Todos sabemos las diferencias entre la
lengua y el lenguaje.
La primera es la formada por el conjunto de
sonidos orales y signos escritos que nos sirven para comunicarnos entre
nosotros. Serán diferentes según las comunidades lingüísticas que los utilicen.
La segunda es la capacidad que tiene el ser
humano de utilizar esos signos, gestos y sonidos según el significado atribuido
de antemano a los mismos, para hacerse entender por otros congéneres.
Aunque la comunicación tanto oral como
escrita posee elementos diferenciados y autónomos y distintas combinaciones,
pueden complementarse perfectamente.
Tanto el transmisor como el receptor en esta
interrelación que llamamos comunicación, poseerán pues, las herramientas adecuadas
para entenderse y relacionarse de forma adecuada.
¿Este prólogo viene a cuento de qué?
Sencillo.
Cuando hablamos: informamos, describimos,
ordenamos, suplicamos, pedimos, felicitamos… Y si llega el caso también insultamos.
Lo podemos hacer de forma elegante o grosera. Disfrazando nuestra intención con
palabras sutiles o de esas tan sonoras y contundentes con las que se nos llena la boca de exabrupto.
En todo caso el objetivo es herir la sensibilidad y socavar la autoestima del receptor para humillarlo de todas todas.
En todo caso el objetivo es herir la sensibilidad y socavar la autoestima del receptor para humillarlo de todas todas.
Para poder comprender lo que a veces se nos
dice o decimos, es importante saber que significa lo que se trasmite. Eso es
harto difícil cuando no conocemos el origen de ciertas palabras utilizadas
en la actualidad, y su correcto significado.
Hasta para el insulto y el reniego
necesitamos unos conocimientos básicos para no recaer en lo repetitivo y en la
sobre utilización de ciertos “Palabros” que de por sí, quizás no significan lo
que realmente creemos que significan.
Hasta insultar requiere de conocimiento y arte, se debería realizar con propiedad y no "al buen tún tún".
Como bien dijo Cervantes: "De la lengua provienen la mayoría de los males el hombre"
Por ello en este apartado os iré presentando palabritas malsonantes, disonantes y ofensivas pero no con el ánimo de que insultéis mucho, pero sí para que cuando lo hagáis, lo hagáis con corrección y propiedad.
Hasta insultar requiere de conocimiento y arte, se debería realizar con propiedad y no "al buen tún tún".
Como bien dijo Cervantes: "De la lengua provienen la mayoría de los males el hombre"
Por ello en este apartado os iré presentando palabritas malsonantes, disonantes y ofensivas pero no con el ánimo de que insultéis mucho, pero sí para que cuando lo hagáis, lo hagáis con corrección y propiedad.
Empezamos.
Cuando a alguien lo tachamos de: Gilipollas
se nos llena la boca de algo "aparentoso" y altamente ofensivo, y sin embargo simplemente le
estamos llamando Tontito, alguien que va por la vida sin saber que es tonto, siéndolo hasta la saciedad.
Al contrario, cuando lo llamamos Imbécil, parece que el insulto no lo es tanto, incluso nos parece palabra pasada de moda de las que utilizaban nuestros abuelos y la gente muy cursi y refinada.
Algo muy lejos de la realidad.
Al contrario, cuando lo llamamos Imbécil, parece que el insulto no lo es tanto, incluso nos parece palabra pasada de moda de las que utilizaban nuestros abuelos y la gente muy cursi y refinada.
Algo muy lejos de la realidad.
Según la R.A.E la palabra Imbécil puede
significar dos cosas: Alelado, loco, falto de razón, débil mental. Y por otra
parte: flaqueza y debilidad. Con lo cual el insulto recibido es mucho más culto y soterrado.
Pero lo más curioso es, que aunque ahora se utilice como insulto en mayor o menor grado, en épocas pasadas no lo fue. Su procedencia como casi todas las palabras en castellano, procede del latín: Imbécillis-llum que en un principio significaba: falto de apoyo, designándose de esta manera a los individuos que tenían alguna tara física y no podían valerse por sí solos.
En otra acepción su significado es: sin bastón o cetro con lo cual señalaba a los niños o jóvenes inmaduros que no necesitaban esos instrumentos protésicos pero que a su vez carecían de sabiduría, inteligencia y sensatez que al contrario, portaban los ancianos. Y en una tercera acepción podría significar no acto para la guerra, denostando con ello al individuo referido como inútil, inservible y menguado de facultades para la realización de insignes hazañas o arduas labores.
En la antigüedad no era utilizado como insulto para denigrar al prójimo. Lo fue a partir del siglo XIX en Francia, extendiendose por el resto del continente europeo con el implícito significado de: Débil mental
Pero lo más curioso es, que aunque ahora se utilice como insulto en mayor o menor grado, en épocas pasadas no lo fue. Su procedencia como casi todas las palabras en castellano, procede del latín: Imbécillis-llum que en un principio significaba: falto de apoyo, designándose de esta manera a los individuos que tenían alguna tara física y no podían valerse por sí solos.
En otra acepción su significado es: sin bastón o cetro con lo cual señalaba a los niños o jóvenes inmaduros que no necesitaban esos instrumentos protésicos pero que a su vez carecían de sabiduría, inteligencia y sensatez que al contrario, portaban los ancianos. Y en una tercera acepción podría significar no acto para la guerra, denostando con ello al individuo referido como inútil, inservible y menguado de facultades para la realización de insignes hazañas o arduas labores.
En la antigüedad no era utilizado como insulto para denigrar al prójimo. Lo fue a partir del siglo XIX en Francia, extendiendose por el resto del continente europeo con el implícito significado de: Débil mental
El uso que hacemos de este insulto en la
actualidad ha menguado con respecto al de Gilipollas y sin embargo las
acepciones ofensivas contenidas en él, son mayores en grado con diferencia.
Seguiré renegando en otra entrega de este
apartado
“Fuera de contexto”
Derechos de autor: Francisco Moroz