miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡De la furia de los hombres del norte libramos Señor!


A pesar de las tempestades y los vientos sufridos a lo largo de nuestra singladura, los dioses nos han acompañado y favorecido en todo momento. Nuestros ligeros barcos han llegado hasta aquí sorteando los elementos y gracias a ellos divisamos las costas definidas de la Britania.

A bordo los hombres se muestran nerviosos, pues llegó la hora de la verdad en que se probarán las armas con las que nos enfrentaremos al que nos salga al paso, al igual que nuestro arrojo y valentía. Somos vikingos de las tierras extremas del Norte, y no sentimos temor del futuro que nos toque en suerte, para nosotros la peor de las muertes es morir en casa de viejos.

Perecer en batalla es el mejor de los honores para guerreros como nosotros, nuestro Walhalla tiene las puertas abiertas para el que caiga luchando, y compartiremos el banquete con Odín y Thor y hasta el mismísimo Loki. 

Si morimos en el enfrentamiento que nos espera, se escribirán nuestros nombres en el horizonte de este mar ignoto que se perfila frente a nuestros Drakars, que cabalgan como walkirias por encima de las olas. Obtendremos el título de héroes y seremos recordados con gloria, siendo  parte de las leyendas épicas por muchas generaciones en nuestras aldeas, y temidos como demonios, en estas tierras...

No esperamos ni tan siquiera a tocar tierra, como locos poseídos por el espíritu del cuervo, saltamos al agua, y pisamos las arenas y las piedras de la cala donde arribamos. Una vez reunidos, agarramos las hachas y las lanzas, los cuchillos y los arcos y por supuesto los escudos de madera que portamos a nuestras espaldas mientras avanzamos tierra adentro.

De repente suenan campanas de arrebato, dan la alarma de que llegamos como horda de saqueadores de las riquezas que ellos guardan, las que nosotros rapiñaremos junto con sus vidas.
No negociaremos. El más fuerte y sanguinario es el que saldrá victorioso. El más voraz y violento cargará con más tesoros.

Remontamos una colina alfombrada de verde y lo vemos: Un edificio de piedra con una alta torre y un pequeño muro que pretende defenderlo de amenazas y ataques exteriores, pero no cuentan con que nosotros escalamos paredes y acantilados con tal de conseguir nuestro propósito. Somos gigantes rubios con ojos azules, hijos de un dios tuerto y despiadado que jamás se  arredran ante otros hombres.

Llegamos a las puertas del recinto y con nuestras hachas  la golpeamos, deslavazando sus bisagras, haciéndolas saltar en pedazos, entramos para encontrarnos una explanada vacía con tan solo unas gallinas que corren espantadas al vernos y unos orondos cerdos que nos comeremos más tarde en el festín de celebración de nuestra victoria.

Se sigue escuchando el tañido de la campana pero esta vez también oímos voces angustiadas, el murmullo constante de una oración que no entendemos. Seguro que las criaturas que se encuentran encerradas tras las gruesas paredes del edificio principal nos vieron llegar, y se agazapan atemorizados, presintiendo su inminente muerte mientras imploran ayuda a dioses débiles que no les pueden salvar.

Mientras forzamos la puerta, los arqueros prenden la techumbre de paja del granero y los corrales, otros corren a la parte de atrás para que nadie escape del asalto y pueda alertar a otros pidiendo refuerzos.

Cuando la última astilla salta hecha pedazos entramos como avalancha, como alud humano, como glaciar colapsado. Sin misericordia vamos segando vidas a nuestro paso. Cuando me enfrento a mi primer oponente veo, que como los demás, está desarmado y no viste más que una tela de saco sucia y deshilachada y que únicamente antepone ante mí un palo en forma de cruz; mientras se dirige a mí persona con extrañas palabras en un dialecto que no comprendo.

Aún a pesar de la sorpresa inicial de mis compañeros al ver que en lugar de enfrentarse a nosotros y defenderse, estos hombrecillos morenos huyen despavoridos a esconderse. Siguen persiguiéndoles, masacrándoles con sus hachas, desparramando sus entrañas, despedazándoles el cuerpo, llenando de sangre la estancia, salpicando con ella las paredes.

Yo sin embargo me quedo perplejo en unos segundos que parecen una eternidad, con el arma en mi mano que no parece obedecer la orden de descender sobre el cuerpo tembloroso de mi víctima... Mi mente se ha quedado en blanco, como si mi espíritu y mis pensamientos volasen al futuro y este mundo que habito no fuese en el que me correspondiera estar.

