El
bueno de Roy, quien lo iba a imaginar.
Un exiliado
que se convirtió en el nuevo inquilino de la puerta de enfrente. Un año, nueve
meses, seis días y ocho horas desde que forma parte de esta comunidad de vecinos.
Nuestro
amigo.
&
El primer
café isotónico con nutrientes me lo tomo antes de marchar a trabajar, de
madrugada, como siempre. Solo, en la cocina. No me gusta estar solo, pero ella
no muestra ningún interés en acompañarme.
Cuando me
levanté, mi pareja seguía leyendo tumbada en la cama. Juraría que no había
dormido en toda la noche; está obsesionada con su nueva lectura. Imposible
entablar una conversación con ella desde aquél desafortunado
accidente, que sufrió a bordo de un trasladador electromagnético.
Destrozadas muchas partes de su cuerpo no ha vuelto a ser la misma; me figuro
que la experiencia le dejó secuelas postraumáticas irreversibles.
Afortunadamente la nanotecnología suplantó sus miembros y órganos destruidos. Se convirtió en
una cybort. Pero su mente había quedado dañada; como si su parte afectiva se
hubiera esfumado.
Me acerco
suavemente donde ella está y la incorporo con cuidado para no romperla – ese es mi
miedo-. Mientras le digo:
–Cariño,
tenemos que hablar.
Vuelve su
cabeza y consigo ver como dos lucecitas encendidas en sus pupilas que se
extinguen a continuación silenciosamente.
–Dime ¿Qué
necesitas?
Cuando dice
esas dos palabras me parece oír también un pitido infinito e irracional.
Incomprensible dentro de mi cabeza. Una señal de alarma que me avisa de que algo
no funciona.
–Solo te
necesito a ti, parece que últimamente no me conoces. Es como convivir con una
desconocida. Como si estuvieras a miles de kilómetros de aquí. En otra galaxia
lejana. Ni un solo abrazo, ni un fugaz beso. Te extraño mi amor.
–Bueno, me responde
fríamente, a lo mejor es que me condiciona el libro que tengo entre las manos.
Me tiene como abducida. Es muy interesante. No puedo dejar de leerlo una y otra
vez. Añoro algo, pero no sabría decirte qué.
– ¿Cómo se
titula?
– ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?
No la
respondo, desconozco el libro en cuestión. No sé donde lo ha podido conseguir.
Pues ese tipo de soporte dejó de utilizarse hace décadas.
Recuerdo de
pronto que sí visioné la antigua película que se basó en él, pero con otro
título –Blade Runner- si no me equivoco. A ese enigmático androide. Su
inolvidable alegato mientras agoniza en la azotea de un edificio. Empapado por
la lluvia; como ahogado en una laguna de lágrimas. Lágrimas comparables a
nuestra existencia mortal. Rememoro esa especie de testamento final.
Me pregunté
entonces, como un ser que era puro código y algoritmos, clemas, tarjetas
electrónicas y circuitos integrados recubiertos de fibra orgánica parecida a la
piel, podía interactuar con los seres humanos. Androides, a los que les faltaba
alma para sentir. Incapacitados para la emoción. Que no envejecen y en
apariencia no sufren, pues desconocen el dolor. Pero que inexplicablemente
ansiaban su propia libertad.
Sacudo mi
abstracción momentánea y la miro a los ojos. Está como desconectada. La dejo
suave, para que siga a lo suyo. Me entristezco, quiero hacerla feliz y me
siento impotente por no saber hacerlo.
Me marcho
descorazonado. Abro la puerta y en el descansillo me encuentro con el nuevo
vecino. Me saluda sonriente alzando su palma abierta. Nos deseamos un buen día
y marchamos juntos hasta el portal.
De pronto se
ladea, me agarra del brazo sin violencia y me interpela a bocajarro:
–No se te ve
feliz.
Y no sabría
decir porqué maldita inercia, le respondo:
–Es por mi
compañera. –y a partir de ahí se inicia una agradable, lúcida y discreta
conversación. Roy tiene una especie de carisma que magnetiza. Su mirada
quizá, la modulación de su voz. Sus palabras…
Nos
despedimos. Y antes de separarnos le digo:
–Pásate por
casa y así conoces también a Altair. Es el nombre de mi pareja.
&
Altair y Roy
parecieran conocerse de toda la vida, enseguida conectan. Ella muestra un
interés por todo lo que sale de sus labios. Está pendiente de él, como
hechizada. Me pongo celoso de repente, siento envidia de ese desconocido que ha
sabido conquistar a esa mujer parcheada con dispositivos y artefactos
protésicos, a la que estoy perdiendo.
Hablan de la
música de las esferas, de viajes por el universo, de lecturas inabarcables, de
códigos desconocidos para mí. Roy parecíera saberlo todo.
Cuando en un
momento él le indica que su nombre es el mismo que posee una estrella ubicada
en la constelación del águila. Que significa “vuelo” ansias de libertad. Ella
rompe a llorar.
Veo aturdido
como la atrae hacia sí abrazándola con delicadeza inusitada, mientras acaricia
la despejada cabeza de Altair que desahoga todo su dolor entre los brazos de
nuestro vecino, que la acuna con ternura.
&
Mi concepto
de este mundo gris llamado tierra, que se precipita en el abismo de la
deshumanización, ha cambiado a partir de conocer a Roy, un replicante. Él no me arrebató nada.
Me dio sin embargo la esperanza de que no todo está perdido. Habrá futuro, en tanto esa fuerza más grande que la que aporta la fractofusión se imponga.
Mientras el origen de la energía más potente que la de los rayos solares se
manifieste. El amor y la sonrisa.
La
nebulosa se despejó ante mis ojos cuando dijo:
–“Yo he
visto cosas que vosotros nunca creeríais" Es hora de vivir.
Derechos de autor: Francisco Moroz
A lo largo del relato me he permitido hacer dos guiños. Uno al libro de Philip K. Dick y otro a la película de Ridley Scott.
Os invito a que los descubrais.
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Efectivamente, alguno de vosotros reconocisteis el nombre de Roy como el del replicante de la película -Blade Runner- "Roy Batty". Esa era el guiño a la película. junto con la frase final: "Yo he visto cosas que vosotros nunca creeríais".
¿Y la referencia al libro?
Pues justo al comienzo del relato donde pone Un año, nueve meses, seis días y ocho horas" "1968" el año en el que se publicó el libro -¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?-