¡Ah! Los recuerdos me invaden ahora que
presiento se terminan mis días, y puedo deciros que tengo muchos de ellos como
para llenar libros enteros. Pero no os cansaré.
Solo dejaré constancia sobre uno que me ha acompañado siempre:
El encuentro con la mujer a la que amé con más intensidad, La que me hizo volar
alto y llegar a ser quien soy.
Fue en Nápoles, la bendita ciudad que la vio
nacer y que yo visitaba por primera vez, fue el lugar donde nuestras almas
gemelas se encontraron; cerca de El Duomo, una construcción que comparada con
otras catedrales no era gran cosa. Casi escondida entre otros edificios, pasaba
desapercibida al turista despistado. Pero ella estaba allí sacando fotos de la
fachada. Me quedé contemplando su esbelta estampa, su grácil figura al
contraluz de los últimos rayos dorados de la tarde. Tina Fosetti me pareció una
diosa antigua.
Me dirigí a ella con ese atrevimiento que
despliegan los hombres cuando desean algo con intensidad, y le pregunté que la
había llevado hasta allí, y me habló de su gusto por el arte y la cultura clásica, no en vano había
estudiado arqueología y amaba esta tierra que era su casa. Me presenté, y una cosa
llevó a la otra.
Comenzamos a pasear juntos por las calles
desordenadas y concurridas del barrio de
Decumani. Degustamos unas sabrosas pizzas, acompañadas de un Fiano di Avellino
en un restaurante de la zona más populosa y turística de la ciudad llamada Chiaia,
al lado del puerto, flanqueadas sus calles por prestigiosas tiendas y una tenue
iluminación que creaba el aura de misterio tan necesaria, en el arte de la seducción.
A la mañana siguiente me hizo de guía. Mostrándome
el Castel dell´Ovo, desde donde se vislumbraba El Vesubio y la isla de Capri. El
museo Capella de San Severo o el parque arqueológico de Pausilypon, donde ella
gozó como una niña. Como colofón final me sorprendió con la visita a la Nápoles
subterránea donde, junto a ruinas de un teatro romano o un acueducto, pudimos
ver un refugio de la segunda guerra mundial. La historia junto a ella era
apasionante.
Pero mi tragedia estaba servida desde el
momento en que empezó a mencionar a un tal Paolo D´Amico, estudiante y compañero
de su misma facultad y con el que convivía desde hacía dos años.
No presintió la desolación que se apoderaba de
mí, el dolor desgarrador que ocasionaba en mi pecho cada palabra, cada sonrisa
que se le pintaba en la cara cuando lo nombraba a él.
Llegado el momento de partir, quise apurar
hasta el final la jornada, empaparme de su presencia, disfrutar de su esencia y
su carisma; pues no podía pretender más. La despedida aquella última noche fue
desgarradora, ella lloraba y me interrogaba con la mirada, yo callaba, mis ojos ardientes de lágrimas, me sentía morir, pues sabía que no volvería a
verla viva nunca más.
Después, mi existencia dio un giro radical, me
dediqué a negocios no muy limpios pero lucrativos relacionados con el mundo del
arte, Tina despertó mi interés por lo antiguo. América era el paraíso de lo ilegal, y yo había
perdido los escrúpulos desde aquella despedida. Pero hasta que pude, visité su tierra, el lugar donde la dije ¡Adiós!
Recuerdo que…
…La abracé y la apreté fuerte antes de irme y
la dejé allí tendida, en el lugar de nuestra última visita: El cementerio de la
Fontanelle, donde su cadáver pasaría desapercibido, enterrado entre tantos
huesos ornamentales.
Derechos de autor: Francisco Moroz