Una explosión en la carretera al paso de un convoy.
Salieron, asustados de la pequeña casa, y vieron desde donde se encontraban los hierros retorcidos y los restos humeantes de lo que había sido hasta hace
unos momentos un vehículo semiblindado.
Soldados armados, salían de otros
situados más atrás y miraban desconfiados hacia ellos. Les gritaban en un idioma que no entendían y
se acercaban gesticulantes mientras les apuntaban con sus fusiles.
¡No! No era un sueño, era la pesadilla que se
representaba allí en medio de la nada, donde ellos habitaban e intentaban
sobrevivir al caos de la intolerancia de los dos bandos.
Los soldados se acercaban amenazantes requiriéndoles
a que no se moviesen. ¿No veían acaso que eran dos ancianos que no hubieran podido
huir aunque quisieran?
Cuando comprobaron que no representaban ningún peligro,
trajeron a los heridos que habían sobrevivido al ataque, uno de ellos
conmocionado por las terribles heridas
deliraba.
La mujer no comprendía lo que decía pero, pidió permiso a los
soldados para poder acercarse a él.
Le agarró las manos y empezó a cantar una dulce
canción, el joven la miró, llegando a pronunciar solo unas palabras antes de
expirar:
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