De repente el sonido contundente y seco de una madera sobre otra me despierta de la abstracción y veo horrorizado como toda la acción se detiene a mí alrededor y las miradas de mis camaradas se posan en mi persona mientras, los que se suponen cadáveres descuartizados se incorporan y se levantan sobre sus muñones, dirigiendo igualmente sus ojos en mi persona, como recriminándome el no poder seguir con su triste destino de cadáveres perdedores.


El miedo me invade, trepa entonces por mi cuerpo atenazándome la garganta, y justo en ese momento; reverbera en el espacio la contundente y airada voz del dios supremo del cotarro gritando a voz en cuello:

-¡¡¡Coooorten!!! -Para decirme a continuación de forma muy personal: 

-¡O pones más convicción y pasión en lo que haces, o no terminamos de rodar la escena hasta el mes que viene! 
¡ Señores, nos tomamos un descanso de 10 minutos!

Y es entonces cuando me siento derrotado por un lapsus.




derechos de autor: Francisco Moroz


martes, 20 de septiembre de 2016

Grafito



El lápiz con el que ella, cada mañana, se lo dibujaba en un papel, era el mismo con el que su madre se lo dibujaba cuando era niña.

Toda una tradición familiar la de pintar corazones de grafito a los hijos. Siempre con un ¡Te quiero! adentro, que lo decía todo.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 19 de septiembre de 2016

Asedios son refranes...




Cuantas madres no habrán dicho a sus hijos más de una y dos veces esa manida frase de: “Llevaos como hermanos” y con esta, intentar poner paz entre ellos. Pero seguro que ni esas madres ni sus hijos pensaban en esa otra frase dentro del refranero popular y que es considerada de las primeras en engrosar dicho compendio proverbial.

Me refiero a esa que reza rimando:

“No se conquistó Zamora en una hora”

Y es que esta se originó gracias a una pendencia entre hermanos llamados Urraca Fernández, y Sancho II de Castilla.

Ella gobernaba en la ciudad de Zamora por derecho propio, adquirido por ser esta la herencia recibida de su padre Fernando I de Castilla. Su hermano al que que le pareció poco lo heredado por su parte, quiso añadirle la urbe, considerando su magnífica situación estratégica junto al Duero, por ser cruce y lugar de paso de muchos caminos; y en un apartado no menos interesante, por ser la depositaria de los valores épicos de la Numancia que habitaron las tribus Arévacas de tan triste recuerdo para Roma y sus legiones humilladas.

A Zamora la llamaban: “La bien cercada” quiero imaginar que por sus fuertes murallas que permitieron su salvaguarda tras siete meses de asedio ininterrumpido.

Sancho II no solo no ganó la ciudad, sino que perdió la vida en el intento a causa de la traición de Bellido Dolfos que tras ganar la confianza del rey lo asesinó con su propia espada. Esto ocurría en el año del señor de 1072. Para unos Bellido fue traidor y para otros héroe, ya que asesinando al rey salvaguardó de perecer a muchos más hombres. Se cuenta que fue perseguido por el paladín del rey asesinado, pero en vano, pues aún consiguiendo herir a su caballo, Dolfos, tuvo tiempo para penetrar en la ciudad por una puerta llamada actualmente "La de la traición" que todavía se puede visitar, realzando con ello la leyenda.

Ahí es donde enlazaríamos con el Cid Campeador, el referido paladín del rey difunto, y con la iglesia de Santa Gadea donde nuestro épico, legendario, guerrero, mercenario, hizo jurar a AlfonsoVI el no haber sido el instigador de la muerte de su hermano (Los hermanos del Medievo se llevaban a matar) ganando por despecho del monarca, y de esta manera, un destierro en toda regla que se convirtió en romance proclamado por trovadores, leído por miles de estudiantes con mayor o menor gloria.

Con lo cual esta frase es incierta, pues el cerco de Zamora solo quedó en eso: en cerco y asedio, y los propósitos de conquista en agua de borrajas.

En la obra de Fernando de Rojas. La Celestina, se la encasqueta a un Calisto impaciente por conquistar el corazón de la Melibea en un ¡Pis, pás! diciéndole:

  “Refrán viejo es, «quien menos procura, alcanza más bien». Pero yo te haré procurando conseguir lo que siendo negligente no habrías. Consuélate, señor, que en una hora no se ganó Zamora, pero no por eso desconfiaron los combatientes”.

También aparecerá por primera vez escrita en el diario de Madrid edición del 1807. Con ella se avisaba a los lectores, que los cometidos complicados y de suma importancia no son logros a conseguir en poco tiempo, más bien requerían un esfuerzo extraordinario y paciente, que podía, aun así, concluir en fracaso.

Termino escribiendo aquello que mi abuela me repetía cada vez que soltaba sus sentencias a modo de Séneca filosófica:

¡Cómo trabajan los refranes mi hijito !


derechos de autor. Francisco Moroz

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