lunes, 23 de enero de 2017

Encrucijada




No quiero volver a verte nunca más, pues desde que nuestros pasos se encontraron me obsesioné contigo y desesperé con mi mala fortuna.

Fue aquel, un acercamiento inesperado entre tú y yo en las calles de la ciudad que habito.
Tu pelo negro, tus ojos verdes mirándome con desafío a la cara. Tu paso felino y relajado que cortó por un instante mi respiración agitada al verte frente a mí.

Te convertiste en una visión fantasmal durante un efímero minuto que trastocó la jornada habitual.

Y es que siempre dijeron que los gatos negros, no aportan buena suerte al que se los cruza en el camino.



Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 19 de enero de 2017

Novela negra 1ª parte

Relato dedicado a mi querida amiga Rosa, gran reseñadora y amante del género negro.
¡Que los dioses te sean favorables en todo lo tuyo!




Domingo de madrugada.

Sergio sale del bar de copas donde ha pasado prácticamente toda la tarde-noche con sus antiguos amigos. Era el último cliente que quedaba. No tiene prisa, hoy ha sido un día de reencuentro y celebración con grandes expectativas de futuro. Va pensando precisamente en ellos, en las únicas personas que le hicieron sentirse de nuevo vivo, con las que todavía tiene cierto vínculo emocional y de las que no sabía nada desde hacía diez años. Él es una persona callada, introvertida y a la que le cuesta relacionarse. A partir de esa noche todo cambiaría, iba a mantener la amistad con estas personas con las que nunca tenía que haber perdido el contacto.
Se conocieron todos en su tiempo de universitarios. Lo habían pasado bien, y entre tanto brindis se colaron recuerdos de correrías pasadas y aventuras de juventud que sonsacaron risas a todos los del grupo.
Estaban muy unidos de eso no tenía ninguna duda, a pesar de todo el tiempo trascurrido. Una vez roto el primer hielo, parecía como si la relación no hubiera sufrido ese amplio lapsus temporal.

El “fiti”, el “Greñas”,“Single”, Grand Father” y la única fémina de todo el cotarro a la que todos conocíamos como” Kim Basinger“aunque en realidad se llamara Ana Sampere” una belleza rubia que había ganado interés con los años, como lo hace el buen vino de crianza.

Caminaba despacio, como contando los pasos dados. A esas horas, y a pesar de la iluminación, no se sentía muy seguro de no tropezar con alguna farola, árbol o papelera; o caer en algún alcorque. 
Había sido mucho el alcohol ingerido, y aunque no borracho, si notaba el cosquilleo en las venas y el temblor de sus extremidades inferiores.Trastabilló en alguna ocasión teniendo que pararse para sosegar su ritmo cardíaco y recuperar el equilibrio, agarrándose al quicio de algún portal.

A su paso por el barrio de Malasaña unos ojos le observan como lo hacen los de un cazador cuando evalúa a su posible presa.





El cielo nublado auguraba una lluvia que no se hace esperar. Cuando la escucha caer, se levanta del sillón y deja el libro, se acerca a la ventana para mirar hacia la calle. 
Siempre le atrajo este fenómeno meteorológico que la vuelve nostálgica, y si la noche acompaña a la lluvia mejor que mejor, porque entonces recuerda esas lecturas que de niña le hacían temblar bajo el cobertor de su cama y que hablaban de asesinos agazapados en las esquinas, de monstruos capaces de matar por el puro placer de hacerlo. 

Viene a su memoria Jack el destripador y Drácula o el mismísimo profesor Moriarty y Frankestein.
También le vienen a la mente nombres de malvados inscritos en otras historias leídas como adulta: Heachcliff de Cumbres borrascosas. Fumero, de La sombra del viento. Olivia Foxworht de Flores en el ático o la mismísima muerte narradora en la Ladrona de libros. Aunque en este, los demonios miserables fueran con uniformes nacis.
Con una sonrisa de placer y no sabe por qué, aparece en su listado mental el nombre de Augusto Ledesma de la trilogía de Pérez Gellida.

Cierra las cortinas se retrepa en el sillón y sigue con la adictiva novela que se trae entre manos. Ese vaso de leche caliente que se encuentra en la mesita, hace un buen rato que se quedó frío.





