La anterior relación le había roto el
corazón y la cara en más de una ocasión. Ella recordaba aquellos amargos años
en los que el sufrimiento, el sometimiento y el miedo, hacían mella en su
espíritu, en su autoestima y en su cuerpo.
Noches de insomnio a su lado, temiendo
despertar su violencia y su deseo perturbador de posesión instintiva.
Días de encierro, horas grises deambulando
por la casa como prisionera aterrorizada por el regreso de su carcelero.
Todo ello son recuerdos del pasado, piensa
aliviada, y mira a su nuevo compañero, sentado a su lado. Con él se siente
segura. La protege y la cuida con sumo amor; la entrada en su vida fue el
bálsamo que curó progresivamente todas sus heridas. Fue disuasorio para que su
agresor se alejara.
Ella aprendió a amar y confiar de nuevo en
alguien. Era el compañero, el amigo, el confidente de los momentos pausados
mientras tomaba el café.
Le encantaba mirarle a los ojos, esos tan
llenos de expectación, de adoración y de fidelidad por ella, solo por ella.
Lástima que no pudiera hablar, y que sus besos fueran húmedos lametones; pero le bastaban para demostrar todos sus sentimientos.
derechos de autor: francisco Moroz
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