Miedo no era la palabra adecuada para definir lo que sentía en estos momentos. terror más bien era la correcta.
Y es que desde que había llegado a la estancia donde me hallaba encerrado, no había dejado de temblar. ahora era peor con ese sudor frío que me recorría la espalda helándome la espina dorsal.
Estaba sumido en un caos mental de confusión, no reaccionaba ante los estímulos, como paralizado ante la visión de esos hombres grises y anodinos que nos miraban desde arriba, controlando hasta los mínimos movimientos que pudiéramos realizar.
Y es que no estaba yo solo en la habitación cerrada, otros tantos como yo, de distintos sexos pero aparentemente de la misma edad, estaban en las mismas condiciones de reclusión. Codo con codo sin poder mirarnos ni dirigirnos la palabra.
No era comprensible lo que tenía delante, un gran enigma a resolver, como el planteado por las esfinges a los caminantes insensatos que pretendían pasar junto a ellas. Tributo necesario era el adivinar sus preguntas para que franqueasen el paso. Si no eras capaz de resolverlas, caías fulminado por un rayo diluyéndote en el olvido de las cenizas.
¡Dios mío! Gemía mentalmente ¿Cómo he llegado a esto? ¡Ayúdame! ¡Inspírame! ¡Échame un cable!
El sacrificio de mi inmolado tiempo libre dedicado al estudio junto a mi mente preclara, marcarían la diferencia entre la libertad o el fracaso.
La respuesta a tanta angustia se encontraba dentro de mí desde el principio: La tortura acabaría en el instante en que saliera del aula, una vez terminada la prueba de selectividad.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Un beso es poesía hecha caricia,
de labios sedientos de amor incontenible.
Es íntima promesa de amantes,
que sueñan con fundirse en una sola presencia.
Sólida roca donde impera la pasión.
Un beso trasmite todo lo necesario,
sin necesidad de palabras pronunciadas.
Pues cuando se juntan los labios,
la palabra es imposible de emitir,
y un sin sentido el hacerlo.
Un beso es: sedoso roce,
húmedo y jugoso halago.
Sabroso almíbar de dioses sabios.
Terciopelo amoroso,
ígneo fuego donde abrasarse de forma grata.
Reconcilia al que ama,
augura dicha y refuerza el aura.
Remedio es, de corazones heridos.
Ecuación feliz ante la sombría soledad,
éxtasis de entrega sin condiciones...
Quiero pues besarte siempre,
siempre que pueda.
Que la breve vida dura un suspiro cuando alza el vuelo
y quiero acordarme: de los largos besos, de los pausados,
los soñados, los que dio tu deseo, y los robados.
Nos convertimos los dos en uno si nos besamos,
fieles amantes, inocentes cómplices de lo pactado.
Necesito posarme cual mariposa,
como abeja libar la miel sabrosa de tu boca.
Evadirme del mundo, dejarlo afuera y perderme en ti.
Abrazar tus tristezas con ansia y ternura,
complacer tus anhelos a la par que los míos.
Respirar tu presencia, ignorar el futuro aún tan lejano,
solo dar por seguro.
esos besos pendientes que hemos de darnos.
Ya no aspiro a otra cosa,
que a tu aliento amoroso y el hacerte feliz.
Al calor de tu piel, tu brillante mirada,
mi preciado tesoro.
Y a los besos sentidos por los poros del alma.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Mi aporte para: #creaunahistoria
¡Te estás matando Mario! me decían cada vez que me cruzaba con ellos.
Los amigos hace tiempo se habían ido alejando gradualmente de mi , desentendiéndose de mi persona conflictiva y a causa de los recientes vicios adquiridos en los que como mosca en tela de araña había caídoy en los que me hallaba sumido irremediablemente.
Todo empezó con un cigarro, que suponía para mi, el oxigeno diario para seguir caminando al menos como zombi abotargado, evadiéndome de mi problemática y viviendo por inercia. Lo malo es que a la primera cajetilla le seguía la segunda y el dinero se me iba en humo.
Mi situación era deprimente, pues después del despido vino el paro y después la falta de prestaciones. El sentimiento de fracaso existencial y de culpa se instaló en lo más profundo de mis entrañas haciéndome insensible a cualquier estímulo.
Como en un efecto dominó, la situación se hizo insoportable. Pues mis frecuentes alteraciones nerviosas ocasionaban cada vez más discusiones violentas y altercados con mi familia. Mi mujer se llevó a los chavales un buen día y yo me quedé como trapo sucio tirado en el sillón, indiferente a los latidos de mi corazón abocado a la desidia y visionando tele-basura.
Fumar compulsivamente se volvió inevitable para sosegar mi espíritu, pero ampliaba a la contra esos dolores de pecho que me hacían toser de forma desgarradora y desesperante para las personas que tenía alrededor.
Dejé de buscar trabajo, inútil todo esfuerzo, nadie quería a un malogrado apático, a alguien que se sentía como tal y no quería levantar cabeza sumido en su propio pozo de amargura y abandono.
Entonces llegó él y me liberó de mis pesares. Lo encontré en el bar cada vez más frecuentado por mi arrastrada persona. Él mitigó mi sensación de derrota. Él me ánimo en los peores momentos y me acompañaba copa tras copa hasta que perdía el sentido y la noción del tiempo.
El alcohol entró en mi vida como amigo fiel y acabó con lo que quedaba de mí. Me aisló de la realidad, como envasado al vacío, licuando lo que quedaba de lucidez en mi triste persona. Convirtiéndome en guiñapo. Un camarada más, que al fin y al cabo también me daba la espalda cada noche en forma de fuertes resacas. Dejándome abatido, pesaroso, resentido y hundido en la más absoluta de las miserias.
La imagen que refleja el espejo es el de un muerto conservado en formol, continuamente idiotizado.
Derecho de autor: Francisco Moroz.