lunes, 11 de julio de 2016

La influencia de las estrellas





Pedro Alameda nació bajo el signo de cáncer comenzando con mal pie su carrera. Desde pequeño aterrorizaba a los compañeros de clase, se convirtió en el típico matón de barrio que era conocido por sus robos a los transeúntes. Una pesadilla para los modestos comerciantes que tenían que pagar tributo por su presunta protección. Llegaría a pegar palizas por encargo y a hacer desaparecer pruebas y amenazar a los testigos que pudieran inculpar a sus clientes.

Era sobradamente conocido por la policía que aseguraba que no había nada que hacer con el individuo.  Si llegaba a ser detenido, entraba por una de las puertas de la comisaría y salía por otra con total impunidad,  libre de pruebas que pudieran involucrarlo en cualquier suceso.

Las leyes no eran suficientes para retenerle una buena temporada en la “trena”. La gente le odiaba y le temía, con lo cual no les quedaba más que sufrir en silencio y agachar la cabeza y naturalmente, evitar cruzarse en su camino y con sus intereses. Se dedicó al tráfico de drogas, de armas, de niñas…

La vida le sonreía. Se permitía placeres y lujos impensables para el común de los mortales. No se privaba de vestir con ostentación, de conducir los coches más caros y alojarse en los hoteles más lujosos. Un yate y un jet privado le permitían desplazarse de un lugar a otro del planeta. A su cargo una plantilla de guardaespaldas, cobradores de morosos, ajustadores de cuentas, sicarios que realizaban el trabajo sucio y féminas que complacían sus más perversos y denigrantes deseos.

Su ambición, su riqueza, y su poder, se multiplicaron de la misma manera que el mal que le devoró por dentro.

El indeseable murió al igual que nació: bajo la influencia de “cáncer”.



Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 30 de junio de 2016

Okupas



Como si de una plaga venenosa se tratara, llegaron sin avisar, sin llamar a la puerta del apartamento.

Se instalaron cómodamente en el sofá mientras veíamos nuestros programas favoritos, en la silla junto a la mesa, e incluso se atrevían a acostarse en la cama, entre los dos, para separarnos.

Al principio eran soportables como novedad, pero después se hicieron insufribles y dolorosos, y más cuando estábamos con nuestros amigos o marchábamos al trabajo.

Ya me lo advirtió mi madre que los celos no eran buenos consejeros. Ahora tocará desalojarlos de nuestras vidas.



Derechos de autor: Francisco Moroz


martes, 28 de junio de 2016

Pasión por los libros


¡Qué queréis que os diga! 
Personalmente me gusta la tranquilidad y el silencio, y por eso elijo las bibliotecas como lugar incondicional para sentirme bien.
Otras pueden elegir sitios más sugerentes como los restaurantes, los bares de fritanga, las terracitas de verano, o los lugares concurridos.

Para mí, las bibliotecas, son mi paraíso incondicional y particular, no las cambio por nada.

A los libros me aficionó el poema de un tal Antonio Machado que oí por primera vez recitado en una escuela pública, y desde entonces, el entorno donde se atesoran todos esos volúmenes encuadernados y meticulosamente ordenados en sus estanterías
se ha convertido en una especie de hábitat natural para mi existencia bibliófila.

Los silenciosos inquilinos que frecuentan estos ambientes también me gustan por su sedente actitud de respeto y concentrada pose intelectual donde la haya.

Aunque en realidad, son un tanto huraños cuando me acerco, como si el libro que en esos momentos ojean y tienen entre sus manos, fuera de su absoluta propiedad. 

¿No estamos en un lugar público?¿Las zonas no son compartidas y de libre circulación?¿Entonces, por qué esas miradas que me persiguen y esa actitud torva? 
¿Por qué esa violenta gesticulación cuando me sitúo cerca de ellos, o miro por encima del hombro lo que están leyendo?
Una fauna un tanto peculiar la de este ámbito de "con-texto" tan selecto.

La sección que más me atrae es la de los clásicos encuadernados en piel y cuero, esas texturas, esos olores tan animales que los hace fascinantes a mi entender.
Y no digamos el caleidoscópico colorido de sus lomos. Esos dorados brillantes o mates que los orlan y adornan. Es irresistible no posar en ellos toda tu atención y todo tu ser.

Y que puedo deciros del papel impreso, de la vitela o el pergamino, de las telas moarés, de las ceras que pulen las tapas duras.
¿Y las tintas y tintes? es como el nirvana ideal del gourmet intelectual.

Soy adicta a este mundo de contenidos secretos y universos misteriosos que me gustaría comprender y no comprendo. ¿Que porqué no tengo acceso a ellos?

¡Sí! imagináis bien, no aprendí a leer ni a interpretar esas marcas negras que desfilan por las hojas. Varias son las razones: la falta del tiempo necesario para hacerlo, de maestros que supieran enseñarme, y a causa de mi naturaleza inconstante y mi actitud inquieta.

Pero si de algo estoy orgullosa, es de romper con los convencionalismos, los cánones y las frases hechas en este lugar. Pues nadie podrá decir nunca con total convencimiento que: en la Biblioteca Nacional, no se escucha ni el vuelo de una mosca, pues allá estaré yo confirmando celosa, la excepción que confirma esa regla.

                             

Derechos de autor: Francisco Moroz




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