Yo fuí a EGB, como reza ese famoso libro que anda circulando por ahí, y que por cierto tengo pendiente para leer, más que nada para recordar oxidados recuerdos que seguro me hacen sonreír y hasta derramar alguna lágrima de emoción o de pena por lo pasado vivido y olvidado.
Fue precisamente en uno de sus cursos cuando el destino puso en mi camino a un profesor entrañable, de esos que son más bien como padres para sus alumnos, de los que intentan bregar diariamente con la tozudez, la rebeldía y el pequeño gamberro que todos llevábamos dentro.
Recuerdo su nombre: "Don Gerardo" profesor de lengua y literatura del cual, terminado aquél ciclo escolar y tristemente, perdí su pista.
Como niño que era no me interesaba lo más mínimo la vida gris de los adultos serios, aburridos y misteriosos. Esa era la apreciación personal que yo tenía por entonces del complicado y desconocido mundo de los mayores. Un mundo en blanco y negro como el Nodo.
La diferencia radicaba en que este adulto sabía mimetizarse con los niños, gastarles bromas llenas de ingenio, ironizando, exagerando y riéndose de sí mismo, apeándose de la soberbia que a otros muchos colegas suyos envaraba, creando así distancias insalvables entre lo que parecían ser dos universos paralelos por causas generacionales.
"Gerardo" tendía puentes contando historias con moraleja, cual "Esopo" e "Iriarte", se hacía querer por cercano y asequible, siempre con sus gafas de pasta y su chaqueta de espiguilla y con sonrisa pícara de infante, aun a pesar de sus cuarenta y tantos años cumplidos
Era curioso como chavales curiosos que eramos, nos íbamos empapando de sus conocimientos, enseñanzas, lecciones y sentido común. El bueno y viejo profesor iba grabándonos con paciencia y constancia de gota de agua, lo que otros menos vocacionales y cariñosos maestros, intentaban hacer con cincel, martillo y sangre. Naturalmente estos últimos nunca conseguían sus propósitos: que esa letra en negrita, fechas de batallas y ecuaciones, entraran en nuestras cabezotas situadas más allá de Babia rodeados de musarañas y cerca de las nubes. Bueno corrijo. Si lo conseguían, pero nunca de manera suave y adecuada a nuestras pequeñas y hambrientas neuronas.
El no me enseñó a leer, eso se lo debo a mi madre y a alguna paciente maestra de primaria o maternal, como lo llamaban entonces, cuando llevábamos baby a cuadraditos o rayas. ¡No! él no me enseño la técnica de la lectura: la "n" con la "o": "no".
El me enseño algo más importante: amar los libros, a ellos, a sus autores y sus escritos. Los presentaba como sabios amigos ilustrados, compañeros de silencios y soledades. Así de fieles eran son y serán, a pesar de digitalizarse y envolverse de plástico negro, abandonando por necesidad sus antiguas formas,
haciéndose estas más ergonómicas y futuristas
"Gerardo" nos decía que llegaría un día en el que deberíamos llegar a conformar nuestras bibliotecas personales debiendo tener como base tres libros: El Quijote, La Biblia y el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Esto lo decía naturalmente cuando el país no era laico, ni la lengua tan vilipendiada, y"Cervantes" más leído.
Y este señor con pinta de académico humilde y corazón tierno de abuelo; cuando se veía desbordado por nuestras faltas de atención durante la lección, interrumpiendo con nuestros gritos, o nuestras locuaces lenguas imparables en su trajín dialéctico; nos decía con tono modulado y voz pausada, para que no hubiera lugar a dudas de que se hacía entender sin perder el control:
"No confundáis la bondad con la debilidad."
Después, volvía a su lección sin perder la calma ni la compostura, y hablando más bajito si cabe para que, ante ese cambio inusitado; compendio de esa circunstancia y la supuesta amenaza velada y enigmática, consiguieran poner fin a nuestro desordenado comportamiento. Y ¡Pardiez! que lo conseguía, sin la utilización de gritos desaforados, ni violencias innecesarias con instrumentos contundentes como las famosas reglas de madera o los atinados lanzamientos de tiza y borrador.
Claro que reincidíamos al día siguiente como imberbes cabestros irracionales que eramos, pero esa lección al menos, como otras muchas se nos fueron quedando grabadas a fuego en el corazón.
Y es que los niños son agradecidos con los que les aman y se ponen a la altura de las circunstancias; esto es: a 125 cm aproximadamente, a la de los pequeños seres que pululan en torno a nosotros como cachorros vivaces con ganas de jugar y que nos asaetean de "Porqués". Quieren convertirse en nuestros interlocutores impacientes, necesitan maestros que cubran sus expectativas de aprendizaje, como lo hizo mi querido profesor, ese que con el paso de los años vuelvo a recordar una vez más cuando veo a los de mis hijos e inevitablemente los comparo, cuando visiono alguna película tipo:
-Rebelión en las aulas- Los chicos del coro- o Profesor lahzar-
E ineludiblemente cuando vienen a mi mente los títulos de los libros que nos presentó, esos clásicos que perduran en el tiempo como los buenos amigos que "Don Gerardo" dijo que eran.
Dispuestos a seguir llenándonos de conocimientos y horas gratas desde el instante en que abrimos sus tapas, olemos su tinta y su papel ajado de aquellos tiempos memorables, en los que tuvimos maestros de vocación docente y sentimientos bondadosos.
Aquellos tiempos de estudiante, de los que fuimos a EGB.
" Quien se atreva a enseñar nunca debe dejar de aprender."
"No es mejor maestro el que más sabe, sino el que mejor enseña."
Dedicado a todos los profesores que merecen ser recordados no solo por lo que enseñan sino por su forma de hacerlo.