Recuerdo a mi madre cosiendo un dobladillo de un pantalón, o haciendo un jersey de los muchos que hizo mientras sus dolores se lo permitieron y yo a su lado, recitándole la lección aprendida en la escuela. Las letras y los números, las horas y los meses. Aprendía a leer y a sumar junto a ella hasta que la propia vida me enseñó a restar, a prescindir de mis pocos años y de su querida presencia.
Recuerdo a mi padre y su mano cogiendo la mía en paseo dominical por el parque del Oeste, después yo en mis juegos con mis hermanos y él en un banco pelando unas naranjas para regalarnos sus dulces gajos mientras, vigilaba nuestras correrías entre los árboles y las hojas caídas. Después el Alzheimer le hizo olvidar todo aunque yo se lo recordara con mis abrazos.
Recuerdo como si fuera ayer, aquella parada de autobús en una plaza conocida. Una tarde de Sábado que prometía una jornada gloriosa en un tiempo, donde la adolescencia todavía campaba a sus anchas por toda mi piel.
Un bus que no era el que yo estaba esperando se detuvo y a través de una de sus ventanillas que quedó a mi altura, vislumbre a una muchacha más o menos de mi edad que giró la cabeza justo cuando la miraba, dibujándose en su cara, una bonita sonrisa que quedó grabada para siempre en mi memoria hasta hoy. Por eso desde entonces y para mi: la curva más deliciosa de una mujer es la de sus labios.
Recuerdo mi primer beso de amor con la chica que me quitaba el sueño, y me hacía soñar solo con ella, mi primer amor, ese que me quitaba el hambre, por la que bebía los vientos, la que me llenaba de ansiedad en los encuentros y me tenía en vilo toda la semana.
Un beso dado desde la inocencia de esa edad temprana donde todo parecía estar prohibido. Beso lleno de entrega generosa, con promesas hechas desde lo más hondo del corazón; hasta la irremediable llegada del desengaño, la tristeza y el llanto que lo rompió todo en mil pedazos que no volvieron a juntarse nunca más.
Recuerdo una tarde fumando mi nerviosismo, cuando yo fumaba y se podía. Mi primer grupo de amigos, con proyectos comunes y metas afines entre las que se incluía cambiar el mundo y hacer justa la sociedad; ingenua juventud llena de irreflexivas hazañas utópicas y nobles.
Y allí estaba, cerca e inasequible. Ella, rompió el hielo de mi tímido desasosiego y se acercó, y desde entonces nada ha podido separarnos ni consolarnos en la ausencia del otro, su ternura lo inundó todo, creando lo que es mi hogar entre sus brazos.
Recuerdo aquél primer llanto inconsolable de mi hijo cuando llegó al mundo y se enfrentó por primera vez a la fría realidad de la existencia. Venía del calor y la seguridad del útero que lo acogía y que tocaba a su fin. No quería abrir sus ojitos apretados de miedo hasta que escuchó mi voz diciéndole que allí estaba yo para sostenerle y protegerlo. Sentí que me reconocía, abrió sus ojos y acalló el llanto, reposando después en el regazo de la madre con la seguridad adquirida de que había alguien que le recibía con amor e intentaría acompañarlo hasta que su necesidad no fuera tan perentoria.
Hace tiempo llegué a la conclusión de que la felicidad no existe, al menos en este mundo que conocemos; pero que la vida está cuajada de momentos felices que te hacen sentir pletórico de emociones y de sensaciones antagónicas como la risa y el llanto. Momentos que te van creando como persona, recreando como ser humano y trasformando el entorno que habitas. Ráfagas esenciales, repletas de energía positiva que dan sentido a tu paso por la tierra y que conformarán esos recuerdos, en los que de vez en cuando merece la pena perderse.
Por esa razón tengo la sana costumbre de coleccionar momentos.
Un bloguero al que conozco personalmente me comentó que el motivo de su blog no era otro que el de volcar en él lecturas y vivencias, que de otro modo iría olvidando por el camino como vamos perdiendo memoria según sumamos en años.
Yo no quiero que me pase, aunque preveo que será irremediable que ocurra eso de: rememorar lo antiguo y olvidar lo inmediato, de eso trata el ser perecedero y mortal.
Las páginas de nuestros libros van pasando. Unos son más gruesos que otros, pero en todos escribimos cual autobiografía, con mejor o peor letra, en prosa o en verso nuestra vida.
Intentar no dejar hojas en blanco debe ser nuestro cometido para que al leerlas conformen nuestra obra, la que todo el que nace esta obligado a escribir. La tejida a base de esas pequeñas cosas, que no son cosas; sino momentos, detalles, sacrificios, luchas, alegrías, satisfacciones, logros, triunfos y derrotas, tropezones, saltos y hasta vuelos gloriosos.
Aquellas pequeñas cosas a las que creo, se refería Joan Manuel Serrat en su canción.
Creo que todos debemos "coleccionar momentos", como dices, y ser conscientes de las ráfagas de felicidad. Hay muchas, pero hay que estar atentos. Muy bonita la entrada. Un abrazo.
ResponderEliminarAtentos y despiertos para aprovecharlas. Esa es la formula mágicas para disfrutar de esos momentos pasajeros.
ResponderEliminarGracias por tu opinión.
un abrazo
Preciosa entrada, me ha encantado, no se si ha sido por la habilidad que posees de escribir o por lo sensible que soy yo, pero no he podido echar unas pequeñas lagrimitas. Sobre todo me ha encantado cuando dices lo de tu hijo, tu hijo verdaderamente debe sentirse orgulloso de un padre como tu. Muchas gracias por compartir esta entrada, un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarUna alegría el que te guste la entrada. Escribir no escribo bien, pero lo hago con lo que siento y vivo a diario.
EliminarMuy agradecido por el comentario.
Te adelanto que mi hijo es de la clase de persona que te gustaría conocer.
Un abrazo
Es cierto que nuestra vida son momentos entrecosidos. Momentos compartidos con las personas de nuestro camino, con algunas más que con otras.
ResponderEliminarGracias por saber expresar lo profundo y hacernos partícipes de ello.
Momentos compartidos, esos son los de calidad, aunque también los hay de soledad que pueden servir para ordenar nuestra vida por dentro.
EliminarUn gusto verte por aquí.
Un beso
¡Buenas! Buscando blogs literarios y de lecturas por internet encontré el tuyo por casualidad y me gusta lo que publicas, así que me quedo y te invito a mi blog de opiniones breves. Un beso. Te leo! ;)
ResponderEliminarPues se bienvenida a este rincón de lecturas que ahora también lo es tuyo.
EliminarEspero que nos sigamos leyendo y comentando.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho esta reflexión en la que compartes con nosotros, los lectores, todos tus pensamientos y emociones personales con las que transmites, desde mi punto de vista, las ganas de vivir plenamente. Tenemos que recordar a los que mas queremos y los momentos que pasamos a su lado,¨ para escribirlos en nuestros libros¨ y que no caigan en el olvido. Se nota que quieres a tu familia. Un beso y hasta pronto.
ResponderEliminarHola amigo. Ciertamente un buen pensamiento el tuyo, coincidimos en lo de dar importancia de los sentimientos hacia las personas que nos acompañan en nuestro viaje por la vida.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí y comentar.
Un abrazo
Me ha encantado esta entrada. Creo que a partir de ahora dedicaré más tiempo a estos pequeños momentos e intentar no olvidar nunca ninguno.
ResponderEliminarSaludos~
Cuando demos prioridad a vivir, lo demás nos sobrará
EliminarGracias Álvaro por comentar
Un saludo