Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol” y no toda esa sarta de tonterías cursis que suelta cuanto pretende recabar mi atención: “Cariño”, “Encanto” o “Querido mío” que me suenan tan falsas.
Después de
tantos años conviviendo uno ya sabe por dónde van los tiros, y no me engaño con
tanta palabra dulce a la hora de despertar.
Si ella
tiene previsto salir de tiendas, con la idea prefijada de comprar ese bolso o
esos pendientes que vio el día anterior en el escaparate; sé que el prólogo
correspondiente de la historia serán esas palabras.
Derechos de autor: Francisco Moroz