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sábado, 4 de marzo de 2023

Mala memoria

  

 

 


 

  Le pedí que hiciera todo lo posible para mantenerlo con vida. El sanitario me miró con desconsuelo para decirme que no había nada que hacer. Que era demasiado tarde y me despidiera de él; pues no sobrevivirá por mucho tiempo. Que los efectos del veneno ya eran irreversibles. 

  Lo observo todo a una distancia prudencial, desde que llegaron a la escena del crimen no dejan que me acerque. Suplico que al menos me permitan decirle lo mucho que le amaba. Aclararle que su muerte inminente la ha provocado un tonto malentendido.

   Y le explico por tercera vez al agente que me retiene, que cuando entré por la puerta usando mi llave, me fui directa a la cocina para mirar la cafetera. Que mi desconcierto fue mayúsculo cuando vi las dos tazas encima de la encimera con parte de su contenido. Que me dirigí al dormitorio lo más deprisa que pude y les sorprendí a los dos abrazados en la cama. Que me paré junto a la puerta; mirándolos con desconcierto más que con enfado. Pues ya conocía de su relación amorosa desde hacía mucho tiempo. Pero que no pude evitar sentir un poco de envidia y algo de celos.

   Que en ese instante solo se me ocurrió formularles una única pregunta: ¿Quién de los dos se ha tomado el café? Y vi en  los ojos de él reflejarse la sospecha.

   En ese momento comprendí lo absurdo de la tragedia. Ella salió de la habitación corriendo, medio desnuda, para llamar a emergencias. Y yo como una tonta me quedé esperando la llegada de la policía.

   Tantos años de asistenta al servicio de estos dos, y se me olvidó que era la señora la que tomaba solamente infusiones después de las comidas y no mi amante.

 


 Derechos de autor: Francisco Moroz

 

 

viernes, 10 de febrero de 2023

La paja en el ojo ajeno

                                        
 
 
                                                                             


  En principio ser un individuo excéntrico no tiene porqué ser algo malo. La palabra significa “descentrado” y aunque ciertos comportamientos nos parezcan fuera de lo común, no necesariamente tienen que hacernos pensar en la insania, aunque muchas veces la genialidad y la locura, a mi entender, vayan tomadas de la mano.

  Todos ellos suelen tener un notable intelecto. Aunque es probado que tanto la creatividad artística o científica, como la capacidad de persuasión y dotes para el mando y la estrategia, suelan provenir del mismo lugar: La esquizofrenia, la depresión la bipolaridad y los complejos de inferioridad. Características, muchas veces relacionadas con la vesania; y si miran ustedes en el diccionario lo que significa esta última palabreja, verán que no se refiere al nombre de una tía abuela de Mondoñedo.

  Rupert Ulante, a mi entender, es el paradigma de uno de esos especímenes. Un “English man” de libro. Con temperamento flemático poco emocional, pero con una labia y un poder de convicción tan espectacular, que sería capaz de vender una bicicleta a un tío sin piernas. Con un carisma tan marcado, que cuando pasea por el parque, hasta los pájaros se le quedan mirando con extrañeza. Y no es para menos, su imagen es desconcertante. Como la de un personaje de principios del siglo XIX escapado de una novela de Dickens. Elegante pero fuera de contexto.

  Cuando empecé a darme cuenta de que algo no funcionaba como era debido en el cerebro de este hombre, fue durante una visita a un centro de arte contemporáneo. Lo hice como obra de caridad, para que no fuera solo; porque al fin y al cabo somos familia. Pero en mala hora me dejé convencer; me juré que nunca más cometería ese mismo error a no ser que estuviese pensando en suicidarme.

  Me dio una mañana de órdago a la grande.

  Antes de entrar en la sala de exposiciones se quedó extasiado un cuarto de hora largo, admirando paisajes inusitados, realizados, según él, con profusión de originales firuletes y ornatos. Justo donde  yo solo era capaz de apreciar manchas de rotulador y espray, conformando grafitis sin ningún gusto estético. Ya adentro se detenía frente a los lienzos más señalados por los críticos culturales.

