Con este relato presentado al concurso de Edupsique termino la semana dedicada a los difuntos ¡Que ya está bien con tanto muerto! Dejémosles descansar, al menos hasta el año que viene.
En
el pueblo donde paso el día de todos los santos, no hay mucho que hacer: O bar,
o mus. Y ni bebo ni juego.
De
atardecida los campos están solitarios y hoy que hace bueno apetece pasear.
Andando
llego al cementerio y por curiosidad entro a ver el ambiente que en otras
temporadas del año es más bien lúgubre y tristón.
Hay movimiento en uno de los sectores, donde las
lápidas prácticamente brillan por su ausencia, socavadas estas por el paso del
tiempo y el olvido de los vivos.
Allá
me voy por ser cortés con los tres paisanos que andan por allí.
–
¡Ave María purísima señores!
–
¡Sin pecado concebida! caballero.
–
¡Qué! ¿Matando el tiempo?
–Bueno,
más bien el tiempo nos mata a nosotros ¿No cree? –responde uno de los
contertulios que frisaría los 87 años; con esa solera de los viejos filósofos que
encontramos en todos los villorrios.
–
Sabias palabras, le espeto.
–
Bueno – me dice otro un poquito más joven. De sabios están las tumbas llenas
igual que el mundo de tontos.
–
¿Ha pasado mucha gente por aquí?
–Pá
ser el día que es y lo que se celebra, más bien escaso personal, tenga en
cuenta que solo quedan abuelos, y según van cayendo vienen aquí a perpetuidad;
con lo cual, hay aquí adentro más que allá afuera.
–
Da cierta tristeza pensarlo ¿Verdad?
–
¡Bah! Una vez que eres difunto no aprecias el que traigan flores; muchos de los
que las traen ahora, en vida del finado ni se acordaban de visitarle.
El
tercer abuelillo hace un gesto ambiguo a los otros dos y les dice:
–
¡Ea compadres! vamos a descansar un poco, que se hace tarde y mañana hay que
rendir.
Derechos de autor: Francisco Moroz