miércoles, 30 de marzo de 2016

Malabares de tinta



Corazón de bohemio y de poeta
constructor de sueños y suspiros,
romántico arlequín y saltimbanqui
tejedor de sentimientos consentidos.

Quiero darte dadivoso mi regalo,
presente de un artista de camino:
un corazón consagrado enteramente
a la musa inspiradora de este mimo.

Por ser tu funambulista se me nota,
  colgado en la cuerda floja de tu abismo.
Malabares hago en carismático equilibrio,
con tu perfecto amor y mi loco aventurero desvarío.

Dedicado en este circo de la vida
a escribir con tinta lo vedado al alma.
 Pulsando en el aire cimbreante,
arpegio enamorado con letras de guitarra.

Soflama venturosa agradecida 
por gozar la dicha de tenerte.
Sabiendo que este carrusel en que giramos
te ofrece en cada vuelta lo perdido.

Y agradezco tu magia,
los esbozos de bailarina que me brinda
la delicada ternura domadora,
capaz de aplacar a la fiera que me hiere.

En velados rasgos de amor impenitente
siempre tuyo, tu hechicero mago.
Relator ausente de inciertas historias,
pero de ciertos y felices trazos que le honran.



Derechos de autor: Francisco Moroz.

Código de registro: 1605087458042






lunes, 28 de marzo de 2016

Menudo personaje.


Relato para la propuesta literaria del Círculo de escritores: El Marciano.




Cuando pusimos el pie por primera vez en este orbe, nos sobrecogimos a causa de la inmensidad de la nada y nos mareó ese único color que predominaba hasta el horizonte. Si hubo alguna vez agua en este planeta, tuvo que ser hace millones de años de los de nuestro cómputo terrestre. Es inimaginable viendo la sequedad y la erosión de las elevaciones y la profundidad de algunos cráteres. Las tormentas de arena son altamente agresivas y veloces. El planeta no está muerto en lo que se refiere al movimiento permanente de sus dunas.

Me acuerdo aún cuando de niño visionaba películas y veía fotos referidas al planeta, me quedé prendado de esa belleza casi mística; estuve atento cuando mandaron las primeras misiones no tripuladas a este lugar en el que ahora nos encontramos mis dos compañeros y yo. Me parece mentira haber alcanzado mis sueños de llegar a donde quería llegar. Pero ahora estaba decepcionado, lo que me parecía idílico en sus comienzos, resultaba ser únicamente desolación a nuestro alrededor. Es imposible que nuestros científicos más reseñables pensasen que aquí pudiera haber vida.

El caso es, que los gigantescos telescopios electrónicos de última generación, alcanzaban en su barrido, distancias inconmensurables que hasta hace algunas décadas eran impensables, y algo tuvo que captar la atención de aquel selecto y cualificado grupo de hombres de ciencia, como para haber puesto en movimiento una misión tan costosa y de carácter urgente como aquella, en la que me hallaba involucrado.

Nuestro entrenamiento fue duro, disciplinado y agotador. Nos dijeron que teníamos que estar preparados para la sorpresa, para lo inédito. Y con ello se referían a que podríamos encontrar vida en este mundo; no vida en forma de partículas, microorganismos, células o átomos dispersos ¡No! Vida completa, como la entendíamos en el planeta del que procedíamos.

Algo habían visualizado las cámaras a través de las inmensas lentes instaladas en el Monte Palomar. Querían asegurarse que no habían sido interferencias u ondas contaminadas a causa de las tormentas electrostáticas espaciales.
Y aquí estábamos, con nuestros equipos de eco localización, radares sofisticados que nos alertarían de movimientos inusitados en el entorno inhabitable en el que nos hallábamos en ese instante. Antenas que detectarían cualquier sonido ajeno al que pudiéramos hacer nosotros.

Pero de momento todo era silencio e incertidumbre.

Fue entonces, durante una de mis salidas en solitario, mientras mis compañeros dormitaban en sus habitáculos, cuando aquello que era imposible que ocurriese, ocurrió.
La nave se encontraba posada a unos quinientos metros de la zona en la que me encontraba, una conocida con el nombre de Home Plate.
En su lecho rocoso lo vi por primera vez, agachado, como rebuscando algo que se le hubiese perdido. Levantó su cabeza y me vio a su vez, pero no hizo ademán de huir ni esconderse; y aunque la distancia no me permitía la percepción de los detalles, creí leer en su rostro un gesto de sorpresa mientras se acercaba sin miedo.
Cuando estuvo a mi lado comprobé que se trataba de un personaje que me preguntó en mi propio idioma:

-¿Has venido en tu avión?

Antes de poder responderlo me volvió a preguntar:

-¿Has traído el cordero que te pedí?

A punto del colapso y ante mi incomprensión el personaje me aclaró que seguía su lucha particular contra las semillas de baobab.

-¿El Principito? -Le interrogué.

De pronto una gran conmoción y un pitido agudo me arrancaron de mi recurrente sueño. Uno de mis compañeros me informó que se habían activado los sensores y que un pequeño ser, se acercaba a la nave. 
Haríamos historia.


Derechos de autor: Francisco Moroz

Código de registro: 1605087458066



LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...