¡Ah! Qué
gran consuelo recibimos con estas palabras, los caminantes, los conductores,
los que montamos en bicicleta, los que viajamos de un lugar a otro. Los que
tenemos el sentido de la orientación un “tantico” ajustado a las necesidades propias de los que,
dirigiéndose a algún lugar acaban perdidos y sin atreverse a preguntar por no
parecer ignorantes.
Actualmente
los navegadores vía satélite ayudan lo suyo intentando meternos en vereda y
sacarnos del apuro. Esas voces electrónicas elegidas a la carta que de vez en
cuando cometen igualmente errores que nos hacen meternos por autovías de
peaje, o calles cortadas o de sentido contrario.
También
cometen errores de dicción o
conjugación como cuando nos indican: “A uno kilómetro y medio girá a la derecha”
que solo les falta decir: “Es vos un pelotudo huevón, pues que le dije derecha”
Hace
unos años eran los callejeros y los mapas de carreteras los que aliviaban
nuestra desesperación y mitigaban nuestros miedos a perdernos y no encontrarnos
ni a nosotros mismos.
¿Pero y
en la antigüedad?
¡Bah! En tiempos pretéritos nuestros antepasados se
armaban de paciencia y cogían carretera y manta o se liaban esta directamente a
la cabeza y tiraban millas para adelante convencidos y confiados en que como
les enseñaron y escucharon más de una vez a los sabios peregrinos:
“Todos los caminos llevan a Roma” Siendo casi casi, literalmente cierto.
Esta frase
hecha no era ninguna exageración cuando se decía “En tiempos de Maricastaña” pues el imperio romano se encargó de construir
miles de kilómetros de calzadas por todos los territorios conquistados por sus
legiones y sus ingenieros. Calzadas con “Milliarius”, rótulos informativos, y posadas que proporcionaban descanso y
avituallamiento. Pero eso es ya otra historia que en este apartado no nos
compete.
Todas
las calzadas partían desde el centro del foro romano y a la inversa, todas confluían
en él. Cuatrocientas vías que como tela de araña abarcaban extensas regiones,
salvando montañas y ríos. Unos 70.000 kilómetros que unían poblaciones,
complejos mineros, centros logísticos o militares e incluso continentes entre
sí.
La
eficiencia del imperio era tangible y lo
sigue siendo, pues esta frase ha sobrevivido a los siglos para consolar al que
perdido, deposita su confianza en los caminos que con paciencia y marcha ligera le conducirán a Roma y desde allá,
poder orientarse de nuevo y poner pies hacia el rumbo prefijado. Aunque para
ello tarde “lo que no está escrito”.
En su
acepción metafórica esta frasecita podría
significar que: Hagamos lo que hagamos llegaremos siempre al mismo punto.
Por
cierto, lo de la Maricastaña es otra frase hecha que viene a significar: hace mucho,
mucho, pero que mucho tiempo.
¡Y sí! Parece ser que existió una Mari Castaña allá por el siglo XIV, habitante de Lugo ella, que encabezó una
revuelta contra el obispo de esta ciudad por un “Quítame allá esas pajas” de un cobro de impuestos abusivos e
injustificados. Y es que como (No) dijo el hidalgo loco: “Con la iglesia hemos
topado Sancho”