martes, 16 de junio de 2015

Lamento de un preso de amor







Entrar inesperadamente en tu mente,
y descubrir que piensas en mi. 
¿Que mejor sueño y regalo he pretendido
y forma de ser feliz habré soñado?

Nunca ambicioné ser importante,
solo ante tus ojos superarme con esfuerzo.
Solo en amarte intenté ser más perfecto,
duplique mi pasión cual Prometeo, jugué con fuego.

Gasté mis fuerzas en amarte,
me consumí en tus llamas sin saberlo.
Y sin querer me volví audaz explorador de tus caprichos,
transigiendo en tus labios cual pueril Efebo.

Y después de todo me olvidaste en el instante,
en que viste complacidos tus anhelos.
que triste situación la que creaste,
despeñando a este insensato en el infierno.

Y me siento: atolondrado como niño,
derrotado por caprichos de tu ego.
Pero no haré culpable al amor del cataclismo
pues solo yo soy el culpable de ser tu reo.

Sediento de tu presencia recordada,
hambriento de tu cuerpo en el deseo.
Sumido en tinieblas sin la luz de tus ojos,
encerrado en el recuerdo de tu esencia.

Peno por ti. Tirana reina.

En cárcel de amor me tienes preso.



Derechos de autor: Francisco Moroz:


viernes, 12 de junio de 2015

El reloj del abuelo



En esos estados anímicos en los que corazón y cerebro se unen, y los sentimientos afloran a borbotones al igual que los pensamientos: ¡Todos a la vez! Solo cabe recordar queridas vivencias pasadas que en su día no tenían importancia, y que sin embargo hoy te hacen enjugar lágrimas emocionadas.

Un reloj es una mera máquina casi de precisión, que marca las horas de nuestro tiempo. Un mero objeto útil y a la vez decorativo.


El abuelo tenía uno. Uno de pared, de esos de cuerpo entero, con péndulo y contrapesas. Los denominados: de carillón, que daba sus horas con parsimonia casi ceremonial. 


Era un reloj querido y respetado por lo que representaba. Solo el abuelo le daba cuerda.

No porque los demás no quisieran o no se sintieran capacitados o perezosos para hacerlo. Más bien porque representaba todo un ritual el realizarlo y era tarea reservada solo a él, que era una persona ordenada donde las hubiera: "Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa". Le gustaba tocar y retocar hasta dejar todo en su justo lugar. Ni más adelante ni más atrás, ni muy a la izquierda ni lo contrario. ¡Vamos!¡ En el lugar correspondiente según su percepción casi extrasensorial, casi rayana en la perfección de su reloj. 

Con movimientos pausados y concentración absoluta, abría la puerta de madera lacada y cristal, manipulando el interior de la caja. Movía las cadenas para dejarlas equilibradas y de la misma forma las pesas centradas, con rigor de cirujano, dejando todo a su gusto. 


No cejaba hasta que el ritmo pendular sonaba armonioso y "adagio". Esto hacía que esta pura máquina adquiriera personalidad propia de la mano de este hombre con alma sensible.


Yo creo que en cierta manera le imprimió parte de los latidos de su corazón, convirtiéndose, en una presencia reverenciada e imprescindible. Su resonancia campanera desgranaba las horas y a su vez reivindicaba un : ¡Aquí estoy!


El abuelo se quedó casi ciego, pero su misión jamás quedó sin ejecutar, a tientas, con lentes de super aumento y pidiendo indicaciones llegado el caso a los familiares; pero nunca delegando a otros lo que era todo un ceremonial vedado a los legos y novicios no versados y reservado para el experimentado maestro en el que se había convertido.


Pero ocurrió lo que ocurrió: Que al abuelo se le terminó su propio tiempo y al reloj se le acabó la cuerda. Se paró como para ser solidario con su no presencia. Como animal fiel que muere junto a su amo, al lado del que le inculcó algo de su propio ser y personalidad.


Desde entonces no hay nadie que se atreva a dar vida al reloj, que sigue con su sola presencia vigilante, lanzando su mensaje al que sabe leer en los renglones torcidos de lo divino y de lo humano:


"El tiempo no se trasmuta. Ni se alarga ni se acorta. El tiempo es intangible e irrecuperable. El tiempo es el que es, mientras dura 

Después todo es irreversible..."

Salvo los recuerdos que vienen a raudales cuando los convocas. Convirtiendo esos detalles casi olvidados en excusas perfectas que hacen restañar lágrimas fugitivas de añoranza.


El reloj del abuelo cual máquina del tiempo me trasladó a un pasado que ahora rememoro y escribo.





Aportación para el concurso: La máquina el tiempo, propuesta por El círculo de escritores 


Derechos de autor: Francisco Moroz

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