domingo, 28 de julio de 2019

Sin apetito






Me llamarán para que baje a cenar en familia, pero esta vez me disculparé con un dolor de cabeza.

Desde que estoy como alumno de intercambio en este país, he perdido peso y apetito. Solo como de vez en cuando productos envasados. No porque me haya convertido en un sibarita o me disguste la forma de cocinar de la señora de la casa.

Creo que la culpa la tiene ese diente de oro que me encontré la última vez entre la carne y la verdura, y la circunstancia de que el abuelo de la familia haya desaparecido.
Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 21 de julio de 2019

En toda mesa que se precie




De toda la vida había sido considerado el producto estrella elegido por mi familia, se consumía en todas nuestras meriendas, comidas y cenas. Siempre estuvo presente sobre la mesa cuando nos sentábamos alrededor de ella.

Nos resultaba tan sabroso que no podíamos prescindir de él.

Sin embargo pasó a serlo desde el día en que a mi padre lo despidieron de la empresa; Cuando lo sorprendieron llevándose el producto a manos llenas.

Desde entonces solo comemos pan a secas, pues el caviar ya no es tan asequible.

Derechos de autor: Francisco Moroz



jueves, 18 de julio de 2019

Una vez más



Antes de abrir la puerta sabía lo que se iba a encontrar. No obstante se hacía el propósito de entrar y acomodarse junto al sillón todos y cada uno de los días por la mañana; así había sido durante los últimos cinco años, y seguiría siendo hasta que Dios quisiera llevárselo de este mundo.

Esa acción cotidiana es la que le daba la motivación suficiente para seguir adelante, para levantarse cada amanecer y acostarse por la noche. Sin la fuerza que ello le insuflaba no era persona.

Se sentaba con mucho esfuerzo en la silla; la artrosis le acompañaba desde que cumplió los sesenta, y las articulaciones le dolían con cada movimiento que realizaba. Y entonces, la saludaba con mucha ternura dándole los buenos días.
Después le comentaba lo que tenía pensado hacer. Saldría a la calle con el andador para tomar el aire, que falta le hacía. Le hablaría de sus hijos y de sus nietos; los que en más de quince días no habían vuelto a visitarle; y eso era una eternidad para un tiempo tan limitado y unas horas tan eternas sin más compañía que la radio.

Sacaría el álbum y miraría las fotos de boda, las de los bautizos y comuniones. La de los pocos viajes que hicieron juntos. Recordaría alguna anécdota de las que les hicieron reír, y acariciaría su precioso rostro joven, fotografiado hacía tantísimos años.

Miraría el sillón vacío, y con lágrimas en los ojos, la volvería a echar de menos una vez más.

Derechos de autor: Francisco Moroz



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