Hubo
un tiempo en que no deseaba otra cosa más que estar contigo. Solos tu y yo,
cuando éramos niños de barrio bajo, y jugábamos en las calles cercanas a
nuestros portales.
Pues
no en vano juntos, descubrimos lo que era la camaradería y la amistad, esa especie
de connivencia que nos convirtió en hermanos de andanzas, juergas y alguna
gamberrada; también en cómplices de amores adolescentes y confidentes de
desengaños y sueños.
Nos
juramos fidelidad incondicional, pasara lo que pasara, no permitiríamos que
nadie ni nada se interpusiera en nuestra perfecta relación de camaradas.
Después
la madurez y las responsabilidades nos alejaron. Tú te quedaste en el barrio
que nos vio crecer, yo me fui lejos, evitando desde entonces un encuentro
contigo, pues tenía claro mis objetivos al igual que tú elegiste los tuyos.
Pero
la vida que parece regocijarse en el drama y la tragedia me trajo de nuevo
noticias tuyas, después de tanto tiempo sin querer saber de ti, volvía a
escuchar en los noticiarios sobre tus proezas, habías superado tus miedos
iniciales y te atrevías con todo. Y yo que siempre había sido el más retraído
de los dos, el que admiraba tus habilidades y me enorgullecía de ser tu amigo;
ahora me avergonzaba de conocerte.
El
informe desglosaba los trapicheos que te traías entre manos y el dolor que infringías
de forma interesada, poniendo el alma solo en el sufrimiento de los más débiles,
únicamente para obtener beneficios personales. Habías perdido todo el control,
eras peligroso.
Y
hoy nos volvíamos a encontrar. Tú con tus secuaces, yo con mis nuevos
compañeros: Los de la unidad especial contra el tráfico de estupefacientes.
Mi único deseo era que no intentaras utilizar
el arma que sujetabas en la mano. Pues: “Los viejos tiempos” no te servirían
para nada.
Derechos de autor: Francisco Moroz