Su preferido era el blanco, con botones nacarados en la espalda y remates color de perla con unas filigranas en los bordes de las mangas.
Al
final no se casaron, no porque no quisieran, por la juventud quizá, que era muy
loca y atrevida. Que parece que va a durar siempre y sin embargo pasa pronto. Y
esos detalles parecen no tener importancia. Y él le quitó esa idea de la
cabeza, un gasto innecesario le dijo. Y ella se dejó convencer, pues lo más
importante lo tenían; el uno al otro más el amor que se profesaban.
Se comían el mundo, se atrevían con cualquier
cosa que se les pusiese delante. Todo reto era poco para ellos y juntos irían a
donde hiciera falta; pero ir hacía un futuro imperfecto era perder esperanza de
continuo. La poca que tenían se empeñaban en tumbarla las sucesivas crisis que no les
dejaron levantar cabeza. Les hacía perder sus trabajos precarios cuando
conseguían alguno, y sucesivamente se comían los pocos dineros que conseguían
ahorrar.
Ambos
estudiaron mientras les tocó hacerlo, tenían una formación muy decente para lo que se estilaba; y a pesar de tanta
reforma educativa que se cambiaba antes casi de ponerse en marcha. Por supuesto cada una
peor que la otra. En esos tiempos en los que se premiaba la ley del mínimo
esfuerzo y se veía mal todo lo que iba en contra de lo políticamente correcto. Mucho buenismo y poca meritocracia.
A
pesar de su preparación no se les ofrecieron muchas posibilidades en un mercado
laboral tan precario y saturado de becarios; que trabajaban prácticamente
gratis para las grandes empresas. Víctimas de mentiras edulcoradas, que se
presentaban como promesas tentadoras de formación y
que quedaban rubricados en contratos basura. Y la vida mientras, se les escurría
como agua, viviéndola como si no fuera la que les correspondiese por ley y por lógica aplastante.
Mientras,
veían como personajes mediáticos desvergonzados se libraban de penas de cárcel merecidas y políticos sin vocación se
subían los sueldos simplemente porque se les ocurría que así debía ser, por eso estaban al servicio de los contribuyentes y estos, se conoce, les daban
mucho que hacer y naturalmente se consideraban merecedores de una compensación
por tan tremendo esfuerzo.
Ellos dos sin embargo, como muchos, levantaban el país, madrugando todos los días y no precisamente para ver el amanecer, y mientras les
duraba el empleo claro; y se deslomaban doce o catorce horas diarias en jornadas que no
parecían llegar a su fin y que a sus jefes les parecían cortas e improductivas. Más solo tenían derecho al salario mínimo que se les
quedaba en nada después de hacer frente a los pagos exigidos por una voraz hacienda.
Y
se reían de todo aquello por lo que no merecía la pena sufrir, pues el humor no les faltaba, y aquello como todo era pasajero y soportable.
No,
al final no se casaron, porque no pudieron; pero vivían juntos en un pisito
alquilado de un barrio periférico y se alimentaban de su amor cotidiano, de ese
del que se nutren los que realmente saben amarse con todas las consecuencias y
a pesar de todas las contrariedades. En ellos, casi se hacían literal los dichos
de “contigo pan y cebolla” y “En la riqueza y la pobreza.” siempre con más de lo segundo por descontado.
No les hizo falta firmar ningún contrato para saber que se tendrían y se apoyarían en la salud y en la enfermedad y en todo lo demás hasta que la parca hiciera su trabajo. Lo suyo no era un amor de usar y tirar cuando finalizara la pasión o se perdieran por el camino la frescura de la piel y la juventud. Eran de la opinión de que con el uso y el roce todo se desgasta pero el verdadero amor se pule, abrillanta y suaviza.
Sus
tesoros fueron pocos; pues no tuvieron hijos, y los objetos son solo eso, cosas
inanimadas que satisfacen lo que dura el momento de
conseguirlos, acumularlos y olvidarlos para que se llenen de polvo.
Su
mayor fortuna fueron por tanto, los momentos compartidos en espacios abiertos y
cerrados. Los instantes tristes y alegres, lo amargo y lo celebrado. Caricias,
besos, abrazos y sonrisas incrementaban su caudal diario de fortuna personal; muchas lágrimas de
impotencia también, porqué negarlo.
Como
aquellas que caían de sus ojos en este
instante pensando en ella, que se fue hace unos meses. Siempre hay uno que se marcha antes, dejando al otro sumido en un vacío inexplicable que le van erosionando las ganas de vivir.
Al
final no hubo boda, no se casaron. Primero porque eran muy jóvenes, después, por todas las circunstancias
que se les fueron acumulando. Y piensa en ella con desconsuelo y la recuerda
con nostalgia. Se entristece, pues sabe que le hubiera gustado lucir ese vestido blanco con
botones nacarados en la espalda y remates color de perla; estando él a su lado,
orgulloso de su compañera. Y
aunque lo más importante lo tuvieron. Ese capricho como otros muchos, no se lo pudo dar.