Recién amanece cuando vuelvo a salir de casa dejando dos cuerpos enfriándose en el dormitorio; una media hora exacta después de regresar del curro, en lo que está resultando ser una jornada nocturna de lo más movidita que empezó a torcerse, desde el momento en que unos niñatos se colaron, para hacer graffitis en las paredes recién enfoscadas de los pareados de lujo.
Soy
de los que piensa que cada uno de nosotros es responsable de sus acciones, y
estas, sean buenas o malas, repercuten en el estado de ánimo de terceros, que
de una forma o de otra participan en una
especie de tablero de juego donde cada una de las piezas interactúa con el
resto.
Nadie, por tanto, tiene derecho a quejarse si le comen un peón o le tumban al mismísimo
rey en una jugada arriesgada; aunque esta no haya sido lo suficientemente
meditada. Para eso nos otorgaron inteligencia; para saber dirimir en cada situación la
respuesta exacta y no dejar libre albedrío al impulso de la sangre y las
entrañas.
Por
eso mismo pasó lo que tenía que pasar. Di el alto a los grafiteros que salieron corriendo
sin la intención de darme explicaciones de sus actos vandálicos. Aunque justo
después de ser atrapados contra una valla tuvieran mucho interés en negociar
conmigo para irse de rositas y sin castigo previo, pese a llenar de pintarrajos,
casas destinadas a ciudadanos de bien.
Naturalmente
les hice reflexionar con la mejor argumentación sobre lo conveniente del
arrepentimiento, que indefectiblemente conduce a la redención. Me miraron con
desdén y cara de burla. Me juzgaron de inmediato, descalificándome, poniendo en
duda mis capacidades profesionales para desempeñar mis funciones de cancerbero
de la construcción. Adobaron innecesariamente
su precaria dialéctica con palabras como maricón. Llamándome viejo cabrón y
segurata de mierda.
Pero
gracias a mi paciente disposición, pude cerrarles la boca tan predispuesta al
insulto y descrédito del prójimo, sin tan siquiera analizar sus propias máculas.
Creo
sinceramente que utilice con mesura mis palabras mientras aporreaba contundentemente
sus huecas cabezas una y otra vez; hasta dejar de escuchar sus gritos y aplacar las
voces que jaleaban dentro de la mía.
Cuando
me recompuse, lo arreglé todo para no dejar rastro del paso de ese par de
delincuentes descerebrados que habían trastocado mi turno y vejado mi dignidad
de manera tan burda. A lo largo de la mañana el volcado de hormigón en las
zanjas de cimentación haría el resto.
Esta
circunstancia tan desagradable propició el que me viera en la tesitura de
abandonar el tajo y regresar a casa cuatro horas antes de lo previsto, para ducharme
y quitarme la ropa ensangrentada y encontrarme, con el panorama inesperado de
dos cuerpos desnudos tendidos en mi propia cama, solazándose a ritmo de sexo;
el de mi mujer y el de un extraño que me miró perplejo como si se le hubiera
aparecido la virgen de Fátima.
Las
piezas del dominó convenientemente colocadas, caen consecutivamente si se
empuja a la primera; y no hay dos sin tres ¡Bueno! En este caso cuatro. Y una
acción tiene siempre su reacción, y a un hombre justo no se le puede amenazar
en lo más sagrado como puede ser su trabajo, su familia y su honra. Y actúo en consecuencia, aún a pesar de mediar una petición de divorcio por parte de mi cónyuge.
El
destino es un depredador de almas, se ríe de nosotros cada vez que pensamos que
las riendas las manejamos a nuestro antojo. Siendo por lo contrario, lo más
parecido a cabalgar un caballo desbocado.
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Recién amanece cuando vuelvo a salir de casa dejando dos cuerpos enfriándose en el dormitorio y la escena de los hechos totalmente limpia de polvo y paja. Me río para mis adentros por el chiste que acabo de hacer dadas las circunstancias, y con solo dos palabras.
El
motor del coche aún caliente reacciona a la primera, respondiendo con celeridad
al salir del aparcamiento.
Ser
vigilante de seguridad en una obra que construye una urbanización en las
afueras de la ciudad no da muchas alegrías, pero sí suficiente tiempo para leer
novela negra, mi género literario favorito, donde aprendo de los grandes maestros, a cómo tratar a esos listillos que se saltan las normas del juego
establecidas de antemano, intentando predominar por encima del resto. Proporciona cierta sabiduría y me permite jugar en ocasiones con cartas marcadas que favorecen órdagos a la grande.
Regreso
con tiempo de sobra para que el relevo no detecte nada extraño en mi actitud.
Destaco por mi amable presencia y mi equilibrio emocional. No tendré problemas.
¡Pero
claro! Acordaos de lo que os dije sobre el destino caprichoso que sacude el
tablero, descoloca las fichas y rompe las cartas cuando menos lo esperas.
El imbécil que ha colisionado con mi coche hace un minuto; mientras salgo
con prisa del aparcamiento, se baja muy excitado pegando voces, con actitud
amenazante. Abro la puerta con tranquilidad, esbozando la mejor sonrisa de
disculpa, pero empuñando en una de las manos la llave para los pernos de las
ruedas. Quién sabe si este individuo carece de actitud conciliadora y dialogante.