Su mirada me serena, es lo mejor de
ella, me calma y acuna cuando está cerca. Me dibuja de nuevo el mundo que
olvido de continuo, al igual que los nombres y los rostros del pasado. El suyo siempre está
presente y cercano; ella tan generosa con su tiempo dedicado por completo a mi
persona, me mira a los ojos y sonríe simplemente.
Ella no arrincona los
recuerdos de lo que fui. Sé que me ama con ese amor callado y sufrido de los
que no quieren sentirse derrotados, y se esfuerza en demostrarlo aun no
pudiendo por sus escasas fuerzas y las propias limitaciones de sus dolores articulares.
Yo sufro mi aflicción y la suya cuando no la reconozco; me pierdo
en ella cuando me llama por mi nombre y me besa en la frente y me llama cariño… con
tanta dulzura.
Ella me enamoró en cuanto la vi por vez
primera bajando a la fuente, pero nunca me atrevía a decirle cuanto la amaba,
mi corazón se alborotaba cada vez que la veía asomar por aquella esquina; yo,
parapetado tras los visillos de aquella ventana de la casa de mis padres, esa
que daba a la plaza y me permitía contemplarla sin que ella lo sospechase
siquiera. Era tímido y me avergonzaba de lo que pudieran pensar los demás,
siempre vigilantes, enclaustrados en sus falsas e hipócritas morales.
Evitaba saltarme las normas
atávicas de mis mayores, y sé que por eso mismo me perdí mucho de lo que la vida me ofrecía. Eran otros tiempos y el miedo se confundía con el respeto.
Pero después de muchos años haciéndonos los encontradizos, pasó lo que tenía que pasar sin remedio: Unimos nuestras vidas con un ¡Sí quiero! Y a partir de ese momento los problemas fueron siempre la mitad de problemáticos y las alegrías el doble de alegres.
Más tarde vinieron los hijos y fuimos
ricos en sentimientos compartidos, emociones, y momentos hermosos.
De vez en cuando lloro a escondidas,
porque desde mi cárcel de esta desconcertante enfermedad me siento inútil, no sé cómo decirle cuanto la amo, cuanto la añoro y la
echo de menos. Me gustaría ahorrarle sufrimientos, ayudarla en las tareas más sencillas, pero estoy tan ausente estando tan cerca, que los momentos de lucidez
los empleo únicamente para mirarla a los ojos y expresarla lo que no sabría
decirle con mis palabras balbuceantes, Pues al rato me habré olvidado de su
presencia tranquilizadora, y no sabré reconocerla aunque la busque de continuo cuando note que no se encuentra cerca.
Es mi puerto y mi refugio, hasta que
me vaya silencioso, como siempre estoy, desde que la oscuridad involuntaria de
esta dolencia me aprisionó haciéndome ignorar tantas cosas, y todas tan queridas.
Sus ojos azules me llenan de sensaciones nunca olvidadas, lo veo
aparecer de repente de su exilio y me vuelvo a enamorar como una chiquilla.
Sin
palabras, siento su agradecimiento por mi dedicación exclusiva a él. No
quiero perderle del todo, me aferro a los recuerdos más queridos de los que él forma
la mayor parte. Fue para mí La referencia ante lo desconocido, y la casa que habitaba cuando arreciaba la tormenta.
Ambos nos hicimos fuertes y nos completábamos como esas piezas que encajan y que
mientras no lo hacen no sirven para nada.
Él, me enamoró cuando bajando a la
fuente lo presentía tras la ventana de la casa de sus padres. Yo me avergonzaba
al sentir sus ojos puestos solo en mi persona, ignorando a las demás muchachas
que como palomas blancas festejaban cerca de los caños del agua. Nunca quise
mostrarle mi amor en público, había que guardar el decoro, y los galanteos no estaban
bien vistos. Ni los encuentros, ni las miradas, ni nada. Eran tiempos difíciles para el romance y el cortejo. Para el amor verdadero todo eran vetos.
Pero con el trascurrir de los años
fue inevitable que a pesar de todos los avatares, malentendidos y maledicencias; los dos ríos no fuesen a parar al mismo mar, y en un altar austero y con pocos
invitados resonó aquella promesa que mantengo no por obligación, ni como
costumbre, sino por puro amor a su persona: "En la salud y en la enfermedad, en
la riqueza y la pobreza, en las tristezas y las alegrías, hasta que la muerte nos separe."
De vez en cuando lloro mi impotencia
sin que me vea, me siento tan limitada ante su indefensión y su falta de
memoria. Veo al niño que fue, que no guarda testimonio de su propia historia.
En muchas ocasiones me pregunta quién soy yo,
que le cuido y le quiero tanto. Entonces es, cuando guardándome las lágrimas únicamente
para mí, le digo: Soy esa muchacha que bajaba a la fuente y de la cual te
enamoraste, aquella por la que sacrificaste tanto tus propios intereses, para que a ella y a sus hijos no
les faltara de nada.
Ten por seguro mi vida, que nunca me
faltó lo más importante: Tú.
Ahora agarro sus manos arrugadas tan trabajadas, y
veo su rostro tan querido, y no puedo dejar de experimentar aquello sentido
hace 62 años cuando le di un sí para toda la vida: ese mismo cosquilleo de la emoción al emprender una aventura o un viaje
deseado pero desconocido, lleno de misterios por descubrir juntos.
Tu olvido involuntario me hace más
fuerte en mi voluntad por rememorar quienes fuimos y quienes seguimos siendo
detrás de nuestros ojos y nuestras miradas: Dos enamorados, supervivientes de
los tiempos aquellos, en que el amor no era un sentimiento pasajero de usar y
tirar. Ni las promesas eran palabras que se
pronunciaban en vano.
"Es injusto que el amor sea eterno y nosotros no."
Derechos de autor: Francisco Moroz
Código de registro: 1605087457984
Dedicado a mis padres después de 62 años compartidos.