Hace
mucho que me propuse escribir esta carta, la que ahora recibes y tienes
abierta entre tus manos, en la que te explico por qué lo nuestro se acabó.
Soy
consciente que todo fue perfecto mientras duró. Lo compartíamos todo: las miradas, las manos, y las palabras. Juntos
aprendimos a superarlo todo: la ilusión y más tarde el desengaño.
Me
acuerdo todavía el día en el que nos conocimos casualmente; uno de otoño, lluvioso
como el de hoy. Paseaba por el parque y
de pronto, las nubes se aliaron con el destino y desocuparon su contenido de
agua encima de mí sin previo aviso. Apareciste de la nada como los magos, y con
tu acariciadora voz me dijiste que pillaría una pulmonía así como estaba,
empapada; y mientras lo decías, me cubrías galantemente con tu paraguas gris.
Al
rato caminábamos juntos, casi sin rozarnos, pero yo sentía tu calor protector.
Era como un sueño, tenía el presentimiento de que nuestro encuentro no era casual y que los hados jugaban a nuestro favor para unir nuestras
vidas.
Así
fue como tras un café, y una larga conversación en un bar del barrio nos empezamos
a conocer mejor. Nuestros gustos, nuestros proyectos.
Tus
ojos azules como el mar eran lo que más me atraía de ti. De mi lo que más te
gustaba era mi pelo castaño claro, como las hojas que caen de los árboles en
esta época del año.
Cuando
salimos del local lo hicimos de la mano, queríamos estar juntos a partir de ese
momento. Anduvimos de nuevo hacia el parque, había que atravesarlo para regresar
a casa y tú quisiste acompañarme ¿Te acuerdas de lo pesado que te pusiste hasta que accedí?
Seguimos
hablando, esta vez de nuestras manías. Tú eras como un chiquillo, te gustaba
bromear con todo, pegar patadas a las piedras, perseguir sueños. Yo confesé ser
muy impulsiva, ser muy quisquillosa por cosas sin importancia y…
…
pisaste un charco, me salpicaste y
solté tu mano para increparte: ¡¡¡Lo nuestro se acabó!!! También soy muy intransigente.
Fue precioso mientras duró. Espero que comprendas.
¡Cuídate!
Derechos de autor: Francisco Moroz