viernes, 16 de septiembre de 2016

Por los viejos tiempos



Hubo un tiempo en que no deseaba otra cosa más que estar contigo. Solos tu y yo, cuando éramos niños de barrio bajo, y jugábamos en las calles cercanas a nuestros portales.
Pues no en vano juntos, descubrimos lo que era la camaradería y la amistad, esa especie de connivencia que nos convirtió en hermanos de andanzas, juergas y alguna gamberrada; también en cómplices de amores adolescentes y confidentes de desengaños y sueños.

Nos juramos fidelidad incondicional, pasara lo que pasara, no permitiríamos que nadie ni nada se interpusiera en nuestra perfecta relación de camaradas.
Después la madurez y las responsabilidades nos alejaron. Tú te quedaste en el barrio que nos vio crecer, yo me fui lejos, evitando desde entonces un encuentro contigo, pues tenía claro mis objetivos al igual que tú elegiste los tuyos.

Pero la vida que parece regocijarse en el drama y la tragedia me trajo de nuevo noticias tuyas, después de tanto tiempo sin querer saber de ti, volvía a escuchar en los noticiarios sobre tus proezas, habías superado tus miedos iniciales y te atrevías con todo. Y yo que siempre había sido el más retraído de los dos, el que admiraba tus habilidades y me enorgullecía de ser tu amigo; ahora me avergonzaba de conocerte.

El informe desglosaba los trapicheos que te traías entre manos y el dolor que infringías de forma interesada, poniendo el alma solo en el sufrimiento de los más débiles, únicamente para obtener beneficios personales. Habías perdido todo el control, eras peligroso.
Y hoy nos volvíamos a encontrar. Tú con tus secuaces, yo con mis nuevos compañeros: Los de la unidad especial contra el tráfico de estupefacientes.


 Mi único deseo era que no intentaras utilizar el arma que sujetabas en la mano. Pues: “Los viejos tiempos” no te servirían para nada.



Derechos de autor: Francisco Moroz



martes, 13 de septiembre de 2016

Tolerancia cero





Despotricar contra los vecinos no era la solución ante los problemas de convivencia que sufría. Él no se consideraba una persona conflictiva como para que todos lo rechazaran.

Un mes de julio, a las tres de la madrugada, cuando todos dormían, tomó una decisión que le cambiaría la vida: incendió el bloque donde habitaba, acabó con sus conflictos y los molestos inquilinos.

Hoy en la celda de tres por cuatro que ocupa con otro recluso, recuerda el pasado, y reniega de su perra suerte: Le ha tocado el compañero más difícil con el que mantener una armoniosa relación.



Derechos de autor: Francisco Moroz


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