viernes, 11 de marzo de 2016

Dueña de mi vida






Ciertamente y sin afán de ser presuntuoso considero que me encuentro en un perfecto estado físico. Desde joven he sido deportista y eso se nota todavía en mi buen tono muscular, la elasticidad de mi cuerpo y mi considerable agilidad de movimientos. Las arrugas todavía no revelan mi edad aunque por otro lado ya peine canas.

Acostumbro andar a marcha rápida en mis paseos diarios, sana costumbre que mantengo como terapia personal, al igual que subir por las escaleras hasta el quinto piso donde vivo, evitando el ascensor.
Eso me ayuda a mantenerme en forma y a sentirme bien conmigo mismo, al superar lo que para otros es todo un reto inasequible.

Hoy precisamente regresaba de uno de mis largos paseos por el gran parque que se ubica cerca de mi edificio. Subía las escaleras como siempre, de dos en dos escalones, intento medir mi resistencia en un último esfuerzo e incluso cronometrar los tiempos que necesito para subir hasta mi rellano.

Fue entonces cuando me la encontré casi de sopetón al llegar a mi piso, a punto estuve de empujarla. Me sorprendió tanto al no esperarla, que me quedé como anhelado delante de su imponente figura de impactante presencia. El tipo de dama que todo hombre desea para sí.

Me eché hacía atrás para guardar la distancia que el respeto exige y la pedí disculpas por mi precipitación y el choque accidental. Ella me sonrió mostrando una dentadura blanca y perfecta, sus ojos de una profundidad inabarcable me cautivaron de inmediato, invitaba a perderse en ellos. Me sentía arrastrado como barco por torbellino en el mar. Las palabras de justificación las balbucí  como inseguro adolescente; debí de parecerle ingenuo e inmaduro y presiento que un tanto ridículo con mi fortuita confusión al verla a ella.

Cierto que me sentía intimidado por su exuberante y presentido cuerpo. Creo que el negro vestido que llevaba puesto la favorecía enormemente y la hacía si cabe más deseable. Se hizo perentoria mi necesidad de conocerla, de abrazarla, de poseerla.

Entonces escuche por primera vez su voz, una voz llena de matices modulares, una voz profunda y sensual. Insondable como el eco en una montaña, tan íntima y a la vez tan lejana como un murmullo de agua y un retumbar de trueno.

Se dirigió a mí para Preguntarme: 
-¿Sabe usted donde vive Julián Rueda?
Mi corazón empezó a bombear sangre como después de una de mis largas marchas, pero agobiándome el pecho como queriéndose salir de él. Sentí ahogarme al no poder inhalar algo de aire. ¿Cómo ha podido originar una desconocida tal cataclismo en mi persona?

¡Había pronunciado mi nombre! ¡Había preguntado por mi!¡No la conocía y ella preguntaba por mi! Como en sueños le contesté entrecortadamente, apenas podía pronunciar las palabras seguidas, y juro que no era a causa del esfuerzo realizado al subir casi corriendo. Fueron los nervios, era ella la que me provocaba mi estado emocional y físico ¡Cada vez tenía más certeza de ello!

-¡Soy yo! -Respondí.- Me pareció oírme distorsionado y una voz interior me recriminaba: ¡Relájate chaval! que pareces un poco nervioso y precisamente a las mujeres no les gusta esa inseguridad en los hombres. 

Volví pues a repetir mi aseveración, con un poco más de dignidad y aplomo: 
-¡Julián Rueda, soy yo mismo!

-¡Ah!¡Por fin te encuentro Julián! ¡Cuántos años siguiéndote de cerca!¡Siempre cerca, créetelo! Pero nunca era el momento adecuado para venir a visitarte hasta ahora.

Mi corazón desbocado ya no daba más de sí con su palpitar. 
¿Cómo podía ser, que ella pudiera ser la consecuencia de tan desenfrenados latidos que eran como latigazos dentro de mi caja torácica?

