Cuando ella
le dejó, él huyó de la sombra que le hacía el vacío de su ausencia.
Se sintió
abandonado y solo; puso distancia,
marchó del pueblo donde ellos vivieron y la casa que habitaron; de ella y los
recuerdos que le quedaban de su presencia.
Pero jamás
se recuperó de la soledad que le embargaba desde su partida, y la añoraba como
ningún otro hombre enamorado podría añorar a su amada. Ahora ha vuelto a leer las
cartas escritas de cuando eran novios, y
llora en el silencio de la habitación de una pensión gris, como su pesar. Mira
su foto una vez más y decide poner fin a tanto dolor.
Este será el
primer día de su renacer, de su volver a la plenitud de su vida perdida. Ha
decidido ir a su encuentro, volverla a ver no solo una, sino todos los días
mientras las fuerzas le acompañen.
Sale afuera
y agarra el chubasquero, monta en su vieja bicicleta y recorre los 43
kilómetros que le separan de su amor, de aquella mujer que le fue arrebatada a
traición y cuando más felices eran.
Llegó
empapado por la lluvia y por las lágrimas que corrían libres desde sus ojos;
compró un bonito ramo de flores para no llegar con las manos vacías y se
presentó donde ella moraba.
Derechos de autor: Francisco Moroz.