miércoles, 3 de agosto de 2016

Hasta el final




Quiero enamorarte de nuevo y demostrar
que en el amor, la rutina es un mito.
Abrazarte con tal cariño que comprendas
que el deseo no se acaba con la juventud, que es pasajera.


Que prefiero compartir nuestros abismos,
en lugar de la silenciosa soledad del egoísmo.
Caminar con nuestras manos agarradas,
tener como horizonte tu persona enmarcada en nuestro cielo.


Saberte siempre cerca aún en la distancia,
añorar el encuentro mutuo y celebrarlo.
Siempre amándote como en noviazgo interminable,
nuestros destinos los mismos en la misma nave navegados.


Siendo capaces de resolver con palabras los problemas,
Terminando con la sonrisa un desacuerdo,
No acabar ninguna noche sin un beso,
y anhelar ser siempre uno y nunca el primero.


 Seremos capaces sin inquietud, de seguir el ritmo que nos pidan,
sabiendo que andamos de paso y de prestado.
que al igual que recibimos se nos quita,
y solo el uno al otro nos tenemos.


Solamente con eso es suficiente
para llenar toda una vida de motivos.
Tan solo en tu presencia estoy saciado
Y plenamente desbordado en mil sentidos.


Te agradezco compañera:
Los años invertidos en mi alma, el tiempo en escucharme,
por perdonar mis errores y tenderme la mano en la caída.
Por la sonrisa amiga de tu boca, el deseo, el beso y la caricia.


Te quiero por ese “más que tanto” que regalas a mis días
Con pasión, con calma y con desvelo
Con revuelo de miradas envueltas en ternura,
 Por tu sencillez te amo sin necesitar la luna.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 1 de agosto de 2016

¡Uno, dos!




Mamá vigila mis juegos, siempre tan pendiente de mi seguridad.
Pero yo quiero volar y esta vez lo conseguiré.
¡Uno, dos!¡Uno, dos! me impulso hacia arriba después para abajo ¡Uno, dos! Me elevo cada vez un poco más; con un mínimo de fuerza seguro que mis pies tocarán las ramas del árbol que tengo en frente... ¡Uno, dos!

-¡Nena ten cuidado! -dice mamá, pero ella no sabe lo que es volar ni ser libre como los pájaros que van donde quieren. Ella siempre está atada en casa con sus tareas, sin tiempo para ponerse guapa y salir a pasear, y todo desde que papá se fue y no volvió más. Ella me explicó que se había ido de viaje, pero yo la oía llorar por la noche cuando pensaba que dormía. Ya no sonríe como antes, y me protege de tal manera que me siento frágil y pequeña.

¡Uno, dos! sigo remontando el aire que silba alrededor como animándome a continuar ganando velocidad. Hoy voy a conseguirlo, seguro, con empeño y toda la fuerza de mis piernas.

-¡Aurora por Dios!¡Más despacio!¡Te vas a caer y te harás daño hija!

El columpio del parque es mi rampa de lanzamiento y yo un cohete que volará lejos de la tristeza que hay en casa, lejos de las caras de pena de mis vecinos y las muecas y cuchicheos de los compañeros del cole que me llaman rara porque leo en el recreo en vez de jugar a la pelota, por querer aprender y pretender realizar mis sueños... "Aurora la rara" me dicen.

¡Uno, dos! ¡Uno, dos! voy cogiendo cada vez más altura, me siento importante aquí arriba, controlo mis movimientos y soy ligera. Cuando sea el momento me suelto y salgo volando.


¡Hoy sí! No como otras veces que caigo en el arenero por no decidir el momento justo.
¡Arriba!¡Abajo! ¡Uno, dos!

Lo que menos me gusta es que me empujen mientras me insultan:¡Aurora es tonta!¡Flaca!¡Gafotas! Creo que disfrutan y jalean para sentirse importantes, y cuando lloro porque me hacen daño se ríen y me llaman canija.

Cuando se enteren de que sé volar y me vean hacerlo por encima de ellos me dejarán en paz y me respetarán.

Y hoy es el día, porque ya no aguantaría ni uno más y me iría debilitando, y después ya no podría darle con fuerza a la silla del columpio y me tendría que quedar siempre así, conformándome con el suave balanceo y mi frustración.

¡Uno, dos!¡Uno, dos!¡Abajo, arriba! ¡Yaaaaa! y con un grito de triunfo Aurora se suelta de las cadenas que agarraban con fuerza sus manos. 

Las cadenas que la atan a su linda y frágil vida, y sale disparada hacía lo alto y vuela.

-¡Vuelooo!¡Por fin! ¡Lo conseguí! Ahora veo todo desde arriba: los columpios del parque y los bancos. Estoy por encima de los árboles y las farolas. De la gente que corre allá abajo como animalillos asustados y veo a mi madre de rodillas en el suelo a la que escucho gritar: ¡Aurora mi niña! y junto a ella también alcanzo a ver mi cuerpo desmadejado con la cabeza en una posición imposible.

¡Vuelo! pero no me gusta lo que siento, no soy feliz y tengo ganas de llorar y no puedo, no comprendo el porqué de esta tristeza...
¡Y estoy tan lejos del suelo! ¡Sin poder abrazar a mi Mamá! sin poder alcanzarla.





                                                                                          Derechos de autor: Francisco Moroz



viernes, 29 de julio de 2016

Al calor de las letras




Creo haber sido testigo y a la vez víctima de una desgracia. 

Me hallaba sentado ante el ordenador delante de una página virtual en blanco, intentando escribir algo coherente y con sentido, unas letras iluminadas que formasen un relato corto que fuese mínimamente atractivo como para que un supuesto lector exigente en sus gustos, se tomase la molestia de leerlo. Pero nada, la inspiración debía estar de vacaciones, pues ninguna idea genial me venía a las mientes.

Cuando más desesperado estaba, y ante la imposibilidad de coger la hoja y arrugarla para tirarla a la papelera, uno de los grandes problemas de lo virtual; sentí un escalofrió mojado en mi nuca y un pequeño temblor en mi cuerpo que me anunciaba que un espíritu creativo y fértil estaba a mi lado.

De pronto una chispa se encendió en mi cerebro, chispa que hizo funcionar las neuronas con velocidad de vagoneta de montaña rusa en caída libre.
Mis dedos empezaron a teclear frenéticos movidos por la inercia motivadora de unas células grises que habían recibido la señal divina de la musa de turno, que con suma generosidad acudió a mi llamada posándose sobre mis hombros, susurrándome una historia la mar de sugerente.

Como pájaro áureo de fuego me incendiaba con su energía radiante y purificadora de ardiente sol. Todo mi ser se calentaba con su aliento cálido traído desde el parnaso de los escritores...

Pero la tragedia ocurrió de pronto: mis dedos se paralizaron, las ideas se esfumaron tan rápido como vinieron. 
Fue la desgracia a la que me refería en el comienzo:

Mi musa se había derretido sobre mi cuerpo dejándome pringoso. O eso, o que la maldita e infernal temperatura me hizo sudar a mares, anulando toda capacidad de raciocinio y concentración. Así es imposible escribir, está visto que las letras, al contrario que las bicicletas, no son para el verano.

¡Ozú que calor!


Derechos de autor: Francisco Moroz



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