Empieza a llover. Sergio se sube el cuello del gabán como para protegerse algo más del agua que sabe le va a terminar empapando a pesar de todo. Acelera un poco más su ritmo, no se siente del todo seguro aunque el frío le haya despejado un poco del abotargamiento inicial.

“El Fity” delgaducho y desgarbado, con una gorra que casi no se quitaba nunca, pues le daba rubor mostrar su incipiente calvicie que le acomplejaba. Cuando el cantante de los Fitipaldis se puso de moda le pusimos el mote operándose el milagro. Fue cuando su calva y su gorra fueron lucidos de continuo con orgullo por su propietario. Ahora trabaja en una gestora inmobiliaria.

Si hubiera visto al “Greñas” antes de hoy por la calle, no le hubiera reconocido. Había engordado como unos 30 kilos, y de la famosa melena que le llegaba hasta los hombros, le quedaban solo los pelos de la parte posterior de la cabeza recogidos en un pequeño moño que más bien parecía un globo desinflado. Era muy Heavy entonces, quién lo diría viéndole ahora convertido en un responsable financiero de un banco de reconocido nombre.





La historia se encuentra en su momento álgido. No es capaz de despegar sus ojos de las hojas, donde las letras parecen atraerla como esas lucecitas parpadeantes de los clubes de alterne. El argumento es absorbente, no cabe duda de que el escritor ha sabido plasmar una trama atractiva y electrizante donde se prevé un final siniestro para el protagonista.

Y es que ella, no lleva una vida muy interesante: Un trabajo de oficina de lo más normal, familia la justa y con la que no mantiene una relación periódica ni muy fluida. 
A las sesiones en el gimnasio de los martes y los jueves le añadimos las compras semanales y las tareas de casa, alguna escapada al cine y al teatro y poco más. Unas actividades de lo más predecibles y aburridas.

De relaciones amorosas mejor ni hablar, y aunque pretendientes no le faltaron en su momento, nunca se decantó por ninguno; bueno, recuerda a ese chaval que le parecía tan flipante y que sabía cantar como los ángeles en su época gloriosa de estudiante en la que ella y sus antiguos compañeros se comían el mundo
¡Qué tiempos!

Abre el libro y prosigue la lectura. Estos personajes si tienen aventuras y peligros que sortear...





Sergio gira la cabeza pues le pareció oír unos pasos detrás de él, y a estas horas de momento no se ha cruzado con nadie salvo con un gato negro que ha pasado mirándole con indiferencia y desafío felino. Mira hacia lo alto. No tiene pinta de escampar y ya se encuentra calado hasta los huesos ¡Que daría por estar en casa con una taza de café humeante entre las manos! 

Sigue caminando concentrado e ilusionado, con esos pensamientos positivos de amistad y buen rollo entre personas adultas cuyos caminos se han cruzado de nuevo. Cada cual con su vida hecha, pero con ese rumbo que entre todos han conseguido de nuevo retomar.

Visiona a “Single”. Está claro que el apodo se lo pusieron de forma irónica a este supuesto ligón de discoteca; siempre se convertía en el rey del cotarro, animaba cualquier reunión o fiesta, incluida la de hoy en la que ha desplegado todas sus plumas de pavo real para hacer caer entre sus redes amorosas a la espectacular Ana.

A este Don Juan le conocimos más de 12 novias a las que engatusaba, invitaba y manoseaba a placer solo por complacer su ego. Después las abandonaba descorazonadas. Nunca se comprometió en serio con ninguna. De ahí lo de Single.

Y es curioso que sea el único de todos nosotros que se dedica a lo que en aquellos tiempos estudiábamos todos.

¡Abogado! ¡No podía ser otra cosa!



Continuará.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 16 de enero de 2017

Distanciamiento




Para implorarle que vuelva a casa solo debo hacerle una llamada. Convencerlo con argumentos contundentes como: ¡Si vienes te hago tu comida preferida! o ¡Vemos juntos esa película que te gustaba tanto!

También puedo decirle lo mucho que le quiero, y recordarle que no puedo vivir sin sus besos y sus abrazos. Que echo de menos pasear de su mano por la calle mirando escaparates; y hacer carreras por los jardines de la ciudad con esa tierna complicidad con la que lo envolvíamos todo.

Pero después pienso que ya es mayorcito como para que sea él, el que llame a su madre. 



Derechos de autor: Francisco Moroz

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