Esta semana estoy un poco lúgubre no a causa de lo que se celebra, sino a que todos los concursos a los que me presenté versaban sobre la muerte, los difuntos y todo lo que tuviera que ver con la semana de Halloween.
Por lo cual este es otro de esos relatos que tendréis que sufrir, si queréis, con santa paciencia.
Abrazos mis amigos.
Esa noche se presentaba un tanto
complicada, no era una de sus preferidas simplemente por lo que se celebraba la
noche de difuntos o cómo demonios la denominaran según que culturas y países.
¡Incultura y literatura a partes
iguales!
Lo único que él sabía es que le trastornaba todos sus planes de
tranquilidad, pues al día siguiente tenía que presentar a la revista –Ciencia y
razón- una nuevo artículo, y con tanto ruido y llamadas a la puerta era
imposible la concentración.
Le ponían nervioso esos monstruitos enanos que se
presentaban bajo su dintel para pedir golosinas; era una aberración
de por sí el haber transformado una fiesta pagana en una gran pantomima
consumista ¡¡Dioses!! Estaba más que harto de tanta memez e ignorancia.
Cerró las cortinas y encendió la lámpara de su mesa; se colocó frente al
ordenador y justo cuando se disponía a darle a la primera tecla se
oyeron unos golpeteos en la entrada.
— ¡Continuamos con la pesadilla! Estos canijos empiezan a ser cargantes.
Se levantó con premura dispuesto a espantar con cajas destempladas a los
draculines, fantasmas, y zombis que se encontrara; pero al abrir, únicamente
encontró en el suelo un papel con trazos de escritura. Lo recogió, y después de mirar a uno y otro lado de la
calle cerró con un portazo y arrugó el papel tirándolo encima de la mesa.
Empezó a escribir, pero al rato la curiosidad le venció y cogiendo la bola
de papel la estiró. No era precisamente un poeta
y no entendía de poesía, pero el escueto texto parecía rimar de forma
ingenua:
“Esta noche encontrarás lo que perdiste,
cuando a las 12 vengan a visitarte
y cumplas con el pacto estipulado”
Debajo de estos tontos renglones de lenguaje
críptico cuya lectura le arrancó una media sonrisa de desprecio, había un dibujo de una vela.
Se trataba de alguna broma de sus estúpidos vecinos. ¡Seguro!
Volvió a la mesa y cuando se disponía a teclear de nuevo, vio con
estupefacción lo que estaba escrito de manera inexplicable en la hoja de Word:
“Tu incredulidad te condena a vagar eternamente”
Un golpe inesperado procedente de las baldas de su librería le sobresalto.
Cuando miró, uno de los libros se encontraba
en el suelo. Lo cogió entre sus manos y leyó:
“Esta noche las puertas de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra
casa permanecerán abiertas para recibir a los espíritus de todos nuestros
difuntos"…
¿Qué narices estaba pasando? ¿Quién era el responsable de esa
broma tan absurda?
¿Qué es lo que había perdido? ¿Quién vendría a visitarle, si él no esperaba
a nadie? ¿Y qué promesa había incumplido?
— ¡A la mierda! —Se dijo, no puedo perder más tiempo con estas idioteces,
soy un hombre racional del siglo XXI…
…Sonaron las doce en el reloj de la iglesia del pueblo.
En ese momento golpearon la puerta y corrió a abrir para agarrar por el
cuello al imbécil de turno que le estaba atemorizando.
Se alejó de la casa encontrando solo oscuridad y un frío glacial que se le
metió en los huesos.
Una espesa niebla invadió el entorno, mientras unas voces profundas entonaban
cánticos fúnebres que le envolvieron, y unas tenues llamas de vela le rodeaban.
En ese mismo instante comprendió, que lo que había perdido era la fe en las
tradiciones.
Recordó haber jurado por su alma inmortal, que jamás creería en
supercherías ni paganas, ni cristianas si no recibía pruebas fehacientes y
racionales de la existencia de los espíritus errantes que andaban por los
bosques y las aldeas.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Gracias a Radio Mandala y a la entrañable Raquel Fraga por declamar este relato en la radio.
http://www.ivoox.com/versame-mucho20-audios-mp3_rf_13699362_1.html