-Bien Julián! pues ya estoy contigo, soy solo para ti,  exclusivamente para ti a partir de este momento. ¡Hazme tuya!

Como en un relámpago cegador me colapsé. Había esperado este momento toda una vida y ahora repentinamente y sin esperarlo llegaba. Mi sistema nervioso se cortocircuitó. 

Mi vista se nubló justo cuando la veía tenderme sus brazos en ese gesto premonitorio de lo que será una entrega mutua y apasionada de amantes en una unión inacabable.

Y en mi cabeza escuché lo que fueron para mí sus postreras palabras: 
-¡Ven Julián! ¡Ya soy tuya, y tú eres mío! Tenemos toda la eternidad para conocernos, pero para empezar te diré como me llamo.

Mi nombre es muerte. Y siempre fui la dueña de tu vida.



                                                                                            Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 8 de marzo de 2016

Protocolario



Serán solo cien palabras o menos las que podrá pronunciar en su encuentro con el rey,  pues se trata como comprenderá, de un acto oficial  muy selecto donde muchos de los presentes al igual que usted, querrán formularle alguna pregunta a su majestad; y el tiempo es limitado.

Su alteza debe asistir a continuación a una comida con diplomáticos extranjeros servida en este hotel.

Así me informó el jefe de protocolo de la casa real.

Llegado el momento de hacer las preguntas levanté la mano y con voz muy profesional interpelé al monarca:
¿Qué prefiere que prepare? ¿Carne o pescado?...


Me sobraron 93 palabras.


Derechos de autor: Francisco Moroz

sábado, 5 de marzo de 2016

Un cuento de muerte


Erase una vez un Ser atractivo, de porte egregio, poseedor de un cuerpo, como tallado a cincel por las manos del mismísimo Miguel Ángel.
Apolíneo, elegante, discreto.

Poseedor de un carismático don que lo hacía fascinante tanto a ojos del género masculino como del femenino.  Algo en su presencia ejercía de imán para las personas que se encontraran cerca, haciendo que sus miradas convergieran en él, sintiéndose irremisiblemente atraídas hacia su casi mística personalidad. Le amarían y le servirían a partes iguales solamente por tener oportunidad de respirar el mismo aire y transitar el espacio común.

Ojos de un color intenso hablaban por si solos del contenido espiritual del alma de aquel ser que trasmitía tranquilidad y seguridad a los que contactaban con él; al igual se le intuían múltiples emociones incalificables por su fuerza y profundidad, que lo adornaban con un halo fulgurante que irradiaba ese magnetismo peculiar que lo hacía irresistible.

Tenía poder terrenal. Dirigía gobiernos, organizaba ejércitos, creaba empresas de la nada más absoluta. Poseedor de un bagaje cultural inabarcable  sobre cualquier materia humana  o divina.
Era capaz de trasmitir ideas ingeniosas e incalificables, junto con enseñanzas para conseguir la armonía entre el “Yo” y la creación, que garantizaban la felicidad y el bienestar absoluto de la humanidad.

Su sonrisa le precedía como carta de presentación al igual que su modulada voz que sonaba como música celestial en los oídos de los que le escuchaban.
Era un ser ante todo, enamorado de la vida.

Pero el final de esta historia es lo más real de lo narrado: La muerte, celosa, se lo arrebató en un descuido mientras la vida seguía fluyendo como si con ella no fuera la cosa, y encantada de haberse conocido.

Moraleja:

Ni Reyes ni gobernantes. Ni sabios y maestros. Ni Gurús, Sacerdotes, chamanes y profetas. Deportistas de élite o modelos de pasarela. Ni los mismos dioses, están libres, de que esta amante envidiosa les arrebate al final todo lo que tuvieron y lo que fueron. Y es que, no consiente que nadie le robe lo que siempre será suyo: 
El epílogo protagonista.


Con lo cual: “Carpe Diem” que dijo uno, que por cierto también se murió.



derechos de autor: Francisco Moroz

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