a sacar lo peor de mí.
Presiento
que la jornada se va a hacer muy larga, pesada y laboriosa. Mi humor de perros
me va a beneficiar en el plan que pienso urdir; muy al contrario que al primer
personajillo que se me cruce en el camino cuando lo tenga todo preparado y elaborado con detalle..
Lo pienso
abatir de dos tiros, por puro desahogo, o mejor con mis propias manos lo estrangularé,
o empujaré escaleras abajo para que se rompa el cuello, o lo precipitaré por la
ventana para ver como cae su cuerpo hasta estamparse contra el asfalto; eso después de
sacarle los ojos y reírme estrepitosamente en su cara sabiendo que está a punto
de morir.
Más tarde
que venga la policía si quiere, el servicio de urgencias hospitalario y los forenses, o
los de la científica con sus polvitos mágicos buscando las huellas que no
hallarán.
Se acercará el inspector listillo de turno a investigar la escena
del crimen y a interrogar a todos los sospechosos, pero para cuando quiera
hacer acto de presencia yo tendré una coartada inmejorable y andaré parapetado
en ella, cual trinchera inconquistable. Mi lucidez me hará esquivar sus trampas dialécticas.
Nadie sabrá
que fui el autor de tan espantoso
homicidio mientras yo no quiera, claro, tampoco sabrán de los motivos que me
indujeron a llevarlo a cabo. Seré el único señor de la verdad. Todo muy
teatral, toda una obra de arte de un perverso criminal psicokiller.
Las causas
de la muerte de la víctima serán tan obvias que el caso lo darán por cerrado en
cuanto metan el cadáver en una bolsa de plástico para trasladarlo a la morgue.
Aunque al
final, algún sabueso, de esos medio alcoholizados y fracasados en sus
relaciones personales dará con la pista adecuada, pero sólo porque yo lo quiera
¡Qué más da! ¿Y lo a gusto que me voy a quedar después de dicho desahogo? Quizá de
esta forma consiga aclarar mis ideas, despejar mi cabeza que bulle como olla exprés, a punto de reventar con tantas ideas enrevesadas.
Parece que
al final por ahí voy a enfocar el argumento de la novela que tengo entre manos;
novela negra, naturalmente, del mismo color que el café que me he tomado y
el humor con el que me he
despertado hoy.
Un día en el
que no me apetece hablar ¡Hoy no!
¡Hoy sólo
escribiré!
Derechos de autor: Francisco Moroz