viernes, 2 de septiembre de 2016

Nápoles para enamorarse





¡Ah! Los recuerdos me invaden ahora que presiento se terminan mis días, y puedo deciros que tengo muchos de ellos como para llenar libros enteros. Pero no os cansaré.

Solo dejaré constancia sobre uno que me ha acompañado siempre: El encuentro con la mujer a la que amé con más intensidad, La que me hizo volar alto y llegar a ser quien soy.
Fue en Nápoles, la bendita ciudad que la vio nacer y que yo visitaba por primera vez, fue el lugar donde nuestras almas gemelas se encontraron; cerca de El Duomo, una construcción que comparada con otras catedrales no era gran cosa. Casi escondida entre otros edificios, pasaba desapercibida al turista despistado. Pero ella estaba allí sacando fotos de la fachada. Me quedé contemplando su esbelta estampa, su grácil figura al contraluz de los últimos rayos dorados de la tarde. Tina Fosetti me pareció una diosa antigua.

Me dirigí a ella con ese atrevimiento que despliegan los hombres cuando desean algo con intensidad, y le pregunté que la había llevado hasta allí, y me habló de su gusto por el arte y  la cultura clásica, no en vano había estudiado arqueología y amaba esta tierra que era su casa. Me presenté, y una cosa llevó a la otra.

Comenzamos a pasear juntos por las calles desordenadas y concurridas del  barrio de Decumani. Degustamos unas sabrosas pizzas, acompañadas de un Fiano di Avellino en un restaurante de la zona más populosa y turística de la ciudad llamada Chiaia, al lado del puerto, flanqueadas sus calles por prestigiosas tiendas y una tenue iluminación que creaba el aura de misterio tan necesaria, en el arte de la seducción.

A la mañana siguiente me hizo de guía. Mostrándome el Castel dell´Ovo, desde donde se vislumbraba El Vesubio y la isla de Capri. El museo Capella de San Severo o el parque arqueológico de Pausilypon, donde ella gozó como una niña. Como colofón final me sorprendió con la visita a la Nápoles subterránea donde, junto a ruinas de un teatro romano o un acueducto, pudimos ver un refugio de la segunda guerra mundial. La historia junto a ella era apasionante.

Pero mi tragedia estaba servida desde el momento en que empezó a mencionar a un tal Paolo D´Amico, estudiante y compañero de su misma facultad y con el que convivía desde hacía dos años.
No presintió la desolación que se apoderaba de mí, el dolor desgarrador que ocasionaba en mi pecho cada palabra, cada sonrisa que se le pintaba en la cara cuando lo nombraba a él.

Llegado el momento de partir, quise apurar hasta el final la jornada, empaparme de su presencia, disfrutar de su esencia y su carisma; pues no podía pretender más. La despedida aquella última noche fue desgarradora, ella lloraba y me interrogaba con la mirada, yo callaba, mis ojos ardientes de lágrimas, me sentía morir, pues sabía que no volvería a verla viva nunca más.

Después, mi existencia dio un giro radical, me dediqué a negocios no muy limpios pero lucrativos relacionados con el mundo del arte, Tina despertó mi interés por lo antiguo. América era el paraíso de lo ilegal, y yo había perdido los escrúpulos desde aquella despedida. Pero hasta que pude, visité su tierra, el lugar donde la dije ¡Adiós!

Recuerdo que…

…La abracé y la apreté fuerte antes de irme y la dejé allí tendida, en el lugar de nuestra última visita: El cementerio de la Fontanelle, donde su cadáver pasaría desapercibido, enterrado entre tantos huesos ornamentales.

Os confieso que en mi larga existencia, no he conocido todavía a ningún mafioso napolitano.



Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 30 de agosto de 2016

Me pareció ver un lindo gatito (2)




Todos podemos imaginarnos que es lo que pasaría si fuéramos capaces de introducir un gato en un saco. Claro que lo primero deberíamos ser capaces de meterlo, labor harto complicada cuando el minino en cuestión se niega a ser partícipe de tan aviesas intenciones. A ese reto le añadimos el de abrir el saco unas horas después. Creo que pocos tendrían agallas de realizar esta tarea por otro lado tan absurda, sabiendo que una pequeña fiera con ganas de venganza nos acecha desde el fondo de ese saco dispuesta a sacarnos lo ojos.

Pues hay una frase que aparentemente nos previene sobre ello, o eso nos parece cuando la oímos.

“Aquí hay gato encerrado” 

¡Pues no! Nada que ver con el rollito tan ilustrativo que me he marcado anteriormente. Aunque en mi favor diré que sí tiene que ver con el significado de dicha frase en la que básicamente se nos previene de razones y asuntos que por alguna causa se nos quieren ocultar. Y nuestra sospecha de que no está todo tan claro como debería estarlo, y no se nos cuenta toda la verdad con respecto a algo.

El origen de la frase es de lo más curioso. Pues en este caso la palabra “Gato” no es referida al pequeño felino sino a las bolsas utilizadas en el siglo XVIII para guardar las monedas, pues estás (las taleguillas) estaban confeccionadas al parecer con la piel de dicho animal.

El caso es que, cuando los amigos de lo ajeno, que también los había en el siglo de Quevedo, Cervantes y Lope de Vega (Siglo de Oro) avistaban a una posible víctima portadora de dicha bolsa llena de dineros; se avisaban entre ellos con la susodicha frase que fue llegando a nuestro siglo, con otros significados y sin nada que ver con bolsas, gatos ni monedas.

Por cierto a los cacos que robaban dichas bolsas se les acabó llamando gatos y fue Quevedo precisamente en uno de sus textos el que nos daba razón de ello:

“Por importar en los tratos y dar buenos consejos, en las casas de los viejos, gatos le guardan de gatos”.
(Poderoso caballero es Don dinero)

Pero otra teoría mucho más peregrina, vincula a Alan Poe y uno de sus libros: -El gato negro- con la frase de marras.
Pues en dicha historia, los policías que investigan la desaparición de un individuo, descubren el cadáver de este, emparedado junto a su gato, que vivo, emite maullidos desesperados de socorro.

Efectivamente se podría decir con propiedad que allí “Había gato encerrado” junto con fiambre.


Y con el fiambre engancho por razones aparentes, con la segunda frase:

“Dar gato por liebre”

Está clara como el agua del arroyo, la aseveración de la misma:

Se refiere a cuando en una acción subyace la intención de engaño. Por ejemplo cuando se intenta colar un artículo de ciertas características o cualidades y calidades por otro que carece de ellas. 
O a la hora de prestar ciertos servicios que más tarde se demuestra que no son reales y por lo tanto son engañosos.

Todo ello viene por una insana costumbre que se practicaba en la edad media y a la que que han dado continuidad tradicionalmente los chinos. 
Y es que cuando el hambre apretaba y los "Gatos" estaban menguados de dineros, se recurría a la comida rápida de los puestos ambulantes en los que, para ahorrar costes y obtener fáciles ganancias; se ofrecían deliciosos platos cuyo aparente y principal ingrediente era la liebre, sin saber a ciencia cierta, aunque sospechando, que lo que realmente se comía era gato; que una vez despellejado daba el pego para beneficio del mesonero de turno al que le salía a cuenta correr los riesgos que implicaba lo de meter gatos en sacos sin salir escaldado como ellos. 


Continuará ¡Marramamiaú!


Derechos de autor: Francisco Moroz

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