Estimado Arturo.
La presente es para recordarte el asunto que tenemos pendiente desde hace más de cincuenta y cuatro años.
Creo que va siendo hora de solucionarlo con naturalidad, para que después no haya mal entendidos entre nosotros, no sea que me presente de improviso y te violente con mi presencia, causándote molestias por pillarte en mal momento; pues te encuentres atareado con algún tema referente a tu trabajo de escritor, enfrascado en narrativas, tramas, nudos y desenlaces.
Sabes que el plazo acordado oportunamente fue harto generoso. Pero no sé si por desidia, pereza o necesidad del guion, la cosa se nos ha alargado un poquito. No es posible más dilación al respecto.
Yo también estoy supeditada a la misma regla que nos rige a todos. El tiempo no es algo que sobre, y yo menos que nadie, puedo permitirme el lujo de obviar este punto.
Por tanto y dando por supuesto, que como buen lector leerás esta epístola en cuanto la recibas, te indico de antemano que me pasaré por tu ciudad para recogerte, el diecinueve de abril de este mismo año; digamos que a las dieciocho horas con treinta y siete minutos.
Es evidente, que tu incomparecencia será tomada como una falta de respeto para conmigo y las normas establecidas. Que las consecuencias serían nefastas, obligándome a tomar medidas drásticas.
Sin más, me despido con un fuerte abrazo que espero darte próximamente de manera íntima y personal.
Siempre tuya, pero compartida:
La muerte.