Este relato escrito a dos manos por Julia Cambil y un servidor, participa en la convocatoria que promueve el Círculo de escritores con la temática: Relatos a dúo. Padres e hijos.
Esperamos que sea de vuestro agrado.
Julia Cambil
Aún no he terminado de recoger tus cosas. Tía
Mónica me lo recuerda constantemente estos días y me apremia a hacerlo, pero me
da miedo. Aunque sepa que ya no estás, aunque sepa que no vas a volver. Lo
cierto es que algunas me recuerdan tanto a ti, eran tan tuyas, que me parece
que si las toco te estaré invocando y de paso, poniéndote furioso. No sé,
quizás fuera divertido verte furioso de nuevo ahora que ya no puedes hacer
nada.
Con el tiempo casi han desaparecido todas las marcas de mi cuerpo, pero nunca dejaré de padecer las que llevo en el corazón. No lo entendía, papi, no quisiste explicarme tu pena más que a golpes de cinturón y yo era demasiado pequeña, yo eso no podía entenderlo. De todas formas nadie deseaba verlas, las marcas quiero decir; todos sabían y preferían volver la cara. Creo que tenían más compasión por tu pérdida que por mi indefensión. Espero que ahora tampoco quieran ver las tuyas, porque con la emoción de hacer realidad al fin mi sueño no he sabido ocultarlas muy bien. No creo que importe, nosotros tampoco le importábamos mucho a nadie.
No quiero que me perdones, papi, yo tampoco voy a perdonarte a ti nunca, pero sí quiero que le digas a mamá que no fue culpa suya marcharse tan pronto. Quizás entre el cielo que ella habita y el infierno al que yo te he enviado haya algún punto de encuentro. Dicen que me parezco mucho a ella, que tengo sus ojos, ¿ella también los tenía tan tristes? No consigo acordarme.
Ya viene la tía Mónica; tenemos que cerrar la casa. Dice que no me preocupe, que adonde ella me lleva no estaré sola. Me parece que no entiende de las soledades que van tatuadas a martillo en el corazón. Tu martillo, mi corazón. Yo siempre estaré sola por dentro.
Francisco Moroz
Carta
encontrada dentro de un libro dos semanas después.
Si llegas a
leer estas letras ya no estaré contigo pues tú, con todo el dolor que te he
infringido habrás acabado con mi angustia, con mis terrores y con mi cuerpo que
ya no me correspondía desde que fui poseído por el miedo, enloquecido por no
saber acabar con todo el sufrimiento. Tanto el tuyo como con el mío.
Las cosas no
son fáciles de explicar, pero lo intentaré:
Tu madre te
amaba como fruto que eras de sus entrañas pero yo no te acepté como algo mío,
no podías serlo. Era estéril, no podía engendrar nada, y cuando tu madre me anunció su embarazo no
supe reaccionar adecuadamente, pues comprendí su traición. Yo la amaba más que
a nadie en este mundo y por ella, sólo por ella, intenté quererte como el padre
que no era.
Hasta los
tres años eras una niña preciosa, envidia de muchos, perfecta en todo. Risueña
y cariñosa. Después todo cambió, como si al cumplir tu cuarto año, una maldita
profecía se desatara.
Tu madre
murió en extrañas circunstancias, sin confesar su engaño; me la encontré en el
suelo de la cocina con una botella de agua medio vacía a su lado. Cuando el
médico forense vino a levantar el cadáver su veredicto inmediato fue suicidio
por ingestión de veneno. El contenido de la botella no sólo era agua.
A partir de
entonces, sucesos extraños parecían repetirse cerca de casa: un vecino
ahorcado, atropellos inexplicables, perros muertos, niños desaparecidos.
Naturalmente
nada de todo aquello lo relacionaba contigo, hasta la noche en que parecías
hablar con alguien.
Sigilosamente
me asomé a tu cuarto y delante de tu cama, de espaldas a mí, una figura te
miraba, y tú conversabas con ella.
Enloquecí de
espanto cuando comprendí la situación a la que debería enfrentarme.
Es cuando
empecé a beber sin control, para olvidar, para desconectar y anularme. Pero
cuando te veía, esos recuerdos malditos venían a mí y yo los liberaba
maltratándote, ya no veía a la dulce niña a la que aprendí a amar. Quería
acabar contigo, pero nunca me atreví a hacerlo.
Te provoqué
sin embargo, para que tú hicieras lo que has hecho conmigo. Las marcas que te
dejé se curarán, las que me hiciste tú me las llevo a la tumba.
Pero has de
saber que al igual que yo te descubrí, otros lo harán tarde o temprano. Nada
más que siento lástima por mi hermana Mónica, la única familia que te queda,
ella seguro me seguirá muy pronto.
Tú no tienes nada que ver conmigo, ni con el amor. Tu madre era pura hasta ser poseída por él, por tu auténtico padre
del que llevas la marca en la piel, la única que no se podrá borrar mientras
habites en esta tierra…