domingo, 24 de enero de 2016

El Retrato



Carmen Pinedo desde su blog, nos propuso a sus lectores un reto que consistía en escribir un relato partiendo de un cuadro de los muchos que nos ofrecía en su casa. Casas son, por dentro, habitaciones vacías de presencia, o llenas de ausencias.
Este fue mi elegido: Isla Deer del  pintor: Phillip Koch







Nos instalamos en una preciosa casa con vistas al mar; nos gustaba caminar descalzos por la arena de la playa y contemplar juntos los ocasos y los amaneceres, siempre de la mano, felices del regalo que nos había concedido la vida al poder conocernos.

Éramos dos jóvenes artistas que nos enamoramos pintando en una vieja escuela de arte. Yo sentía debilidad por los paisajes y él por el retrato. Se convirtió en un gran artista que llegó a exponer obteniendo buenas críticas. Un gran retratista que reflejaba al detalle a sus modelos.

Yo me convertí en su musa, la que salía reflejada en la mayoría de sus cuadros al óleo.

El tiempo pasaba por nosotros como sobre todas las cosas, pero el amor parecía ser eterno, quedándose a nuestro lado. 
Yo le seguía admirando mientras posaba para él, y él, sólo tenía ojos para mí. 

Aquella mañana se levantó temprano para aprovechar esas primeras luces doradas que parecen emerger del horizonte al amanecer. Yo, como tantas veces hasta ahora, me senté en la butaca de madera blanca frente a la puerta para hacerle de modelo.

Los primeros esbozos de su pintura iban tomando formas conocidas y hoy, ya imprimía los colores más delicados de su paleta; los azules, los anaranjados, los violeta. Mientras  rozaba la tela con sus pinceles, posaba dulcemente sus ojos sobre mi cuerpo y me acariciaba con la mirada.

No hablábamos, no hacía falta, hacía tiempo que con sólo los ojos nos decíamos todo: lo que nos amábamos, lo que nos añorábamos y lo que nos dolíamos del tiempo que no estábamos juntos.

Su pintura era el vínculo que nos mantenía unidos, el medio por el cual volvíamos a estar en comunión.

Hace años que aparentemente no aparecen personajes en sus lienzos, únicamente yo me veo plasmada en ellos, con esa sensibilidad que le caracteriza y ese toque nostálgico que le acompaña desde que yo fallecí. 




    Derechos de autor: Francisco Moroz

sábado, 23 de enero de 2016

Bucle



Un sonido retumbó mientras dormía. Eran las campanadas de un reloj las que lo despertaron.

Abrió los ojos y se quedó escuchando. Había sido tan sólo un mal sueño.
Salió de la cama, y es entonces cuando se sintió caer al vacío; su cama estaba en lo más alto del campanario de una iglesia. Mientras gritaba de espanto, se precipitaba sin remedio hacia el adoquinado de la calle. 

Presintiendo su muerte inminente cerró los ojos antes del impacto, pero este no se produjo. Justo en el momento en que su cuerpo iba a tocar el suelo, pegó un brinco sobre la cama y despertó, a la vez que  sonaban las campanadas de su reloj de pared, que marcaba con cadencia armoniosa la correspondiente hora de la noche.

Suspiró aliviado, todo había sido una infame pesadilla.  
Fue en el instante en que se dispuso a salir de la cama, cuando fue consciente de que esta, estaba suspendida en lo más alto del campanario de una iglesia. 

Y mientras caía volvió a cerrar los ojos, quizás por última vez.


                                                                                 Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 21 de enero de 2016

En la mitad de la vida



En el ínterin de la existencia,
donde la lucidez te asombra y la verdad  asusta.
Te encuentras expuesto en tu desnudez,
 a la realidad,
al espanto de tu nadería.

Cuando razonas con el corazón, 
no siendo este
ni músculo ni sangre,
sino esencia de tu entraña desgarrada.
Es entonces,
 cuando sollozas y te tiembla el pulso,
 y te arrinconas.

Sabiendo con certeza absoluta
 que la felicidad es quimera,
producida por los sueños y el deseo de los hombres.
Robado,
 el arrebatado sentir y sus impulsos,
en ecléctico pacto 
con el tiempo adjudicado fugazmente.

 Sientes, desazón al no estar donde quisieras,
la incertidumbre palmea tu espalda,
tu cuenco ahora rebosa de amargura.
  El alma se rompe en mil pedazos de impotencia,
pues ya no luchas ni contra ti ni contra nadie.
Te falta resolución,
ganas, y fuerza.

Y por dudar,
 y por temor a equivocarte,
vas derribando tus convicciones como naipes.
Te escondes tras la niebla, 
te secas como hoja, 
te esfumas como aire.

 Se acaba el tiempo, 
se te escurre entre los dedos,
se apaga el brillo de tu estrella.
 Pasas las horas iguales,
mudas y sordas, tristes y quietas.
te saliste a la cuneta.

 Donde nada te llama ni a esforzarte
 ni a llenarlas de alegría.
Lo que anduviste, lo que hiciste y lo que amaste,
 todo perdido
en un mar de incertidumbre,
con severo desarraigo.

Y ahora te hayas en un cruce del camino,
en un mal momento; 
que pasará como pasa todo en esta vida.
como la estación del año en que te encuentras,
abandonaste tu casa,
dejando puertas abiertas,
y ventanas sin postigos.

Sólo quedarán las obras
  no el esfuerzo ni el motivo.
Ni los jirones dejados durante todo el trayecto.
nada de lo que ganaste
y sí el amor que pusiste
durante el largo camino.

Nada es en vano.
 Todo deja algo de poso,
 que se imbuye en la memoria,
que da sabor, que adereza
igual que especia en el vino.

Tendrás que aprender doliendo
 de los fallos cometidos, 
mientras dure y mientras bregues 
por la vida fatigosa,
con las piedras del destino.

 Donde hay ciertos tramos rectos
y vericuetos oscuros.
que siendo honesto confiesas ,
no fueron enderezados
ni tampoco corregidos.

En la mitad del tiempo consumido
 que te fue asignado
caminas, reflexionas, y versas.
por el hecho de llegar a donde llegaste,
eres peregrino, trovador y sabio,
que sigue tras de su gesta.


Derechos de autor: Francisco Moroz




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