lunes, 13 de junio de 2016

La gran prueba



Las mañanas, si no llueve, las emplearemos para el entrenamiento en carrera y perseverancia. Tienes que estar preparada para competir contra la mejor, sacando partido de todas tus ventajas físicas y mentales con respecto a tu opositora.

Me congratula el que me hayas elegido como entrenador personal. Si te entregas en cuerpo y alma ¡ganarás! estoy casi seguro.

Harás historia con tu proeza, quedando reflejada en los anales de los relatos épicos con un titular que podría parecerse a este: La gran carrera que ganó la tortuga a una liebre.


Derechos de autor: Francisco Moroz


sábado, 11 de junio de 2016

Reflexión existencial




¡Ya veo la luz! ¡La veo! Allá a lo lejos todavía, pero cada vez más cercana. Una luz que me llama y me atrae hacia una especie de puerta abierta que me dará una presentida trascendencia cuajada de eternidad.

Los mayores me explicaron unas cuantas veces que nuestra vida es efímera, que nacemos poco más que para madurar convenientemente, aprender a sobrevivir lo necesario para buscar y encontrar pareja y procrear para que la especie no se extinga nunca.

¡Qué sutil forma de comunicarme que daba lo mismo lo que hiciese! Mi cuerpo se consumiría a pesar de todo en un instante de futilidad, sin dejar nada más que un exánime cadáver gris ceniza que alguien soplaría para hacerlo desaparecer de la faz del mundo.

Mis sueños de grandeza se volatilizaron según me hacia consciente de que mi existencia se ceñía a un plan que parecía premeditado y urdido de antemano por los dioses creadores de tanta fragilidad.
Daba lo mismo lo que hiciese, los giros inesperados que parecían espontáneos y los cambios de rumbo que había trabajado tanto, no eran sino parte de la carga genética que trasportaba mi ADN.

Me gustaría corregir la plana a esos gurús de lo predecible, emprender hazañas inesperadas que me hiciesen un ser especial y admirado. Pero es tarde para ello, la luz me atrae y me llama irremisiblemente. Voy hacia ella de forma hipnótica, también eso parece estar establecido por ciertos patrones de conducta contra los que no puedo rebelarme.

¡En fin! No me resisto a mi suerte, a lo mejor en otra vida pueda cambiar pautas y utilizar eso que llaman los hombres libre albedrío.

Yo soy tan solo una molesta polilla atraída por un foco incandescente que acabará conmigo y con mi inesperada reflexión.


Derechos de autor: Francisco Moroz

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