  Y me iba indicando la calidad de su factura. La delicadeza de sus trazos y la fragilidad de sus texturas. Salpicaduras de tomate y rodales de mostaza sobre una tela es lo que yo contemplaba estupefacto. Como cuando se desparrama el contenido de una Hamburguesa.

  Un poco más adelante me intentaba explicar la excelencia del punto de fuga de alguna obra expuesta, la profundidad de su técnica escarificada con profusión de detalles. Algo que un albañil sin mucha experiencia ni entendimiento hubiera considerado, como simples desconchones de yeso producidos por la humedad. 

  Me señalaba en un cuadro, los marcados contrastes entre los pálidos e hiperbóreos fondos, con los cálidos y subyugantes pigmentos que habitaban en el interior del símbolo representativo de la eternidad y la plenitud;  de lo que visto a ojo de buen cubero por un servidor, eran lunares muy gordos como de vestido de Faralae, pintados con colores chillones sobre un lienzo blanco.

  Pero lo que colmó mi paciencia fue la disertación que se marcó sobre los volúmenes uterinos retrovertidos, que hacían retroceder al espectador al habitáculo del seno primigenio. Y que era significativo, el descarado y genial atrevimiento por parte del autor al tintar el conjunto de rojo pasión. Eso venía a manifestar, la intensidad del amor materno filial. Por otra parte, la pulida superficie de la escultura; era una clara metáfora de la suavidad de la piel femenina, y Las letras de variados tamaños escritas en negro sobre amarillo a lo largo de su plano material, claros indicadores de la génesis creacional de la que todo humano procede. Pues no en vano el verbo y la palabra son el origen de todo.  

  Al llegar a este punto yo le miraba como se mira a un demente: con recelo, pues lo que ensalzaba tan entusiasmado; tal como lo haría un  místico en pleno éxtasis, era un puto extintor colgado de la pared.

  Y a la que salíamos ambos dos por la puerta; él levitando como un ser etéreo y un servidor con un dolor de cabeza descomunal. Achacaba mi falta de sensibilidad y entendimiento a la hora de interpretar una singularidad artística, a la supina ignorancia que me corona, y a no tener capacidad para acercarme con confianza a las tendencias imperantes. Todo ello propiciado por algún trauma infantil y la constreñida, arcaica y caduca educación clasista recibida por mis progenitores. En ese punto, es donde una de mis dos personalidades casi pierde el control pidiendo estrangularlo.

  Llegué a casa descompuesto; con diarrea mental. Haciendo seria promesa de profesar en un monasterio de la Cartuja a las primeras de cambio si era menester. Todo con tal de quitarme de encima al pesado de mi cuñado de forma inminente ¿Qué vería mi hermana en este sujeto que la sedujera? Lo ignoro.

  Ya me dirán ustedes si este no es el prototipo de personaje excéntrico al que me refería al comienzo del texto.

 Ahora espero sepan disculparme. He de ponerme el traje de buzo para refrescar mis neuronas con una buena ducha. Después me echaré una reponedora siesta con mi almohada estampada de los sábados, no sin antes dar tres vueltas completas alrededor de la cama entonando una salve marinera.

 

 
 
Derechos de autor: Francisco Moroz
 

 

 

lunes, 16 de enero de 2023

Pajaritos tatuados

 


 

Mira Roberto, me he prendado de una chica por causa de unos pajaritos tatuados a lo largo del hombro que parecieran salir de su escote. Algo que resulta la mar de excitante pues inconscientemente la vista se me va de abajo arriba, terminando siempre enfrentada con sus ojos de azul cielo que me miran a su vez como llenos de deseo; y hacia donde parecen elevar el vuelo esas manchas negras de tinta bien definidas, con forma de animalillos alados.

