domingo, 3 de mayo de 2020

Espera

Dedicado a mi madre  pero también felicito a todas esas mujeres que saben esperan.


Ella y su continuo esperar. 
Desde el principio obligada a hacerlo. Primero unos cuantos meses, se le harían interminables, pesados, y al final un poco dolorosos. Pero cuando aparecí llorando me bastó mirar sus ojos para calmar el sollozo y conformarme con mi destino ignoto y con mi suerte.
Fue amor a primera vista y eso que nos acabábamos de conocer, ella me llamaba hijo y yo poquito a poco aprendí a llamarla madre.

Ella y su continuo esperar.
Esperó mis primeras palabras con la ilusión puesta en que fueran dos sílabas balbuceadas para nombrarla.
Esperó como esperan los seres humildes, pequeñas cosas, fruto de tanto desvelo y enseñanza. Los primeros pasos que di cuya meta eran sus brazos, algunos besos mojados, gratuitos y espontáneos en su cara. Que me comiera lo que servía en el plato, era todo un triunfo y un regalo. Una por papá y el resto por mis hermanos.

Ella y su continuo esperar. 
Esperaba a que llegase mi sueño para poder descansar un ratito, siempre velando en mi enfermedad siempre desvelada con mis quebrantos y los miedos, enjugando lágrimas y limpiando mocos. Me enseñó a escribir, me enseñó a rezar y a olvidar prontito los enojos.
Me hice grande como ella esperaba que fuese y le costó separarse el primer día de escuela. No podía recogerme en la puerta muchas veces, pues siempre estaba atareada con la compra y sus labores. Le hubiera gustado esperarme más a menudo, y cada vez que lo hacía me sentía importante y seguro de su mano.
Le costaban un disgusto mis malas calificaciones o mis peleas. Me regañaba y me corregía esperando como siempre se espera, que el tiempo, el tesón y la paciencia corrigieran mis desatinos y que aprendiese la lección tras la caída, lo inútil de la venganza y lo malo de la envidia.

Ella y su continuo esperar.
Pues esperó que sus consejos me llevaran por el buen camino: Estudia, se responsable y honesto. Esfuérzate, que el esfuerzo da sus frutos. Yo a veces le hacía caso y me arrepiento de no habérselo hecho más a menudo.
En mis salidas nocturnas esperaba preocupada mis regresos y me recibía  preguntando ¿Qué tal fue todo? ¿Te divertiste? Te dejé algo de cenar en la cocina.
Y después volé del nido y trabajé para formar otra familia y me fui alejando, acercándome puntualmente a cada cita en la que poder celebrar el encontrarnos. Y ella me esperaba a mí y a los míos con la mesa puesta, con la comida preparada. Nos agasajaba con sabores añorados, cocinados con amor a fuego lento, como se hacía antes de olvidarnos cómo era todo en otros tiempos.

Ella y su continuo esperar. 
Espera una llamada todavía para hablar conmigo, y me escucha aunque ya no me oye por causa de su sordera, espera una felicitación de cumpleaños o que recuerde el día que se dedica a las madres. Espera que le cuente de sus nietos, saber cómo nos va la vida a todos, esta vida tan perra que nos roba el tiempo necesario para vernos,
Siempre espera algún abrazo que la alivie de la pesada carga de la vejez y la soledad, las únicas compañías que le sobran. Pero no teme la muerte, pues siempre dice que tiene bastantes años asumidos que ya pesan. Que no le importa irse siempre y cuando yo me encuentre bien cuando se vaya. Pues tanto ama una madre, que estaría dispuesta a ser eterna a nuestro lado, con tal de evitarnos el dolor y de librarnos de toda angustia, incertidumbre o pena.
Todo le sobra, pues da con generosidad lo que le falta. Se conforma con nada. 
Un ¡Te quiero mamá! Le es suficiente.

Pero es tenaz como ella sola siempre esperando, reacia a renunciar a su derecho de amarme, de la excepcional manera en que solo las madres lo hacen. Dándose entera.
Para cuando faltes, siempre quedará mi respeto por tu persona, simplemente recoges lo que siembras.


Derechos de autor: Francisco Moroz


domingo, 26 de abril de 2020

Marco Polo





La tensión se podía apreciar en sus miradas afiladas, ambos permanecían enfrentados en una actitud defensiva que no les permitía avanzar ni escapar de la situación. Su entorno parecía estar congelado en el instante.

    Marco. – ¡Hijo de Satán! te conmino a que abandones todo empeño de posesión en el cuerpo de esta inocente criatura. Te lo exijo en el nombre de dios todo poderoso.

    Polo. –Hazme el favor de retirar el crucifijo de delante de mi nariz hombre, me da alergia la pátina dorada. ¡Aaaatchuuus! ¡Mecaguen! ¿No lo ves? ¡Que me lo apartes te digo! Me estás poniendo de los nervios ¡mira! se me erizan hasta los pelos del cogote.

    Marco.-Pero es que no puedo, estás poseso del todo.

    Polo. – se dice poseído y no poseso, tonto del nabo.

    Marco. – “Pos eso” digo. Te conmino una vez más a que abandones…

    Polo.- ¡Venga carajo! Déjalo ya joder! estás obsesionado con el tema. ¿No ves que estoy a punto de saltar y se puede producir una desgracia? Sigo siendo el mismo de siempre. Encantador y receptivo. ¿No te quieres dar cuenta?

