Le habían endosado el caso de la mansión
de los Harlim, parecía ser considerado por el departamento de policía, el más
prescindible en esos momentos de entre todos sus efectivos. Le habían endiñado
un crimen sin importancia, pero él les iba a demostrar
su valía, resolviéndolo en tiempo récord ¿A caso pensaban que era
estúpido?
Era sabido que con la llegada de las
fiestas de la navidad, ciertos colectivos se revolucionaban en exceso debido a
las altas dosis de alcohol ingeridas en las comidas de empresa, que provocaba
que las lenguas viperinas se soltasen y pusieran a caer de un burro a los
compañeros ausentes.
También las reuniones familiares eran
origen de conflictos, cuando aparecía el cuñado o esa suegra inaguantable que
crucificaban a sus rivales, clavándoles el colmillo retorcido con saña
desmedida. Fingiendo por otro lado, interés y amor verdadero por sus personas.
En los niños de por sí intransigentes en sus pretensiones, se operaba una
inusitada transformación: De tiernos infantes, a fieras corrupias desatadas en
su afán desmedido de pedir hasta la luna al gordo vestido de rojo y al trío de
los camellos.
Pero este caso era simple. Estuvo
prácticamente resuelto desde que entró en el palacete hacía media hora escasa:
La pose artificial del mayordomo intentando parecer correcto en su recibimiento
no le había engañado.
Los propietarios, un matrimonio al parecer
bien avenido que pretendían desviar su atención contándole lo sucedido, tampoco
le habían despistado.
La atractiva doncella que le guiñó el ojo,
menos todavía.
Le daba en la nariz, que el crimen se
había cometido en la cocina, a la que se dirigió con paso raudo, pillando a la
cocinera flagrantemente con las manos en la masa de un sabroso pudin.
A causa del grito de sorpresa y su actitud
histriónica, supo a ciencia cierta que se trataba de la asesina.
Inmediatamente vio el arma homicida sobre
la encimera y el cadáver descuartizado de un pavo al que él, haría
justicia.
Lo único que le confundió, fue ver de
refilón, a un anciano sentado en el salón,
inmóvil, con un sangrante orificio de bala.
Derechos de autor:Francisco Moroz