Federico no había pasado un buen día, los problemas cotidianos ya de por sí le agobiaban, pero este que se cernía sobre su cabeza como espada de Damocles lo traía por el camino de la amargura.
Había
contactado con amigos y conocidos con los que tenía la suficiente confianza
como para trasmitirles sus cuitas, por si a alguno se le ocurría alguna idea
con la que paliar y dar solución a esa problemón que lo tenía preocupado.
Estos le
remitieron la sugerencia de comunicárselo a algún especialista,
cuyos gabinetes siempre andaban expectantes de posibles clientes como él, que
esperanzados con la búsqueda de posibles soluciones se dejarían un considerable
peculio de tiempo, dinero y decepción.
¡No! Ese atajo
no lo tomaría.
Andaba de un
lugar para otro intentando evadirse del peso de la preocupación, a buenas horas
se le había ocurrido tomar esas decisiones tan desacertadas que ahora
resultaban ser un perjuicio para su conciencia y su economía.
Pensó y
pensó, y al final la recordó a ella, siempre dispuesta a acoger sus quejas,
amarguras y decepciones.
Ella había
sido siempre su fiel consejera, la que de forma lúcida le dirigía los
pensamientos por el camino correcto y la senda adecuada y más conveniente. Casi
nunca le había fallado, y encima le reconfortaba.
Jamás le
pidió nada a cambio de su acogida, la sentía íntima y cercana, lo más parecido
a una madre sin serlo.
Le gustaba
reposar en su regazo mientras la contaba el resumen diario y le trasmitía sus
ansiedades e inquietudes. Daba igual lo que compartiera con ella, era discreta, e indefectiblemente quedaba entre ellos dos. Tarde o temprano la solución llegaba por si sola, como después de repetir un mantra te sobreviene la iluminación. Sentía, como bajo su influencia, se le recolocaban los chakras y su mente se le despejaba, pudiendo tomar esas decisiones lúcidas que necesitaba.
Estaba pues decidido.
No hablaría con nadie más. Ellos nunca llegaban a comprender del todo lo que
les comunicaba, y menos acertaban a darle una solución o un consejo que le
sirviese para algo.
derechos de autor: Francisco Moroz