Tan misteriosamente como aparece se
cierra de nuevo la ventana en el cielo. Las nubes que oscurecen el día se apartan repentinamente dejando una mañana soleada y luminosa que dura un instante; pero
nadie parece percatarse de nada y el suceso pasa inadvertido, aun después de que el astro vuelva a ocultarse tras la masa gaseosa de nubarrones negros.
En otra ocasión derramó miles de
litros de agua sobre la ciudad limpiando el ambiente de impurezas, saneando el
aire, dejando ese vivificante olor a ozono. Adornando el horizonte con un extraordinario arco iris.
Nadie parecía encontrarse en el lugar,
pues no se significó como noticia destacada digna de mención.
Inundó los campos y las montañas con infinidad de colores y tonos de verde, dando un rostro más amable a esa opacidad
de negros y grises que los ciudadanos acostumbraban a ver normalmente; pero
ninguno levantó la mirada de sus Iphones ni la desvió de sus quehaceres rutinarios. Aquel mes de mayo ya empezó a notar los síntomas de la decepción ante seres tan desagradecidos.
Hundió el astro en el mar lenta y majestuosamente, rodeándolo de dorados y de rojos apoteósicos, de naranjas e iridiscentes malvas que hubieran dejado embobado hasta al más insensible de los mortales. La luna hizo acto de presencia como dama vestida de blanco y plata resplandeciente, haciendo vibrar la noche con su cortejo de millones de rutilantes luminarias.
Los humanos se hallaban metidos en salas oscuras llenas de humo o quemándose los ojos bajo luces fluorescentes en oficinas, talleres y tugurios. Ensordecidos sus oídos, no fueron capaces de escuchar el silencio esclarecedor de la creadora de tan magno espectáculo, que llora lágrimas de escarcha.
La naturaleza está cansada de tanto
desapego. Cualquier día tirará la toalla, dejará de manifestarse tan bella y delicadamente. No le merece la pena obrar
tanta maravilla y preparar tanto milagro para unos espectadores tan insensibles que la
están forzando a tomar drásticas medidas con un cambio climático que los sumirá en la miseria y el caos absoluto.
Quizá es lo que se merezcamos todos nosotros, banda de pendejos descreídos en portentos cotidianos.
Si las cosas siguen por este cauce asistiremos atónitos a su último proyecto.
Consistirá de un espectáculo de pirotecnia, deshielo, temblores de tierra y maremotos que no olvidaremos jamás, si es que la especie sobrevive a todo ello.
Todavía no nos la tomamos en serio y ya va mandando señales de estar hastiada de nuestro desprecio.
Somos desaprensivos maltratadores de todo lo creado por ella con tanto esmero para nuestro disfrute y deleite. Estamos perdiendo el rumbo y el norte, corriendo el riesgo inminente de naufragio.
Derechos de autor: Francisco Moroz