Tampoco hoy encontré trabajo. Por
más empeño que pongo en demostrar mi profesionalidad, no consigo convencer a
los jefes de personal de las diferentes empresas donde me presento.
Alegan que con ochenta y tres
años tengo un “curriculum notable” pero una “vitae” insuficiente.
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Este oficio es de lo más
monótono. Sobre todo por la cantidad de horas muertas que pasan entre la
atención de un cliente y otro. A eso le sumamos la aparente indiferencia de
estos a pesar de la atención personalizada que reciben por mi parte. Menos mal
que lo compenso con muchos momentos
bucólicos contemplando los cipreses plantados al lado de la tapia. De otra manera
las jornadas se me harían eternas.
¿Por qué me hice sepulturero?
Mi padre me decía que no echara tierra
sobre mi futuro y mi madre me repetía de continuo: “Hagas lo que hagas se
pulcro”
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El próximo favor se lo pido a
Santa Rita que a lo mejor es mucho más receptiva a la hora de concederlos.
Mi único deseo era más que
razonable señor juez, le explico. Encontrar un banco donde recibir el dinero justo por la labor
desempeñada. No está el mercado como para muchas alegrías, pero de algo
tendrían que valer todos los años de preparación y entrenamiento.
El caso es, que en ninguna de las
entidades en las que me presentaba tenían en cuenta mis argumentos. En todas rechazaron
mis propuestas. Quizá no fuera lo más razonable hacerlas a punta de pistola…
Bueno, lo dicho, que rechazo al abogado de oficio, prefiero a la
abogada de los imposibles para que con un poco de suerte me libre de toda pena.
&
– ¡Quiero un
trabajo! ¡Quiero un trabajo! ¡Quiero un trabajo!
– ¡Oiga! Que yo
solo soy un simple funcionario de la oficina del paro
–Perdone, no estaba
hablando con usted, me dirigía al genio de mi lámpara mágica.