Cuando
éramos jóvenes no teníamos paciencia ni límites a la hora de afrontar los retos
cotidianos. Nos precipitábamos en la toma de decisiones sin dudar si la
elección era arriesgada.
Estas son las palabras que transmito
desolada a la paciente cajera del híper-mercado, mientras con manos
temblorosas cuento las monedas despacito, una a una, y le pregunto sobre la
conveniencia de haber seleccionado la leche sin lactosa y los yogures con
bífidus activos, y de paso, explicándola con detalle parte de los achaques que
sufro en silencio.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Muy bueno, Francisco! tal cual.
ResponderEliminarMe dan ganas de hacer otro corto desde el punto de vista de alguien que esté esperando su turno y ve a la anciana contar las moneditas y sus rollos.
¡Juventud, divino tesoro!. Lo bueno es que todos pasamos por todas las etapas y los jóvenes de hoy serán ancianos mañana.
Un abrazo
Pues no sería mala la idea de hacer uno desde ese otro punto de vista ¡Anímate!.
EliminarPoco, en este caso que se refiere a la vejez y sus achaques o "Chocheos" puede decir: "De esta agua no beberé"
Un abrazo, compañera de letras.
Yo hoy en el súper me he topado con una plasta de las que preguntan los precios de todo y cambian una cosa por otra cuando ya la han cobrado, y de repente se le ocurre que no ha encontrado el zumo de uvas ecológicas del catálogo... pero no tendría más allá de cuarenta años. Me ha puesto de los nervios que ya no los llevaba yo muy finos.
ResponderEliminarCuando son ancianos, suelo ser más paciente porque la culpa no es de ellos, tengo padres y allá espero verme. Tres buenas razones para la empatía y la comprensión.
Un relato muy hermoso aunque corto. No se necesita más cuando se sabe contar.
Un beso.
Esas son las peores, pues no tienen escusa para formar cola a expensas de sus neuras y sus incertidumbres. Al menos los ancianos tienen sus limitaciones reconocidas por la edad que ostentan. Aunque también los hay que teniendo la cabeza muy en su sitio son unos pelmazos intransigentes.
EliminarUn beso.
Hola Francico, un micro más que bonito, dice muchas cosas entre líneas. Una mirada sensible y tierna en una sola escena. Me encanta. Un abrazo.
ResponderEliminarPocas líneas son al igual que pocas letras, y si he conseguido transmitir algo de lo que dices, me siento más que satisfecho. Gracias.
EliminarUn abrazo.
He imaginado la escena y me has hecho sonreír. Hay cajeras pacientes pero otras que ponen cara de mandar a tomar el fresco.
ResponderEliminarBonita historia pera esa frase de comienzo.
Un beso, Francisco.
Hay de todo en esos grandes comercios, y las cajeras te puedo afirmar, sufren mucha presión por parte de sus encargados como para soportar a los pelmazos inaguantables en cualquier otra situación, y aún así han de mostrar su mejor sonrisa a muchos imbéciles que se creen marqueses del porlosco.
EliminarBesos y gracias por comentar.
Es muy tierno pero a veces los ancuanis van al supermercado o al Banco, ese esemi caso, y como no tienen las cosas claras te organizan una cola del demonio. Y entonces no les veo tiernos, ni entrañablese les considero latosos. Perdón por ser tan brusca.Con mucha frecuencia me agotan. Un abrazo
ResponderEliminarHay que reconocer que los hay muy, pero que muy pesados. A estos no hay quien los soporte y por eso, como los mandan a pasear fuera de casa dan la plasta a los desconocidos que quieren aguantarlos. Pero la inmensa mayoría está en otro plano más sensible.
EliminarUn abrazo Zarzamora.
Los puestos de trabajo de cara al público tienen un componente sociológico y psicológico que debería tenerse en cuenta a la hora de remunerarlos.
ResponderEliminarUn beso.
Confieso públicamente que personalmente yo no sería adecuado para trabajar de cara al público. Mi amabilidad se vería mermada con la estupidez inexplicable de muchos clientes que parecen hacerlo aposta para humillar al personal de caja.
EliminarUn beso Paloma.
Es una lástima que la seguridad se pierda con los años cuando debería ser a la inversa. Lo que sí parece que se gana con la edad son las ganas de compartir las desventuras con el prójimo, por desconocido que sea.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tristemente se puede comprobar que a los ancianos no les escucha casi nadie, parecen molestar a todo el mundo y nadie quiere perder el tiempo con ellos. Hace poco, recuerdo he leído algo al respecto en uno de tus relatos ¿No?
EliminarUn abrazo
Me ha producido sensaciones contradictorias, por una parte he reconocido esas ganas de contar de los abuelitos a quién sea y por otra he imaginado la impaciencia de aquellos que sin tiempo a nada tienen que esperar a que acaben con la batallita.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo
Pues habrá que cercenar la agenda de prioridades y pasar de hacer cosas que son menos importantes que la escucha. Cuando lleguemos,si llegamos a viejos, seremos conscientes de lo que no hicimos bien con nuestros ancianos.
EliminarMás besos para ti.
Como la vida misma, aunque siempre he gozado de una paciencia enorme y me encantaba ponerme en la cola detrás de los viejitos, hasta les he cedido y les sigo cediendo el paso alguna vez..., eso si por ver bufar a dependientes y clientes.
ResponderEliminarQue malvada soy, pero me encanta.
Un gran relato.
Abrazos mil.
Mala, mala, mala. Pero generosa al dejarles pasar los primeros.
EliminarPor los dos lados hay elementos inaguantables. Cajeras con cara de perro y clientes gilipollas hasta decir basta. Yo a los viejitos los disculpo la mayor parte de las veces.
Que alegría volver a verte amiga.
Besos y besos para ti.
¡Así es Julio!
ResponderEliminarPobres viejos ignorados por aquellos que deberían escucharles y aprender de ellos. La verdad que yo me he parado a ejercitar esa escucha y he salido bien enriquecido con sus historias y ellos son bien agradecidos cuando eres capaz de hacerlo.
Gracias por ese abrazo. Te mando otro.