Le
confesé a mi padre lo que había hecho pero ni se percató de mi presencia, y como con estudiada indiferencia siguió a lo suyo.
Recurrí
a mi madre y le conté los pormenores del asunto y fue como si no me hubiera oído, visto, ni sentido. Y eso no es algo normal en ella, siempre tan atenta a todo.
Para qué decir de mis dos hermanos, directamente pasaron delante de mí, como si no estuviera cerca de ellos, casi rozando sus cuerpos.
Con
lo cual consideré que el experimento había sido todo un éxito. Lo malo, es que ahora mismo no sé cómo revertir el proceso de invisibilidad.
Derechos de autor: Francisco Moroz