Estaba seguro que en aquel edificio como
en muchos otros no sería bienvenido, le tendrían prohibida la entrada. Pero él
se había criado en la calle, tenía un extenso expediente de noches de vigilia y
ayuno forzado maullando a la luz de la luna. Se las sabía todas y no estaba
dispuesto a perder la oportunidad. Era perro viejo, bueno, en este caso gato.
Tenía hambre, y quería ponerse las botas.
Se cuela por la puerta de servicio, por
donde sacan la basura, y pegado a las paredes, accede a una sala grande donde
unos humanos arrugados, de movimientos lentos y cansinos, se reúnen en torno a
una mesa, tirando sobre ella unos cartoncillos muy desgastados con imágenes
coloreadas mientras balbucean palabras incoherentes como: “¿Vas a echar carta
o esperamos a la medicación?", “Barajea de una vez”, “¿A qué jugamos?
¿Cinquillo, brisca, o chinchón?", “Me tienen que cambiar el empapador, me he
mojado entera”, “ Ha salido el palo de bastos”.
Cuando oye lo del palo pega un brinco y
se agazapa alarmado. Estos humanos casi siempre se muestran violentos con los
de su especie, aunque estos en concreto parecen tranquilos a la vez que indefensos.
Ni lo ven pasar, silencioso como felino y
negro como sombra, se parapeta junto a las patas de un sillón. Pero está
equivocado, una voz cascada dice de pronto: “Me pareció ver un lindo gatito” y
una mano sarmentosa se posa en su cabeza inesperadamente y le acaricia suave.
¡¡Ahhh!! Había olvidado esa sensación de bienestar, empieza a ronronear como
cuando era cachorro y se deja llevar por el momento. Confiado levanta los ojos
y ve a una mujer viejita que le sonríe dulce y pacífica. Él tuvo una vez un ama
que era igual que ella.
Le susurra palabras que no entiende, pero
que presiente amistosas, y confiado, se le sube a las rodillas.
Esa noche cena bien y duerme dentro de un
armario entre zapatos, calcetines de lana y ropa variada. No le importa, de nuevo se siente querido y
aceptado.
En la residencia de ancianos, “Vida
plena”, nadie sospecha de su presencia, pero todos presienten que hay gato encerrado cuando de vez en cuando maúlla por lo bajini las noches de luna.
Derechos de autor: Francisco Moroz