lunes, 17 de diciembre de 2018

El sentido de lo absoluto




Luis se levanta descansado y de buen humor, se asea, toma un buen desayuno, se despide de su mujer con un abrazo y de su hijo todavía dormido con un beso, y marcha a trabajar. Su familia es lo mejor que tiene y gracias a ellos es un hombre feliz.
En la escalera se encuentra con un vecino madrugador al que saluda con amabilidad. Tiene una buena relación con casi todos ellos, que le consideran una persona cortés y bien educada.

Baja al garaje, arranca su coche y enfila la calle que le llevará a la vía rápida que a su vez le conducirá a las afueras de la ciudad. Allí en un polígono tecnológico es donde se encuentra la sede de los laboratorios para los que trabaja.
Al entrar, le dedica a la señorita de recepción una de sus mejores sonrisas.

                                                           *

Después de diez horas, la jornada laboral se ha torcido un poco. Ha discutido agriamente con el encargado de producción, pues este considera que Luis no ha cumplido con los objetivos diarios en el desarrollo de sus funciones. A causa de la bronca le han sobrevenido las migrañas que le suelen levantar ese dolor de cabeza tan desagradable que le vuelve loco y no le deja vivir. 
Por lo tanto, se tiene que tomar tres pastillas de esas que comercializa la marca de su propia empresa para mitigar el malestar.

*

Roberto sale del curro a las siete de la tarde, agotado, derrotado, de mala leche. No se despide de ninguno de sus compañeros, son todos unas mierdas, perro flautas. Baja al parking, y arranca el coche de tal manera que al meter la marcha, la palanca rasca en la caja de cambios. Levanta el pie del embrague tan bruscamente que el automóvil pega un brinco y golpea al coche aparcado justo detrás del suyo.

– ¡Que se joda!  Que no se hubiera arrimado tanto.

La autovía está colapsada por el tráfico rodado a causa de la hora punta y por un accidente que se ha producido unos kilómetros más adelante.

–¡¡Banda de imbéciles moveos de una maldita vez!! –grita irritado al saber que lo tendrá difícil para llegar a ver la primera parte del partido de fútbol que trasmiten en la televisión.
Sintoniza la radio, toquetea el móvil y se distrae. El conductor que le precede le toca el claxon. Roberto abre la ventanilla y le enseña el dedo corazón mientras le suelta una gruesa palabrota.

– ¿Qué pasa, que tienes prisa? Pues te fastidias como todos ¡payaso!

Cuando una hora más tarde llega a su casa, entra, pega un portazo y tira las llaves en el mueblecito de la entrada.

Su mujer sale a recibirlo y Roberto la saluda con un desabrido
– ¿Has preparado la cena?

Su hijo le pide jugar con él y Luis le suelta a bocajarro:
– Primero haces los deberes, te bañas y te pones el pijama, después si queda tiempo ya veremos. Ahora déjame tranquilo que vea lo que resta del partido.

Su equipo juega mal y pierde. El salón se llena de insultos, palabrotas y reniegos. Se desata un pequeño infierno con sus gritos.
Naturalmente el niño se acuesta asustado sin volver a insistir en jugar con su padre. Su mujer le evita con prudencia, preocupada por el estado anímico de su marido al que muchas veces parece no reconocer.

*

–Parece mentira, con lo bien que había empezado el día y como ha terminado. –Se dirige a su reflejo en el espejo del baño. Y todo por una discusión, un dolor de cabeza, el tráfico, y unos malditos ineptos en calzón corto que no saben patear un balón.

Tendré que pedir cita con el médico sin mucha demora, pues estos dolores de cabeza tan fuertes que me sobrevienen cada cierto tiempo no pueden ser muy comunes.

Ya en la cama, pide disculpas a su mujer por el mal humor y su falta de sensibilidad para con ella. Intentará conciliar el sueño mientras se pregunta con cual de los pies se levantará mañana.
Por de pronto Luis Roberto cree tener la conciencia tranquila, el presume de ser una persona bastante equilibrada. Tan normal como la mayoría de los mortales.

Mientras apaga la luz de la lámpara de la mesilla de noche, se puede leer el título de su libro de cabecera: -El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde. 



Derechos de autor: Francisco Moroz



6 comentarios:

  1. No creo que el caso de Luis Roberto sea tan grave como el de Jekyll y Hide. Es que hay días en que parece que todo se pone de acuerdo para estropearnos el humor, la amabilidad y el sentido de la vida. Tal vez con unos ansiolíticos (ya que no puede dejar de trabajar) y unos paseos por el monte lo solucione.
    Un beso.

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  2. Hay días que salen muy bien y se tuercen durante la jornada. El cambio de humor es inevitable y si encima te duele la cabeza... Lo mejor es irse a la cama y descansar. A siguiente día si se descansa de ve de otro color. Un abrazo

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  3. Todos llevamos dentro un perro rabioso que suele estar dormido la mayor parte del tiempo. Incluso hay quien lo descubre un mal día sin saber hasta qué punto había estado siempre agazapado dentro de él. El ambiente suele ser el culpable de ese despertar, pero somos nosotros los responsables de mantenerlo a raya.
    Una muy buena descripción de cómo una persona sensata y "normal" puede desencadenar una tormenta emocional por culpa de un mal momento.
    Un abrazo.

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  4. Hay días en los que todo se tuerce y lo pagas con quien menos lo tienes que pagar, menos mal que al día siguiente seguramente tú protagonista lo verá todo mejor podrá volver a ser quien siempre es, un mal día lo tiene cualquiera no?
    Un abrazo

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  5. Me ha recordado eso de Hay días y hay días y al final acaban pagando los que menos culpan tienen. Es importante no calmar nuestra frustración sobre los que menos lo merecen pero trabajar con nuestras emociones no es fácil y hay momentos en los que todos explotamos de forma injusta con los que más confianza tenemos.
    Besos

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  6. Vaya con Luis Roberto. Debería probar alguna otra pastilla (si mi profe de Galénica me viera usar el vocablo "pastilla" me regañaría porque no es técnicamente correcto) de las que seguro fabrica su empresa, alguna que le anule la doble personalidad, o mejor un ansiolítico que le tranquilice un poco para que Luis domine a Roberto.
    Un besote.

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