Federico no había pasado un buen día, los problemas cotidianos ya de por sí le agobiaban, pero este que se cernía sobre su cabeza como espada de Damocles lo traía por el camino de la amargura.
Había
contactado con amigos y conocidos con los que tenía la suficiente confianza
como para trasmitirles sus cuitas, por si a alguno se le ocurría alguna idea
con la que paliar y dar solución a esa problemón que lo tenía preocupado.
Estos le
remitieron la sugerencia de comunicárselo a algún especialista,
cuyos gabinetes siempre andaban expectantes de posibles clientes como él, que
esperanzados con la búsqueda de posibles soluciones se dejarían un considerable
peculio de tiempo, dinero y decepción.
¡No! Ese atajo
no lo tomaría.
Andaba de un
lugar para otro intentando evadirse del peso de la preocupación, a buenas horas
se le había ocurrido tomar esas decisiones tan desacertadas que ahora
resultaban ser un perjuicio para su conciencia y su economía.
Pensó y
pensó, y al final la recordó a ella, siempre dispuesta a acoger sus quejas,
amarguras y decepciones.
Ella había
sido siempre su fiel consejera, la que de forma lúcida le dirigía los
pensamientos por el camino correcto y la senda adecuada y más conveniente. Casi
nunca le había fallado, y encima le reconfortaba.
Jamás le
pidió nada a cambio de su acogida, la sentía íntima y cercana, lo más parecido
a una madre sin serlo.
Le gustaba
reposar en su regazo mientras la contaba el resumen diario y le trasmitía sus
ansiedades e inquietudes. Daba igual lo que compartiera con ella, era discreta, e indefectiblemente quedaba entre ellos dos. Tarde o temprano la solución llegaba por si sola, como después de repetir un mantra te sobreviene la iluminación. Sentía, como bajo su influencia, se le recolocaban los chakras y su mente se le despejaba, pudiendo tomar esas decisiones lúcidas que necesitaba.
Estaba pues decidido.
No hablaría con nadie más. Ellos nunca llegaban a comprender del todo lo que
les comunicaba, y menos acertaban a darle una solución o un consejo que le
sirviese para algo.
derechos de autor: Francisco Moroz
Es que dónde esté una buena almohada... Esta vez te pillé!! Je, je. Debe de ser porque yo también adoro mi almohada. Hasta me la he llegado a llevar de viaje!! Me cura el cuello, me relaja la espalda, me amortigua la tensión y vela mis sueños. No podría vivir sin ella.
ResponderEliminarBuen relato, majo.
Un beso.
Veo que eres de querencias y de almohada personalizada.
EliminarCreo que se debe a reminiscencias de nuestra niñez. Un olor una textura conocidos que nos hacía sentirnos arropados y protegidos. algo de eso debe de ser cuando todavía buscamos en la almohada esos abrazos que nos faltan de las personas.
Besos
Genial relato. Jamás lo habría adivinado, no como Rosa, jejeje.
ResponderEliminarMe queda la intriga del problema que le invade. Soy así de cotilla, que le vamos a hacer.
UN besillo.
Te dejo con la duda María. Más que nada porque el protagonista tampoco me lo quiso contar.
EliminarSon las limitaciones de no quererlo controlar todo. Je,je.
Besos guapa.
Gracias a tu relato creo que ya sé por qué no doy con la almohada adecuada para mis dolores de cuello. Siempre creí que era porque no se adaptaba bien a mi anatomía, ahora sé que es porque no le hablo. Caigo rendida en la cama y no le digo ni "mu". Ya, de paso, he caído en la cuenta, de por qué no encuentro solución a algunos problemas: no consulto a quien me puede realmente ayudar.
ResponderEliminarComo siempre, Francisco, das un giro final en el relato.
Besos.
Hay que dialogar más paloma, te lo tengo dicho, además las almohadas son bastante discretas, y todo lo que les cuentas no trasciende. no como cuando se lo cuentas a la vecina de planta.
EliminarTe doy las gracias por tus palabras.
Besos
Muy bueno , el consultar con la almohada es lo más acertado. Mi marido lo que hace cuando yo no estoy es poner dos globos encima de la almohada. Un abrazo
ResponderEliminarJa,ja,ja. Lo de los globos está genial, pero nos vas a tener que explicar el porqué lo hace. Sois la monda.
EliminarUn beso
Aunque para mí en particular la almohada es como una máquina de tortura de la Inquisición, nunca me gustó. Solo ahora y por causas mayores debo dormir con ella, decir que el relato sí que me encantó y como siempre dando la vuelta para mantener en vilo a quien te lee.
ResponderEliminarUn beso grande.
Me gusta mantenerte en vilo con mis relatos, pero no desvelada como tu almohada. Es verdad que conozco personas que duermen sin ella o con una muy chiquitita. Es curioso el mundo de las almohadas y el de la personas.
EliminarBesos
Desde luego es cierto que la almohada es la mejor consejera, yo desde luego no puedo dormir sin ella, y he llegado a dormir hasta con dos por prescripción médica.
ResponderEliminarComo siempre tus relatos nos dejan intrigados hasta el final y eso es algo que me gusta, gracias una vez mas. un abrazo. TERE.
Me alegra el tenerte enganchada con lo que escribo, es un gusto para el que escribe tener seguidores tan fieles como tú.
EliminarPor cierto aunque sea en un privado, me gustaría saber sobre nuestra común amiga Chari.
Besos Teresa.
¡Cierto! y si el calor se vuelve cómplice entre los dos te pueden estropear la mejor de las noches y el mejor de los sueños.
ResponderEliminarY encima los problemas se acentúan por la falta de descanso.
Un saludo Julio David.
También soy de las que cuando viajo llevo mi almohada, no ha sido siempre la misma, porque en ocasiones se ha deteriorado con el uso y mi cuello se ha resentido, lo que me hizo cambiarla de vez en cuando, pero no soporto dormir con almohadas bajas o muy blandas. Coincido contigo en que es una estupenda confidente, ya que su discreción es absoluta y te escucha siempre sin interrumpir los pensamientos o emociones, de manera que lo mínimo es agradecerle eternamente su íntima compañía, tal como lo has hecho tú ahora.
ResponderEliminarY ahora, amigo Francisco, ¿serás capaz de romper tu silencio y contarnos el motivo de tus desvelos?... Venga... ¿A qué esperas?...
Un abrazo
De niño también tenía la manía de llevarme a mi compañera, de viaje. ahora talludito solo en alguna ocasión y no por prescripción médica, sino por motivos de descanso. No puedo con almohadas blandengues ni pequeñas.
ResponderEliminar¿Mis desvelos dices? tengo pocos, duermo como los niños, en eso no he cambiado, tengo sueño y la conciencia tranquila. Mi almohada está muy relajada conmigo, incluso me atrevería a decir que se aburre.
Un abrazo Amiga estrella.