    Marco. –Pues ayer mismo me visioné por decimoctava vez la película del exorcista y tienes toda la pinta de estar poseído por el demonio. No sé si por un súcubo o un íncubo, pero demonio al fin y al cabo.

    Polo.- Vamos a ver campeón, el único tipo de cubo que conozco es el de la basura ¿Te basas en una película y sus tópicos, para confirmar que estoy poseído por un espíritu inmundo? Mira ¿Consideras que cuando tu mujer se pone histérica y te vocifera y está que se sube por las paredes, echando humo por las orejas y espumarajos por la boca, está poseída por Lucifer?

    Marco.- ¡Hombre claro que no! Eso es que tiene una de sus crisis nerviosas.

    Polo.- Y cuando tuvisteis al pequeño ¿Qué?

    Marco.- ¿Qué de qué?

    Polo. – Me dirás que has olvidado los berreos los gritos y sobresaltos que nos ponían a todos el corazón en un puño en mitad de la noche. ¿Y cuando vomitaba la papilla de verduras una y otra vez, pringando a todo aquél que tuviera cerca? ¿Y cuando le daba un berrinche y se ponía rojo, morado o azul alternativamente, según el grado de tozudez del enano? Por no hablar de las babas las cacas y su lenguaje críptico e ininteligible.

    Marco.- Pero estamos hablando de un bebé, eso es lo normal, creo.

    Polo.- Sí, también considerarás normal lo de tu hija, con pelos de loca, piercing y tattoos. Prácticamente metida en la cama todo el día, o encerrada en su cuarto con unos ruidos que denomina música y que son lo más parecido a los ladridos de Cancerbero.                                                      
¿Qué  opinas de cuando los ojos se le ponen en blanco y se le vuelven las órbitas hacia dentro. Y con voz grave, como de camionero cazallero da respuesta a tus recriminaciones de aprovechamiento del tiempo en libros y estudio?

    Marco. – Pero es que te estás refiriendo a una adolescente en plena etapa efervescente en búsqueda de su propia identidad.

    Polo. – De una que le habla a un trozo de plástico que sujeta en las manos mientras sus dedos se convulsionan frenéticamente y se pone unas... orejeras para aislarse del mundo. ¡Lo normal!

    Marco. – No es lo mismo Polo, no es lo mismo.

    Polo. – Te he descrito ni más ni menos todo lo que hace la niña de la peli que has visionado.

    Marco. – Pero esa también blasfemaba, insultaba a los de su entorno y se comportaba de manera provocadora y hasta obscena.

    Polo.- Esa parte te la reservaba a ti frente a la pantalla de plasma viendo correr a un montón de bobos en calzones tras una pelota. Ni que fueran perros sin dignidad. Por cierto, esa niña  también podría estar sufriendo un síndrome de Tourette ¿No crees?

    Marco. – ¡Bueno! que no me convences Polo, que lo tuyo no es normal y te tengo que exorcizar sí o sí  para echarte fuera eso que tienes dentro.

    Polo. – ¡Pero si no tienes ni pajolera idea de qué va esto ni de cómo se hace!. ¿Te han concedido a caso el tercer grado eclesiástico? ¿Sabes lo que es un hisopo? ¿Tienes agua bendita por un casual? ¿Eres presbítero o sacerdote? ¿Tienes el libro de exorcismos reglamentario?

    Marco. – ¡Pues no! Pero es que me ha pillado todo tan de sopetón y a “trasmano” que no me ha dado tiempo a prepararme. Solo encontré  el crucifijo de la primera comunión.

    Polo.- Lo que no comprendo todavía es, qué narices me has visto para empeñarte en que estoy poseído y que tengo algo dentro. ¿No será porque soy negro no? Porque eso se llama racismo y no posesión diabólica que lo sepas.

    Marco.- ¡Qué no Polo! Que es porque eres un gato y me estás hablando, y eso no es algo habitual salvo en las películas de Walt Disney.

    Polo. – ¡Ah! Es eso. Haber empezado por ahí y nos hubiéramos ahorrado todas las disquisiciones y ganado un tiempo precioso. 
¡Bien!, pues te lo repito por última vez.¡O sueltas el crucifijo y te pones de rodillas y me adoras o saco las uñas y te dejo la cara con tantos microsurcos como los que tenían los antiguos Elepés!
 ¡Espera!, que va a ser verdad eso de que tengo una cosa dentro… ¡Aaaahgraufff! 

¡Me lo suponía!, una bola de pelo


Derechos de autor: francisco Moroz




martes, 21 de abril de 2020

Cuestión de confianza





Y ella finge que se lo cree. 
Naturalmente le sigue la corriente para no crear polémicas innecesarias siempre que recibe la consabida llamada desde un hotel; cada una de las veces que el se marcha de viaje por motivos de trabajo.

De este modo son felices.
Componen una pareja estable que es la envidia de todo el vecindario, el ejemplo a seguir de todos sus amigos casados. 

Él tampoco tiene porqué sospechar.
Ella nunca le da razones para hacerlo. Pues no le miente cuando le dice que está en el gimnasio tonificando los músculos con la ayuda y supervisión de su entrenador personal. 


Derechos de autor: Francisco Moroz

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