El montoncito de arena que se está formando a mis pies no es significativo; no en vano he reinado en medio de un desierto.
Tampoco me perjudica ya el frío de la noche o el calor insoportable de la mañana, no siento ni padezco.
No temo el silencio sepulcral ni la oscuridad de mi
encierro. Mucho menos la soledad o el abandono de mis dioses.
Sin embargo me causa pavor solo con imaginar, que todo lo escrito
en el libro de los muertos no sea más que una burda patraña y no haya vida eterna. Y que en los siglos venideros quede
expuesto a la escrutadora mirada de un montón de desconocidos, y además, en paños menores.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Qué triste es ver el destino que han tenido esas momias egipcias que se creyeron dioses en su vida y no son más que cuerpos embalsamados que han pasado tres mil años rodeados de arena. Muy bueno el relato, amigo. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn beso.
Pueden haber sido dioses en vida, pero nunca dijeron que lo serían después de muertos.
EliminarEn su sistema de creencias era lo que correspondía hacer. En la india incineraban a los muertos en Europa los entierran esperando el "juicio final". Diversos pueblos, diversas creencias, ninguna es mejor que otra.
Suerte,
J.
Pues sí, querido faraón, así te ha sucedido. Pero no me digas que no te gusta aunque, sólo sea un poquitín. Venga, sé sincero...
ResponderEliminarUn abrazo
A los faraones los enterraban con tesoros para cuando volvieran a la vida eterna tener de nuevo el poder ¿habrá vuelto alguno y no lo sabemos?.
ResponderEliminarUn abrazo.