Al final me he rendido a la evidencia de mi total enamoramiento. Me hallo subyugado y sometido a un amor inconmensurable por su persona. O eso me parece a mí cada vez que nos encontramos.

Estoy obsesionado de tal manera, que en toda superficie despejada que descubro, escribo: “Te amo, te amo, te amo.” Estoy loco de amor.

Antes de conocerla, pensaba que mi soledad no tenía remedio, un tipo extraño como yo, jugando tras los cristales a ser alguien normal, dibujando corazones con el vaho de mi aliento, sabiendo la dificultad de conocer a una mujer interesante de la cual prendarse.

Me acuerdo que mientras convivía con mis padres, estos discutían cada dos por tres. Yo escondía la cabeza entre mis manos para no oírles. Gritando más que ellos; esperando que alguien viniera pronto a rescatarme. Después mi padre se iba. Me podía  pasar la tarde entera mirando por la ventana por si regresaba, pero cuando lo hacía, al poco tiempo, volvía a desear que se fuera. Mamá lo que esperaba es que más pronto que tarde dejara de llorar por él, pues según ella no lo merecía. No fueron un gran ejemplo a seguir.

Me di cuenta que no merecían la pena ninguno de ellos, los despreciaba y lo demostraba de continuo. Me rebelaba a sus dictámenes con violencia inesperada. Les arañaba, les tiraba objetos a la cabeza, les escupía. No merecían mi respeto. Dejaron de ser personas importantes para mi desarrollo emocional, desde el momento que me sacaron de casa al cumplir los veinte años.

Me tocó buscarme la vida y al principio no me fue mal haciendo trabajillos y encargos eventuales; después caía en barrena cuando me sentía solo. La depresión se convertía en una compañera cada vez más asidua. Me costaba salir adelante, necesitaba ayuda para conseguirlo. Dormía entre cartones, buscaba en la basura y tenía altercados continuamente.

Es entonces cuando me internaron; nadie hubiera apostado entonces por mi recuperación. Salir de esas crisis a base de una medicación que me convertía en un vegetal babeante y balbuciente que no era capaz ni de expresar las ideas más básicas o necesidades más elementales. Era del todo inconcebible. Cuando  salía de ese estado latente me volvía irascible y violento.

Pero era comprensible que quisiera fugarme, Roberto. Todas las mañanas venía un enfermero a administrarme sustancias que me dejaban sin voluntad. Permanecía sentado en una silla; como cuando vivía en casa con mis padres. Mirando tras los cristales dibujando corazones imaginarios a alguien que yo esperara que viniera y me salvara, sacándome de aquel sitio.

Al final tuve que hacer trampa con las pastillas y escapar en un descuido de los celadores que me mantenían encerrado. Y es que, si no lo hubiera hecho me hubiera vuelto loco de remate.

Y menos mal que entonces apareciste tú.  Has sido providencial, como un ángel de la guarda. Por lo menos puedo hablar contigo de mis problemas y mis ilusiones. La verdad es que no he nacido para estar solo, necesito compañía como todo ser humano. Soy un ser sociable y amistoso.

Bueno, al menos con esta chica ya no lo volveré a estar ¿Te gustaría que te la presentara? Vamos a acercarnos a aquella esquina, pasará en unos minutos; últimamente siempre viene en el autobús.

¡Ahí viene, Roberto! ¿La ves?

¡Qué me dices! ¿Qué es un cartel con una modelo que anuncia perfume?¿Qué los pajaritos no son más que manchas de pintura de un grafiti?¿Y encima me recriminas el estar como una puta cabra?

Tú te lo has buscado Roberto ¡Olvídate de mí! Ya no te quiero a mi lado. Mañana mismo empiezo a buscarme otro amigo imaginario más complaciente. Por cierto, pienso que eres un total desequilibrado. Necesitas ayuda.



                                                                                             Derechos de autor: Francisco Moroz

 

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