Era
nuestro sueño compartido, o eso pensaba yo hasta que me defraudaste.
En
su sencillez radicaba todo su encanto. Consistía en que fueras libre, pero te
conformaste con lo básico y elemental: El espejismo de la cotidiana seguridad que
no era más que una rutina desesperante.
Nunca me consideraste como a una amiga que podría
haberte ayudado a escapar del encierro al que estabas sometido.
Me
desengañé el día en que dejé como al descuido la puerta abierta y tras unas
horas de espera, te volví a encontrar picoteando el alpiste del comedero sin intención
alguna de emprender el vuelo.
Derechos de autor: Francisco Moroz