Busco
la encendida antorcha de la gloria
que el
transcurrir de los años me ha negado;
corro tras el
triunfal carro de la fama
que mi engreído
orgullo me hace creer tan merecida.
La suerte no se
apiada en un descuido de este loco
que malgasta la
vida entera en un segundo.
Ni gozar puedo
en el descanso de la noche,
de los oníricos
placeres de los sueños .
¿Qué ocurre que
me derrumbo a cada paso?
¿Por qué el
insoportable peso que soporto?
¿Qué pecado ha
merecido este castigo?
¿Qué insensata
actitud me niega la coartada absolutoria?
No hallo consuelo en los objetos
materiales ni en los logros,
ya no hay deseo
que anestesie mi codicia desbordada.
No soporto la
imagen reflejada en el espejo,
la amargada
mirada que me escruta y no mantengo.
A jirones se
deshace mi arrogancia
a puñados se
amontona la vacuidad y el desacierto.
No soy nada y
me disfrazo
sin armadura
soy escuálido adefesio.
Antes retaba a
los dioses en encendidos alegatos de desprecio,
complicaba la
existencia de los hombres.
Pensaba que el
sencillo era un ser débil, que el violento era el fuerte.
Cargado de
razón el que gritaba y el que callaba un necio.
Ahora aprecio
la humildad en la caída
Al tener que
levantarme, el esfuerzo.
La muerte
sopeso en la renuncia,
el parto
doloroso en cada reto.
En lo sencillo
que alcanzo fructifico,
valoro el sabor
del fracaso que merezco.
Y ante todo
ratifico las verdades,
aprendo
de los demás con mi silencio,
Soy capaz de
ver lo grande en lo pequeño
Ser el último y
sentirlo un privilegio.
Perderlo todo
para encontrarme de nuevo,
Buscar lo
eterno matando mi hedonismo.
Ser menos juez
y menos sabio me cautiva,
ser coherente
con mis actos me seduce.
Honesto con mis
credos y virtudes,
Y al ser más
positivo sentirme menos necio.
El cambio
realizado favorece
he vuelto a ser
yo mismo.
La imagen del
espejo me sonríe,
Derechos de autor. Francisco Moroz